Es indudable que la Independencia y la Revolución no hubieran sido posibles sin la participación de las mujeres. Sin embargo, a pesar de las muchas luchas de las mujeres en toda la historia de México, apenas hace 64 años fuimos reconocidas como sujetas de derecho para ejercer el voto. Hoy se hace urgente el reconocimiento social y colectivo del 52% de la población que somos las mujeres y que participamos de manera activa, solidaria y constante en la construcción y reconstrucción de país.
Hoy somos testigas, algunas de manera activa y otras no tanto, del debate sobre las mujeres y el poder. Se habla del empoderamiento femenino como si éste fuera un objeto y no como competencia o potencia personal. Quizá esto se dé porque no hemos comprendido que para transformar el sistema de dominación necesitamos llevar nuestras vindicaciones a luchas organizadas. Debemos, por ejemplo, legislar contra la violencia política y el derecho pleno a una vida libre de violencias.
Los espacios que hemos conquistados por y para las mujeres han sido históricos, procesuales y con mucho trabajo, especialmente de mujeres feministas que más allá de beneficios propios pusieron al alcance de muchas el acceso a los cargos de poder y decisión. Hoy el reto es reflexionar para que estos logros abran nuevos procesos cognitivos de mujeres y hombres en el reconocimiento pleno de derechos, porque el supuesto “universal” masculino no representa lo universal, ni de mujeres ni de hombres.
Se hace urgente, como dice Celia Amorós, una crítica de la ética para no mantener una actitud acrítica de la ética, que nos quiere presentar los mecanismos prácticos y simbólicos de la dominación como prácticas cotidianas, legítimas y normales.
Desde 1993 en el Congreso de la Unión se debatió la cuota de género y hoy, con la sentencia 12624, presenciamos la paridad. Ante esto, las mujeres y los hombres tenemos un compromiso de presente y de futuro: reivindicar una vida de derechos como sujetos iguales.
La igualdad con los varones en el espacio de la política nos obliga a las mujeres a la construcción de un grupo juramentado basado en la sororidad, que nos lleve a construir alianzas. Porque todas y repito, todas, de diversas maneras hemos experimentado la desigualdad, opresión y discriminación. Por ello, requerimos convertirnos en cómplices para trabajar y vivir una vida con un sentido profundamente libertario, como diría Marcela Lagarde.
Las mujeres sabemos ser enemigas y enemistarnos entre nosotras porque el sistema patriarcal nos ha educado para ello y repetimos ese orden a conveniencia y de manera acrítica. No todas vamos a ser amigas, pero si podemos construir y dejar un piso mínimo de igualdad para las que vienen, porque quienes hoy hemos trabajado y tenemos acceso a puestos laborales nos hemos beneficiado de años de lucha de quienes nos antecedieron. Si de muchas hemos aprendido, a otras podemos enseñar.
Las mujeres podemos interpelarnos, disentir, discutir, pero sin duda, los logros que tengamos siempre serán para todas las mujeres. El reconocimiento pasa por la escucha, la mirada, la crítica y el afecto. Por la experiencia de unas y la inexperiencia de otras. Y es que, para construir, tenemos que reconstruir el anhelo de un mundo igualitario.