Cuando la mujer salió de la función, reía a carcajadas. Todo mundo la vio porque su risa retumbó en la estancia de descanso del teatro de la ciudad de Heidelberg. Fue por una copa de vino, y de regreso se topó con unos zapatos que colgaban en el centro del foyer. Los tomó con delicadeza y empezó a leer en la suela del calzado:
“Me llamo Silvia Becerril, busco a mi hija Jaquelinne, desaparecida el 12 de enero de 2007 en Iztapalapa. Caminaré y caminaré hasta encontrarte mi niña, te amamos y esperamos siempre.”
Sacó de su bolsa una libretita y transcribió el texto. Luego se desplazó al otro extremo de la instalación y leyó en unos huaraches gastados y con rastros de arcilla:
“Yo, Margarito Ramírez, busco a mi hijo que se llama Carlos Iván Ramírez Villarreal. Él es estudiante de la Normal de Ayotzinapa. Lo desaparecieron policías junto a 42 de sus compañeros el 26 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero.”
Al pasar frente a unas botas de niño la mujer temblaba; había dejado la copa de vino pero ya no siguió apuntando, no podía, sólo leía en silencio:
“Soy Leonel Orozco García, tengo 8 años, mi papá Moisés Orozco fue detenido y desaparecido el 22 de mayo de 2012 en Apatzingán Michoacán. Busco a mi papá para encontrarlo porque es mi papá y lo queremos mucho.”
En este momento se desplomó en un sillón y empezó a llorar, a llorar de manera inconsolable, como si se le hubiera abierto la llave del alma. Lloraba y susurraba en voz baja: “no es posible, no es posible que esto esté pasando en México…”
Después de diez minutos salió y se perdió en las calles de la ciudad, en medio de la neblina y el frío que cala hasta los huesos. Es febrero y es invierno en Alemania.