Por: Alejandra Hidalgo Rodríguez (@alehidalgor)
26 de septiembre de 2017.- Pienso que, como casi todos los mexicanos, he seguido de cerca la información que se ha producido a raíz de los temblores del 7 y 19 de septiembre. Me he enterado de la reacción ciudadana inmediata, de las labores de rescate y de muchas historias de gente que perdió todo en esos segunditos que duraron los sismos.
Muchas preguntas me han surgido:
¿Por qué las autoridades quieren, a pesar de que hay posibilidades de encontrar a gente viva entre los escombros, demoler ya los edificios? ¿Por qué la ciudadanía tiene que lidiar con las intenciones de esas autoridades y precisa movilizarse e incluso promover amparos para evitar que los edificios sean destruidos?
No puedo imaginar la angustia e impotencia que provoca en familiares de las personas atrapadas el escuchar que la búsqueda se suspende porque nadie más está vivo dentro de los edificios tirados por el temblor. Me lleno de impotencia, me da coraje que esas personas, desesperadas por encontrar a sus seres queridos, tengan que invertir tiempo y fuerza en detener la demolición que alguna autoridad ordenó.
También me provoca rabia que, las personas que perdieron su patrimonio, escuchen que ya “vienen las máquinas a demoler”, sin siquiera haber peritajes serios que permitan, en un futuro inmediato, emprender acciones legales contra los responsables de que las edificaciones estuvieran mal construidas y cayeran.
¿Cómo es posible que la ciudadanía deba plantearse estrategias para que, las donaciones que hacen de herramientas, ropas y víveres que son enviadas a Morelos, lleguen verdaderamente a los damnificados y no sean robadas, desviadas o acaparadas por las autoridades?
Sí, ¿cómo es posible que tengamos que cuidarnos de las autoridades, responsables supuestamente de nuestro bienestar?
¿Cómo es posible que en diversos puntos de derrumbes el ejército y las policías hayan obstruido las acciones de la sociedad civil, de los topos y de los rescatistas internacionales? ¿Con esto se apostaba a la desmovilización de la sociedad organizada o fue sólo una muestra más de la desorganización y rebase de las autoridades ante los hechos?
¿Cómo es posible que el ejército, la marina y la policía federal se vigilen entre ellos para evitar que unos u otros roben en las zonas derruidas?
¿Las personas pueden confiar en las autoridades que deberían garantizar nuestra seguridad?
¿Cómo es posible que queden dudas acerca de lo que pasó en casos como el colegio Rébsamen o las costureras enterradas en un edificio de las calles Chimalpopoca y Bolívar? ¿Cómo es posible que la televisora más importante del país, en lugar de ayudar a informar, desinforme? ¿Cómo es posible que las autoridades no hayan sabido comunicarse de forma certeza y veraz? ¿Cómo es posible que esas autoridades no sepan a bien qué le corresponde hacer a cada una en momentos de contingencia?
¿Cómo es posible que en medio de la tragedia sea tan visible la discriminación?
El rescate de todas las vidas es lo primordial. Pero ¿por qué unas vidas importan más que otras? Por ejemplo: ¿Quiénes se enteraron de la ficticia Frida Sofía y quiénes de las trabajadoras de servicios de limpieza que laboraban en el Colegio Rébsamen? ¿A quiénes les dieron más atención los medios, a los profesionistas del edificio de Álvaro Obregón 286 o a las costureras y trabajadoras migrantes del edificio de Bolívar y Chimalpopoca?
Los medios se enfocaron en unas historias y no en otras. No cabe duda: incluso entre las víctimas, hay unas víctimas más dignas de ser mencionadas que otras.
¿Cómo es posible que en medio de la desgracia vivida hubo mujeres y niñas que se enfrentaron a la violencia sexual, el acoso y a la discriminación? ¿Cómo es posible que en muchos espacios virtuales y reales se haya denostado el trabajo de las mujeres?
Hubo una brigada feminista (la cual laboró en la fábrica textil de Bolívar y Chimalpopoca) que impidió, por varios días, que las autoridades derribaran el edificio. También denunció el robo de herramientas, medicamentos y bicicletas por parte de la policía y la poca información sobre las trabajadoras que había dentro de dicho edificio. Y es que, como gran parte de las personas que laboran ahí eran mujeres (muchas de ellas inmigrantes) a las autoridades les importaron casi nada. O nada. Por eso, cuando el edificio fue destruido y no quedó dato exacto de quiénes fallecieron ahí, la brigada levantó un memorial a las trabajadoras muertas que fueron invisibilizadas hasta en la misma muerte.
Quedan pues, muchas preguntas e indignación sobre lo sucedido estos días. Pero al mismo tiempo hay esperanza: se demostró la fuerza de una sociedad organizada, de los jóvenes hombres y mujeres que salieron y siguen en las calles apoyando en el rescate y próximamente en la reconstrucción de las zonas afectadas.
Sí, hay esperanza porque la organización civil funcionó ante la desorganización y desinformación gubernamentales.
Es grato observar las imágenes de mujeres, hombres, adultas y adultos mayores, niñas y niños y personas con algún tipo de discapacidad, cooperando desde sus diversas trincheras, con mayores o menores posibilidades económicas, pero cooperando. Incluso a una la ponen contenta esos perros que ayudaron, junto con los rescatistas, a encontrar a personas bajo los escombros.
Tenemos una gran cantidad de imágenes de este país que sobrecogen y abren luces de esperanza: debemos sostenerlas en el futuro para lograr cambios que sigan haciendo temblar las instituciones de este país, para concretar avances y mejoras. Para decirle al gobierno: ayuden, no jodan.