Por: Alfredo López Casanova
21 de septiembre de 2017.- La historia es como sigue y no se la contaron a Cristian Guevara: él la vivió. Arribó a la esquina de Bolívar y Chimalpopoca el pasado 19 de septiembre a las 5 de la tarde, casi cuatro horas después del temblor.
“Llegamos con muchas ganas de ayudar, de rescatar personas. Éramos puros brigadistas voluntarios y civiles que logramos sacar de un edificio hecho escombros a 14 personas vivas y una fallecida. Pero en la noche empezó el desmadre: llegaron los militares y los policías federales y nos desplazaron. Varios nos quedamos a güevo, porque para ayudar no se pide permiso a nadie.”
Cristian lleva 3 días ahí y está harto de que los militares o los policías le quieran dar órdenes.
“No se ponen de acuerdo, pues los policías dicen una cosa y los militares otra. Están luchando por el control del sitio y están muy desorganizados, tanto que hoy en la mañana se iban a trenzar a madrazos ellos mismos”.
Cristian es técnico en iluminación en una productora. Pidió permiso en su trabajo para ayudar unos días y cree que las autoridades ocultan información. Así como lo hicieron en los sismos de 1985. Por eso, afirma, los alejaron de la zona. Cuenta que ayer en la noche pusieron sobre unas vallas una larga lona de plástico blanca para que la gente no viera lo que hacían dentro. A nadie le permiten ya el paso.
Ahí vienen las máquinas asesinas
Estoy ahí, en la esquina de Bolívar y Chimalpopoca. Veo la lona que me mencionó Cristian, y detrás de ella, las vallas. Me subo a un pequeño cajete que rodea un árbol. Quiero ver lo que hay dentro: lo que están haciendo. Levanto mis manos y capto varias fotografías. Pretendo documentar lo que pasa: lo que ocultan los militares y la policía.
Veo la pantalla de mi celular: sí, es claro, es evidente: ya ha ingresado maquinaria pesada. Hay varios trascabos. Intento captar más imágenes, y pronto se me acercan los militares. Me exigen que baje. Que está prohibido andar ahí tomando fotos, que no se puede. Son amenazantes.
Miro de nueva cuenta las imágenes y no hay ninguna duda, la maquinaria pesada ya llegó y está trabajando. La lona cumple una función: ocultar lo que hacen adentro. Ellos piensan que, lo que no se ve, no existen. Ésa es su apuesta.
Una señora les grita: “¡paren las máquinas, todavía hay personas allí enterradas y puede que estén vivas!”
Esta frase me recuerda el 22 de abril de 1992 en Guadalajara. Hubo unas explosiones que afectaron a media capital jalisciense. El entonces gobernador de la entidad mandó traer trascabos a pocas horas de sucedida la tragedia. Esos armatrostes trabajaron, y sacaron tierra, escombro, y también cuerpos, cuerpos que aún tenían vida, pero que la perdieron en las tenazas de esas máquinas, de esas máquinas asesinas.