Leo el texto que Azam Ahmed publicó en The New York Times sobre el gasto publicitario del gobierno de México y la verdad es que no encuentro nada nuevo. Nada que no se sepa o no se haya dicho anteriormente. No se desglosa el gasto, ni se indica cuánto reciben Televisa o TV Azteca, El Universal o Reforma, los medios digitales, las radios. Nada.
Además, en el texto hay ciertas partes muy sesgadas, como de golpeteo. También existen reflexiones que no termina el autor, que no ahonda. Es un texto en demasía muy superficial que se anuncia como si fuera el descubrimiento de algo que nadie sabía. El mayor dato que da el autor es que el gobierno de Enrique Peña Nieto ha gastado 2000 millones de dólares en publicidad oficial, cifra que no explica exactamente de dónde la sacó (aunque uno se imagina que de Fundar). Pero de ahí en más (que no es un dato, digamos, fuera de lo que muchos pensaban que era), el texto no trae nada.
Ahora bien, que el texto de New York Times no traiga nada nuevo, no quiere decir que el tema que aborda no sea importante tratar y discutir.
El problema
El problema del gasto público en publicidad oficial no es privativo del gobierno de Enrique Peña Nieto. Es un problema que lleva muchísimos años en el país, y que ha significado no solamente la censura en cientos de medios de comunicación y de periodistas, sino también un duro golpe a la calidad del trabajo periodístico.
Que buena parte de los medios de comunicación en México no sobrevivan sin la publicidad oficial no es un descubrimiento, como lo da a entender Ahmed en su casi columna de opinión, es algo que se sabe, y que los periodistas que han trabajado en un medio lo han vivido en carne propia.
Azam da a entender que el problema es de los medios, y de los periodistas, por no saber hacer una estrategia comercial. Sin embargo, eso no es tan fácil como parece. No el crear estrategias de publicidad, sino que las empresas que acostumbraran anunciarse lo hagan sin ser ellas mismas censuradas en la forma en cómo gastan su dinero.
Y es que, sobrevivir vía la publicidad comercial (la no oficial) tiene como eje que las empresas no tengan vínculos con los gobiernos en turno, ni intereses ahí. Y eso no es así. Las grandes corporaciones, que en un país que vive en crisis constante, son las empresas que suelen anunciarse en medios de comunicación masivos, suelen apostar por un candidato, un partido o un gobierno. Y si ese gobierno tiene una “bronca” con un medio, y la empresa se anuncia en ese medio, dicha empresa se compra la “bronca” con el gobierno y eso le afecta en sus perspectivas.
Así pues, los anunciantes comerciales también son presionados por el gobierno, porque suele ser que esas grandes corporaciones son beneficiadas (vía la corrupción) por los gobiernos.
Así pues, la salvación de la “publicidad comercial” no es tan fácil como el texto de The New York Times lo da a entender, y como Carlos Puig, que es entrevistado para el documento, cándidamente lo menciona. Va mucho más allá de explicaciones simples.
Así pues, el problema es sobre la forma en cómo los medios de comunicación sobreviven. Este problema termina impactando y produce, además de censura, una baja calidad en la información y la investigación periodística.
Ahora bien, esta crisis de los medios no se da solamente en México. En Estados Unidos, por ejemplo, buena parte de los medios de comunicación han sido impactados por una crisis que tiene que ver con la forma en cómo se está ahora distribuyendo la información, es decir, con el internet y las redes sociales. Decenas de periódicos en Estados Unidos han cerrado o se han convertido solamente en medios digitales. Es decir, no han sobrevivido al presente.
¿Por qué en México esta crisis mundial no afectaría a los medios? No es defender un sistema (la sobrevivencia vía publicidad oficial) como el mexicano, que ha dado muestras de ser nocivo para el periodismo, sino es cuestión de explicar el por qué de esta crisis y entonces buscar soluciones. Y el texto del New York Times no explica mucho al respecto.
El problema en los estados y una reglamentación complicada
Ahora bien, el problema no solamente es a “nivel nacional”, sino también estatal e incluso municipal. Ahí también el dinero destinado a la publicidad en medios usa para censurar a periodistas y para lograr una cobertura “benéfica” para el gobierno que “paga”.
Incluso, a nivel estatal o municipal, la situación se vuelve todavía más vulnerable para los medios y los periodistas, pues ahí también el poder del narco tiene más impacto y hay más silencio en cuanto a lo que se puede decir.
Hasta ahora, en ninguna entidad hay una legislación o reglamente en cuanto a la forma en cómo debe usarse la publicidad oficial.
Pero si se desea y se logra hacer una legislación al respecto, ésta deberá estar bien planeada. No es solamente, como ahora algunos piden, que se dé más dinero a quien tenga más impacto o que se elimine la publicidad oficial. Todo es más complejo.
A lo que voy: una legislación en cuanto al gasto en publicidad oficial debe tomar en cuenta muchos factores, no solamente los de impacto en el mayor número de personas.
Un periodismo sano no es un tema más: es un elemento que impacta en la calidad de la democracia, de la crítica y de la forma en cómo se gobierna. Por ello, el periodismo de calidad no es una cuestión más, sino algo en lo que el Estado debe apoyar mostrando libertad absoluta.
Por ello, el Estado, así como financia la ciencia, debe buscar vías para apoyar el periodismo que se hace con calidad y tratar de que éste se consolide económicamente. Y para ello, debe buscar mecanismos que puedan hacer que los periodistas mexicanos vivan en condiciones económicas dignas, que tengan libertad para trasladarse a donde sea sin sentir miedo, que posean la información de la forma más fácil. Ello, evidentemente, debe ser apoyado por el Estado, aunque el Estado después sea investigado por los periodistas. Porque eso es bueno para la democracia, para el Estado, para la gente, para el país.
Así de simple.
Lo sesgado del texto
El texto de Azam Ahmed tiene algo positivo: puso en la palestra el tema del gasto de publicidad oficial en medios. Sin embargo, no explica nada más. Sus “fuentes” en realidad son personajes que han estado ligados al sistema nocivo que intenta describir Azam. ¿De verdad, Enrique Krauze, se ha enriquecido gracias a la publicidad oficial, es un referente ético? ¿De verdad, el impresentable de Marco Levario? ¿Carlos Puig?
Además, poner como ejemplo de “periodismo golpeador” los casos de corrupción de Ricardo Anaya parecen un mal chiste.
Sí, el texto no trae nada, pero como lo trae The New York Times, causa impacto. Y más allá de filias o fobias, habrá que aprovechar ello para que ese sistema tan nocivo de financiamiento público de los medios a cambio de silencio o golpeteo, sea erradicado, y en su lugar, cada día más haya un mejor periodismo, más comprometido con la gente y con las causas más justas del mundo.
VCarlos MC
27 diciembre, 2017 at 8:24 pm
se defienden se defienden como gato pata arriba,
Gloria Analco
27 diciembre, 2017 at 8:36 pm
No importa que en el artículo no haya nada nuevo. Lo importante es que al publicarlo The New York Times adquiere resonancia, además de que reúne las piezas más importantes sobre el tema y pone en evidencia, de manera más tajante, la naturaleza del Gobierno de Enrique Peña Nieto. Es de un gran valor el artículo. Quien no lo quiera ver así es que vive en otro mundo al menospreciar la importancia de exhibir a alguien en un momento tan crucial como éste.
Erandy
29 diciembre, 2017 at 2:34 am
Suscribo!!