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Crónicas

La gran sacudida de hace 30 años | 3ª parte

Al día siguiente, domingo 22 de septiembre de 2015, y los subsecuentes, la vida en la Ciudad de México se convirtió en un constante caer en cuenta. Después del temblor (sí, en singular, el temblor, el del 19 de septiembre; el otro, quizá consecuencia suya, nada tuvo de excepcional ni memorable, salvo haber ocurrido unas 37 horas después, para incrementar los destrozos y alentar la incertidumbre colectiva), después del temblor, lo increíble colmó la existencia.

Ante la emergencia que atendían o conviviendo con ella al cumplir la rutina cotidiana, la sociedad civil utilizaba el tiempo para realizar lo urgente y tomaba nota de lo evidente. Para nadie pasó desapercibida la desatinada y tardía reacción gubernamental; no hubo protestas por ello, sino un vuelco espontáneo, colectivo y generoso hacia la atención del problema. Vendrían mejores tiempos para ajustar cuentas.

Después de la ardua jornada del día anterior, sirviendo como voluntario en el edificio caído en Insurgentes y Uruapan, debo haberme levantado tarde aquel domingo. Traté de hablar con mis primos para decirles que habían rescatado dos sobrevivientes; no tengo claro si pude hablar con ellos o sólo con mi tía o mi tío. Después de comer, agarré mi cámara, subí al auto y me dirigí otra vez a la colonia Roma, a ver qué podía documentar.

Talleres de costura en Calzada de Tlalpan, Ciudad de México, Septiembre 1985. Foto: Daniel Aguilar

Talleres de costura en Calzada de Tlalpan, Ciudad de México, Septiembre 1985. Foto: Daniel Aguilar

Las fotos, ahora dispersas en quién sabe cuántos recovecos del desorden en que se ha convertido mi vida, no eran malas. Recuerdo la de un edificio alrededor del parque España; sus pisos superiores se habían derrumbado; grotesca y violenta imagen: lo que seguía en pie sostenía una visión aberrante: pisos y techos compactados, columnas rotas, cortinas en jirones, muebles de oficina apuntando hacia el vacío, paredes reducidas a polvo; estructuras derrotadas sobre otras que exhibían la vergüenza de una cuerpo que se sostiene en pie con la cabeza y el tórax destrozados; y en primer plano, un par de soldados cruzando la calle con sus fusiles al hombro.

En Insurgentes y Uruapan ya no estaba la grúa gigantesca ni había voluntarios; la zona era custodiada por unos gringos de no sé qué oficina u organización. La foto que tomé refleja un punto bajo control: La camioneta de los extranjeros, del tipo de las que salen en los documentales de safaris, estaba estacionada con la puerta abierta, dejando ver en inglés a quién pertenecía; en el otro extremo, un pastor alemán plácidamente echado y en alerta; en el centro, sentada en una silla plegable de lona, una mujer con tipo de jubilada contemplaba el paisaje derruido con la serenidad de quien observa la playa en Miami; al fondo de todo, las ruinas del edificio venido abajo tres días antes.

Por necesidad, por solidaridad, por higiene y hasta por puntada, el cubrebocas se convirtió en parte del atuendo en el Distrito Federal; ante el hedor de la carne descompuesta, en algunas zonas era indispensable cubrirse boca y nariz. Ese olor y las sirenas de las ambulancias, complementan el tono de la pesadilla urbana; sobrevivientes a derrumbes y sus vecinos, se refieren al polvo como otro factor del horror; y las fugas de gas; y la sorpresa de ver el sol al asomarse por la ventana que daba a un edificio.

Así pues, embozado de acuerdo al estilo de la temporada, me agarró la noche deambulando por calles antes conocidas de un rumbo querido, del cual descubría un insospechado aspecto. Los barrios, las colonias, las unidades habitacionales tienen un gesto; el de la Roma, aquella noche, era el de la tristeza. Casas, casonas, departamentos, comercios: a oscuras; agregando su lúgubre aspecto al de manzanas enteras donde no funcionaban ni el alumbrado público ni el destinado a los anuncios espectaculares. Era excepcional ver personas. ¿Dónde estaría esa noche la multitud que habita la colonia Roma? ¡A cuántos sucesos individuales afectó tamaño acontecer colectivo!

Av. Juárez, Ciudad de México, Septiembre 19, 1985. Foto: Daniel Aguilar

Av. Juárez, Ciudad de México, Septiembre 19, 1985. Foto: Daniel Aguilar

La última foto mía al respecto fue la de un edifico caído. En cuanto accioné el obturador, un sentimiento de vergüenza me invadió; me sentí el más perverso voyeur, un morboso execrable. Guardé la cámara y caminé hacia Insurgentes por Álvaro Obregón; en esa esquina me topé un campamento de voluntarios; entre centro de acopio y punto de coordinación, mostraba un ambiente de tensión y orden; permanecían los presentes a la expectativa: de un momento a otro, podrían ser requeridos para entrar en acción. El ambiente era muy similar al de las guardias nocturnas en las escuelas tomadas por los estudiantes en el 68. Apenas iluminado, el sitio brillaba en medio de la penumbra, simbolizando y ejerciendo la autoridad asumida por el poder ciudadano en la Ciudad de México, hacia las 7:20 de la mañana el jueves 19 de septiembre de 1985.

A partir del lunes 23, atestigüé y fui partícipe de la mega terapia recomendada por psicoterapeutas, a través de los medios, a los habitantes del Distrito Federal: “Hablen del temblor”. “No se queden con nada; exterioricen su vivencia”. El procedimiento funcionó; saneó y sanó el espíritu colectivo tras la tragedia; además, reveló a unos y a otros el grandioso acto de heroísmo y solidaridad llevado a cabo por los habitantes de la ciudad. Exaltó el poder desconocido y sorprendentemente ejercido a raíz de la tragedia; en contraste, exhibió la inoperancia gubernamental, la insensibilidad de las autoridades, su vergonzosa sujeción a los intereses del FMI e incluso de la FIFA.

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Por precaución, pero sobre todo por pose, en el trabajo había quienes pedían que dejáramos de laborar hasta que peritos solventes dictaminaran que el edificio estaba bien. No era para tanto. En la zona de Polanco no hubo mayores daños y, comparado con los edificios siniestrados, el de la agencia se veía en perfectas condiciones: ni se había enchuecado ni sus techos se notaban vencidos; no faltaban agua o energía eléctrica y el drenaje funcionaba.

De cualquier forma, el martes a mediodía, toda la empresa fue convocada a una junta. El controvertido, contradictorio y entrañable creativo y maestro Enrique Gibert, nos informó que los propietarios del edificio lo habían reportado en buen estado; que por el momento era imposible la realización de un peritaje oficial, pues todos los recursos estaban enfocados hacia donde eran más urgentes; nos hizo ver que nuestros clientes principales eran de Monterrey, donde no había pasado nada y que teníamos mucho quehacer por delante. “Si alguien se siente inseguro aquí o si tiene que atender asuntos personales por problemas causados a raíz del sismo –dijo–, tiene permiso de no presentarse a trabajar hasta que la situación se normalice”.

Los medios de comunicación se habían convertido en macabras ruletas rusas: “Fulanito de Tal de la colonia Roma fue rescatado y se encuentra en…” “Perengana de Abraham pereció en el edificio…” “Familia Equis, todos están bien en el albergue ubicado…” “Señor del Norte pregunta por paradero de su hijo…” Y así, durante horas y horas. Recuerdo a Jorge Saldaña, experimentado y mandón, conminando al público a tener a la mano papel y lápiz; en cualquier momento podían dar información de algún conocido, de un familiar. Mi mamá me contó que ella escuchó cuando comunicaron la muerte de Rockdrigo González y su compañera.

Edificio Nuevo León en Tlatelolco el 19 de septiembre de 1985. Foto: Marco Antonio Cruz

Edificio Nuevo León en Tlatelolco el 19 de septiembre de 1985. Foto: Marco Antonio Cruz

Y así, al paso de los días, se enteraba uno de muertos y sobrevivientes: El papá de Benjamín perecido bajo una barda; el hermano de un amigo, su esposa y su bebé rescatados por jóvenes de una zona popular próxima, tres horas después de que su edificio se derrumbara. Como pasa en estos casos, la desgracia natural sacó a la luz las perniciosas obras de la corrupción. E irritó más a la opinión pública. Devastado por la muerte de un familiar, el artista Gironella propuso a la revista Vuelta, la reproducción de un cuadro de Orozco titulado El Temblor, acompañada de una línea del Canto XLV de Ezra Pound: “Con usura no tiene el hombre una casa de buena piedra”.

La mayoría poco a poco fue retomando el curso de su vida. También lo hicieron los afectados directamente por el temblor, quienes vieron agregarse al curso de su vida, la lucha por sus derechos laborales, como las costureras de la zona de San Antonio Abad, o por defender su derecho a poseer una vivienda digna, como las familias cuyas viviendas se derrumbaron en la extensa área que abarca el Centro Histórico, la colonia Morelos y la Guerrero. Tanto las costureras como los vecinos, vencieron. Las primeras constituyeron un sindicato independiente; los segundos, obtuvieron a su favor un decreto expropiatorio de las vecindades afectadas por el sismo. Estos triunfos fueron el presagio de un futuro en el que la sociedad civil se erguiría como factor importante en la forma de gobernar la ciudad.

Al año siguiente, como lo había asegurado el gobierno mexicano a la FIFA, se llevó a cabo el mundial de futbol. Y ocurrió que, como dicen Las mil y una noches, tras la aflicción llegó el gozo. La ciudad, que había contemplado el heroico rigor con el que los defeños enfrentaron el temblor, se convirtió en testigo de cómo éstos se daban al desmadre y escalaban el relajo hasta situaciones de euforia colectiva imposibles de contener por el gobierno; su prestigio estaba por los suelos y su autoridad, disminuida. Los días posteriores al temblor, mostraron a la sociedad civil el poder de su fuerza; durante los desmanes del mundial, la sociedad civil, vuelta pueblo, banda, flota, pandilla, multitud y tumulto, enseñó la fuerza de ese, su poder. La mesa estaba puesta para las elecciones del 88.

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1 Comentario

1 Comentario

  1. Avatar

    ALICIA ORTIZ CAMPUZANO

    4 octubre, 2015 at 12:59 am

    MUY IMPORTE RELATO, SOBRE TODO POR LA RESPUESTA DE LAS PERSONAS ANTE LA DESGRACIA ESO NOS HABLA DE QUE SI PODEMOS ORGANIZARNOS Y EXIGIR UN CAMBIO EN ESTE GOBIERNO, SOMOS LA MAYORÍA Y SIN CIUDADANOS NO HAY PAÍS NI GOBIERNO.

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