En la imagen, manifestación de apoyo al gobierno de Grecia en la ciudad de Barcelona. Foto: Toshiko Sakurai / Flickr.
Por: Harold Folder
29 de junio de 2015. Vientos frescos soplan cuando nuevas formas de hacer política enfrentan la dictadura del pensamiento único. Al flamante gobierno griego, electo en febrero pasado y encabezado por Alexis Tsipras, han tratado de asfixiarlo con el cordón umbilical desde que nació, pero el bebé, de sólo cuatro meses, ha salido más cabrón que bonito.
Este martes vence el plazo que la Troika (es decir, la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional) fijó para que Grecia cubra un adeudo de 12 mil millones de euros o acepte nuevas medidas de “austeridad” criminal y consiga más préstamos que le permitan, únicamente, pagar los intereses de los intereses de su deuda eterna.
El gobierno anterior, precisamente por acatar las órdenes de la Troika, provocó un desastre social que se refleja en estos datos: más de un millón de griegos perdieron su empleo, una de cada tres empresas fue cerrada, los salarios sufrieron un recorte de 38 por ciento, las pensiones fueron reducidas 45 por ciento, el Producto Interno Bruto se contrajo 25 por ciento, la mortalidad infantil aumentó 48 por ciento y la deuda pública 35 por ciento.
Las calamidades fueron acumulándose mientras, en la plaza Syntagma de Atenas y en tremebundas protestas callejeras por todo el país, la gente protestaba de todas las formas posibles, y el poder le respondía de la manera inhumana que los mexicanos conocen muy bien: sin hacerle caso, continuó dando “medicinas amargas pero necesarias”, en beneficio de los más ricos entre los ricos.
Una amplia coalición de partidos de izquierda, llamada Syriza, triunfó de modo aplastante en las elecciones de febrero. Alexis Tsipras y su equipo alcanzaron una holgada mayoría en el parlamento y, desde ese momento, el nuevo gobierno de Grecia informó a la Troika que no seguiría martirizando a la población por la vía del “austericidio”.
Tras cuatro meses de negociaciones infructuosas, Tsipras anunció, el viernes de la semana pasada, que no cederá al chantaje de la Troika y tomó una decisión magistral: convocó al pueblo a un referéndum que se celebrará el domingo próximo. Si la gente quiere que la sigan ahorcando los usureros, adelante. Si no quiere, adelante.
En diciembre de 2001, el gobierno argentino estaba en la luna y no supo en qué momento sus reservas internacionales emigraron a otros países. Para evitar que la gente vaciara los bancos, o más bien dicho, para impedir que sacara el poco dinero que aún había en los bancos, estableció una medida que fue conocida y es recordada mundialmente como el “corralito” (en alusión a las rejas entre las cuales son metidos los bebés para que no se escapen mientras sus padres no pueden atenderlos).
Los bancos argentinos empezaron a devolver los ahorros de sus clientes por goteo. Los economistas de Syriza, enriquecidos por aquella experiencia, impusieron desde el mismo viernes pasado un “corralito” preventivo: así, los bancos, los cajeros automáticos y la Bolsa estarán cerrados hasta después del plebiscito, una vez que la gente haya esclarecido si acepta una vez más el yugo de la Troika o le da la espalda.
Putin, el genial geoestratega, mocho fanático y homófobo cavernícola del Kremlin, ya dijo que si Grecia abandona la Unión Europea, Rusia le dará todo su apoyo, un ofrecimiento que puso muy nervioso al fulano que vive en la Casa Blanca y actúa como el peor enemigo de los negros estadunidenses.
Barack Obama, para decirlo pronto, solicitó a la Troika “clemencia” para Atenas, pero Ángela Merkel dijo rápidamente que no. Tal es pues el panorama seis días antes del referendum griego, cuyos primeros efectos se registraron ya en México: el dólar subió a más de 16 pesos y la Bolsa Mexicana de Valores cayó 1.5 por ciento.
Los pocos lectores que tendrán estos apuntes en México –donde los problemas globales parecen no importarles a nadie– contrastan con la atención que los españoles dedican al histórico proceso que vive Grecia en estos momentos.
La derecha ibérica desea ardientemente el fracaso de Syriza, para usarlo como propaganda contra Podemos, la joven formación encabezada por Pablo Iglesias que tiene a posibilidad de ganar las elecciones generales de noviembre en España.
Para las propias organizaciones españolas de izquierda, la lección que está dando el gobierno griego puede ser un camino, no tanto a seguir sino a ofrecer, para los votantes del reino de Felipe VI. Una cosa es concluyente: gobierno que obedezca al FMI está condenado al fracaso. Más de 30 años de neoliberalismo en México lo demuestran.