Tembló. Edificios y casas se cayeron, y dentro de los escombros que dejaron, quedaron personas atrapadas, unas con muerte y otras con vida. Personas desesperadas, deseando que pronto algún héroe las rescatara, soñando en salir de esas trabes y esos alambres y esas tierras que lo llenaron todo. Que hubiera, más que nada, vida.
Tembló, y la gente pronto fue compañera, fue amiga, fue hermana. Miles echaron fuerzas e inteligencia, echaron músculos para mover las tierras y sacar vida. Echaron lo que podían echar, lo que estaba en sus manos. Lo pusieron todo, y de tantos todo que hubo, se llenó el país de solidaridad.
La generación (de quienes hoy tienen entre 17 y 30 años) a la cual se estigmatizó como anodina, a la que se le puso la frase de “me importa nada”, salió y puso su juventud para salvar la vida de otros, de los desconocidos, de los que nunca había visto.
Salieron los adultos, los viejos y los niños. Los que recuerdan mucho y los que saben del mundo poco. Los que llevan puestos ropas caras y los que tienen nada. Por un momento, por unos cuantos segundos, las distinciones sociales se atenuaron. Se hicieron pequeñas. No es que ya no se busque justicia. No, lo que pasa es que apareció una pequeña luz de entendimiento en este país quebrado por la desigualdad.
Nació la organización. El podemos porque somos muchos y porque nos une un algo que nos hermana. Este temblor, además de la muerte y la tristeza que dejó, también nos roció de un poco de esperanza. A los más duros nos ablandó un pedacito de la piedra de pesimismo que cargamos todos los días.
Todavía quedan esperanzas. Claro que quedan. Hay gente que aguanta sin agua más de cuatro días. Hay milagros, pero hay que buscarlos. ¡Que no entre la maquinaria pesada! ¡Que no se lleven los escombros con posibles vidas ahí adentro!
I
Y después de la tragedia, y después de la reacción, del hermanamiento y de la organización, ¿qué sigue? El temblor es el principio de la tragedia, no el final. Falta mucho por recorrer. Hay gente en las calles, hay gente que perdió todo, que se quedó sin patrimonio, sin seres queridos, sin mascotas, sin pertenencias. Hay gente que, en los segundos que duró el terremoto, se vieron con un futuro roto.
Hoy la gente dona: manda víveres, papel de baño, medicinas, dinero, todo lo que pueda ser útil. Pero eso quizás sea suficiente para ahora, pero no para después. Las labores de reconstrucción (material y psicológica) son muy largas. Rehacer futuros individuales es la cosa más complicada a la que uno se puede enfrentar.
Por eso, esta solidaridad que nació y que asombró a buena parte del orbe, no se debe acabar. Esto apenas comienza, y es necesario que la organización no se vaya haciendo débil. Se precisa para exigir a las autoridades que cumplan su función, para garantizar que cada vida rota sea compuesta dentro de lo posible. Se necesita para no dejar a los damnificados, quizás sanos, pero con futuros sombríos.
II
Los temblores son fenómenos naturales. Nadie los puede evitar. Las tragedias, ésas tienen causas sociales y, muchas veces, culpables identificables. ¿Cuántos edificios que se vinieron abajo cumplían con las medidas mínimas de seguridad? ¿Cuándo las autoridades revisaron las condiciones en las cuales habitaban miles de personas? ¿Qué pudieron hacer las distintas oficinas de protección civil, no para evitar el sismo, sino para evitar, dentro de lo posible, las pérdidas humanas?
Habrá que exigir a las distintas autoridades que emprendan una investigación amplia y castiguen a los posibles culpables de que muchos edificios se hayan venidos abajo. ¿Cómo es posible que departamentos que tenían un año de entregados, se cayeran como si jamás hubieran recibido mantenimiento?
En las pérdidas humanas que hubo en México, tanto en Estados como el de Morelos, México, Oaxaca, Chiapas y Puebla, así como en la Ciudad de México, hay que deslindar los posibles delitos de omisión, de negligencia, de autoridades que les importa nada la seguridad a quienes supuestamente deben proteger.
Hay mucho por hacer: que la llama de esta solidaridad que surgió, que las fuerzas de la organización que se están viviendo hoy, no se apaguen. Que sigan. Que permanezcan. Que no se vuelvan recuerdos, sino un presente constante. Sempiterno.