Lo que finalizó ayer en la plancha de un Zócalo desbordado por cientos de miles de personas mojadas que se apretaban codo a codo, al igual que en las calles cercanas a los edificios tutelares de la capital del país, no fue una simple campaña proselitista de largos meses de viajes, arengas, promesas y amarres. Fue, ante todo, la culminación de una vida de lucha en condiciones desventajosas y precarias, iniciada 30 años atrás en los pantanos chontales de Tabasco, que llegó a la orilla de sus propios límites.
Consciente de que a partir de ahora nada podrá ser como antes, Andrés Manuel López Obrador, hablando como estadista, no como candidato, afirmó, casi al final de su discurso: “Vamos a hacer historia, vamos a inaugurar una etapa que será parecida a la Independencia, a la Reforma y a la Revolución, pero en la que haremos pacíficamente los cambios que necesita el país”.
Acompañado por el movimiento social que ayudó a construir, primero como dirigente de aldea, de región, después como número uno del mayor partido de la izquierda, antes de ascender al rango de actor protagónico en el escenario nacional, asumir el gobierno capitalino y convertirse en auténtica opción de poder que se sabe ganador ya de las elecciones presidenciales del domingo próximo, López Obrador repasó los puntos básicos del programa que desarrollará en lo que muchos ya describen como “su” sexenio. De manera directa, sencilla y explícita, condenó los peores actos de represión contra los pobres, cometidos, después de Tlatelolco, en nuestro tiempo. Luego de reiterar el compromiso de que bajo su mandato la fuerza del Ejército y de las policías no volverá a ser usada contra el pueblo, pronunció las palabras: “Acteal”, “Aguas Blancas”, “Atenco” y “Lázaro Cárdenas“.
Para sus seguidores no hubo nada nuevo en la formulación de las propuestas estratégicas: ahorrará 100 millones de pesos anuales gracias a la austeridad, la lucha contra la corrupción y la supresión de privilegios a los poderosos, en referencia no sólo a la pensión mensual del ex presidente Carlos Salinas, sino al hecho de que “en México los de arriba no pagan impuestos, y si los pagan se los devuelven”, observación que suscitó hilaridad, aplausos y gritos de júbilo.
A la izquierda del templete, colocado de espaldas al palacio donde nunca trabajó Vicente Fox, una gigantesca manta cubría la fachada del Antiguo Palacio del Ayuntamiento con una reproducción completa del escudo nacional, que devolvió a la serpiente los nobles genitales que desde diciembre de 2000 le mochó el panismo.
Y mientras López Obrador hablaba del resurgimiento del campo con la aplicación de precios de garantía y políticas de inversión y fomento, y de la indispensable revisión del Tratado de Libre Comercio para impedir que en 2008 nos invadan el frijol y el maíz estadunidenses; o mientras reiteraba que construirá tres nuevas refinerías para que dejemos de importar gasolina y otros productos petroquímicos; o mientras repetía que no privatizará Pemex ni la Comisión Federal de Electricidad, la llovizna acariciaba los paraguas que se veían como conchas de tortugas de colores en toda la plaza.
No pocas personas gritaban: “Aquí no hay acarreados”, pero la orgullosa declaratoria de espontaneidad colectiva no era del todo exacta, porque muchos ancianos fueron transportados por sus hijos, consortes o nietos en sillas de ruedas cubiertas de pegatinas con la imagen de AMLO.
La multitud comenzó a reunirse pasadas las dos de la tarde; para las tres, el Zócalo estaba al tope, lo que no detuvo el flujo de caminantes que siguieron entrando en la plaza por Madero, 5 de Mayo, 16 de Septiembre, 20 de Noviembre y otras calles, hasta que a las 17:49, cuando López Obrador cruzó la plancha hacia el templete, y fue bombardeado en el centro de la misma con un cañonazo de confeti amarillo, el gentío se había estacionado alrededor de Bellas Artes, y ya no podía avanzar más.
¿Cuántos simpatizantes acudieron en realidad? ¿Más de 300, de 400, de 500 mil? Qué importa. Cada uno era la viva imagen de la victoria, y cuando López Obrador dijo que hará cumplir los acuerdos de San Andrés, pocos lo aplaudieron, pero fueron más de los que batieron palmas cuando rindió homenaje a Cuauhtémoc Cárdenas, a quien protegió mencionándolo entre una lista de luchadores sociales formada por Othón Salazar y Rosario Ibarra de Piedra, Elenita Poniatowska, Fernando del Paso, Sergio Pitol y Carlos Monsiváis.
Sin desperdiciar palabras habló de sus contendientes, del cuñado incómodo, del impresentable del IFE y de los peligros de un fraude. Terminó su campaña con la frase emblemática de La Chaneca Berta Maldonado, y se retiró del podio aconsejando: “Sonríe, porque vamos a ganar”.
Felipe Báez
28 junio, 2018 at 8:30 pm
Doce años y sigue vigente este reportaje, las condiciones del País han empeorado, creciente Deuda Externa, menoscabado Patrimonio Nacional, incremento de pobres, en números absolutos y relativos, a pesar de todo Mx vive.
Morena Santa
10 marzo, 2019 at 10:53 pm
LAS PROFESIAS DE UN GIGANTE HECHAS REALIDAD
Morena Santa
10 marzo, 2019 at 10:54 pm
LAS PROFESIAS AMLO. DE UN GIGANTE HECHAS REALIDAD.