Durante esta cuarentena se nos están presentando cosas que parecía que sólo ocurrían en los cuentos o novelas de ficción. Más de 4 mil millones de trabajadores en el mundo se han quedado de manera forzosa en sus casas. Se ha repetido con mayor frecuencia la combinación de actividades laborales con domésticas, y en muchos casos, las olvidadas actividades familiares. Cientos de miles de escuelas permanecen cerradas, miles de obras de teatro y eventos musicales han sido canceladas. Como efecto del temor al contagio social que, de un día para otro, nos apareció.
En este escenario, no solo se ha paralizado muchas de las actividades económicas, también la respiración de varios miembros de la comunidad científica. La razón: la publicación de la obra más reciente de Stephen Wolfram, titulada “A proyect to find the fundamental theory of physics”, en el que se plantea el cumplimiento del deseo más ferviente entre los físicos teóricos: la elaboración de una teoría del Todo. Una especie de santo grial que le permitiría a los científicos saber cómo funciona el universo.
Por eso no es menor el revuelo que provoca el citado científico inglés, quien propone que el Universo funciona siguiendo una regla muy simple: una regla de evolución de un sistema a pasos discretos (tal y como se hace en computación, o en las mediciones de las variables económicas, que muestran el comportamiento de las variables de forma no continua), es decir, sobre un conjunto de puntos, que generan elementos matemáticos denominados grafos. Que no son otra cosa que una herramienta matemática de relaciones entre nodos. Puntos conectados con flechas.
Este planteamiento, sin duda impactará sobre otras ciencias. La económica, por ejemplo. Pues concediendo que la física es la ciencia madre del conocimiento científico, y ésta está abriendo el portal para demostrar que El Todo es mucho más que la suma de las partes, se invita a la comunidad científica a desmenuzar cada fenómeno hasta encontrar su realidad última. Dicho en otras palabras, se invita a los intelectuales a llegar a la raíz de los fenómenos: a volverse radicales.
En este sentido, que mejor que la ciencia económica para ser la primera ciencia social que plantee este acercamiento. Lo cual necesariamente nos lleva a sepultar de una vez y por todas, el error de nacimiento de los economistas neoclásicos: presentar las leyes del capitalismo como leyes naturales y eternas.
Algo tan limitado como plantear que la intensidad media del campo gravitatorio terrestre de la superficie del planeta tierra (la gravedad, pues), es la misma que se registra en todo el universo. Afirmación que sabemos que nos es verdadera al ver a los astronautas flotar en las expediciones realizadas al exterior de nuestra atmósfera. Además, si algo queda claro en el postulado teórico de Stephen Wolfram, es el planteamiento de que estamos en constante transición. Ya que la ley de sustitución que presenta como base del desarrollo teórico que realiza en más de 800 páginas, tiene puntos de encuentro con las bases metodológicas empleadas en el estudio la transición entre modos de producción, propuestas por Carlos Marx desde el siglo XIX y desarrolladas por algunos marxistas en el siglo XX. Y que hoy en día resultan de suma utilidad, ante el inminente fracaso del patrón de acumulación neoliberal, y la posibilidad de una transición de mayor alcance, dados los límites del capitalismo que cada día son más difíciles de ocultar.
Por lo que cierro diciendo que, así como el reconocido físico Stephen Wolfram está presentando a sus colegas nuevos métodos para hacer ciencia física, la teoría de la transición propuesta desde el marxismo, bien puede ser el comienzo de una nueva forma de hacer ciencia económica.
Felipe
25 junio, 2020 at 11:22 pm
Interesante artículo, ojalá pudiera dar luz para acabar con tanta desigualdad en el mundo.