Por: Hugo Alberto Rodriguez Barajas
“Y también vosotros cuya vida es actividad frenética e inquietud, ¿no estáis muy cansados de la vida? ¿No sois terreno propicio para la predica de la muerte?”
Zaratustra. De los Predicadores de la Muerte.
Prisionero
Cada mañana, el primer encuentro con la realidad suscita en él la acción de levantar los brazos y exhalar el humo para adorar a su dios. Él es Necrox y desde los 15 años es un predicador de la muerte.
Hay diferentes predicadores de la muerte; aunque existan los que adoran a una muerte cadavérica y santa, Necrox adora a una muerte simbolizada en su adicción: al levantarse fuma y muere, al atardecer fuma y muere, al anochecer fuma y muere. Según la sociedad es un enfermo, un adicto, según Nietzsche es un predicador de la muerte. Predica la muerte con su vida de adicción. Fumar y predicar son sus cantos.
Él, junto a otros adictos, son los predicadores de la muerte: son los renegados, fruto de una desintegración familiar masiva en la sociedad mexicana. No se ciñen a un autoridad, puesto que muchos fueron abandonados por sus padres. Buscando identidad y cariño, el barrio y las adicciones se presentan como las soluciones de sus problemas existenciales.
Necrox es un rebelde, ya que muchos discrepan de su predicación. Lo odian y lo aborrecen. Generalizan y lo hacen el protagonista de todos los delitos que existen en la ciudad, y es por eso que su predicación pública es condenada a un delito social. El predicar sus plegarias a la muerte fumando e inhalando es penado, y por ende, su predicar es clandestino. Su vida es clandestina. Por eso él predica solo en ciertos lugares. Unos lo llaman adicto, enfermo; otros loco o demente, yo lo llamo prisionero. Necrox es un prisionero.
Necrox recuerda esa sensación. La sensación de ser prisionero por predicar la muerte. Fue un 14 de febrero. Necrox tenía 18 años y ni si quiera se definía como adicto, simplemente se asumía como alguien que se divertía experimentando con drogas. Hacía mucho que le aburrían las clases, por lo que en ese momento se encontraba con su mejor amigo, el Greñas, afuera de la preparatoria 4.
En un local de aguas frescas bebían alcohol a escondidas mientras jugaban The King of Figther 2002 en las maquinitas de videojuegos. Él recuerda que el Greñas era un chacalero en las maquinitas. Necrox no pasaba por muy bueno con los quintos y combinaciones de ciertos personajes del videojuego, y eso hacía que perdiera repetidamente.
Cansado y enfadado de sus derrotas, Necrox le pidió al Greñas que se fueran, puesto que sus respectivas novias estaban próximas a salir de clases y ellos no habían buscado algún regalo. Sorpresa que al cruzar la calle venía arribando una patrulla policiaca que al verlos los detuvo. A Necrox le detectaron una yerba que según la legislación portarla en más de 5 gramos en la vía pública es un delito contra la salud. Fue esposado y llevado a un separo mientras se definía su situación jurídica.
Era su primera vez, estaba asustado. Junto a la patrulla en la que iba esposado, fueron subiendo más y más personajes, todo ellos miembros del mismo culto que Necrox. Muchos eran adictos que tuvieron la mala fortuna de no traer dinero para la mordida. Necrox fue recluido en una celda de alambrado al exterior, donde los rayos del sol le daban directamente. Ahí permaneció una hora.
Después lo introdujeron a los separos, pero antes una señora policía, nada intimidada, le pidió que se bajara los pantalones e hiciera dos sentadillas. Obedeció a la segunda vez que se lo pidió. Despojado de toda vergüenza, Necrox entró en una celda con otro reo que fue al segundo que subieron a la camioneta, posterior a su detención. Éste le aconsejó que se calmara, puesto que les quedaba una larga estadía, que a lo mínimo duraría 2 a 3 días.
Necrox se sintió agobiado. No había hecho nada, sólo fumar. Estaba encerrado en una celda, junto a 5 o 6 personas, lacerados por el frío del piso y asqueados por el excremento del único retrete en la celda. Tenía pavor de quedarse atrapado en ese lugar miserable. Su tío y su mejor amigo pagaron una fianza o más bien una cuota de 1500 pesos para liberarlo, puesto que la cantidad de yerba que poseía era mayor de la permitida, por lo que fácilmente podía ser etiquetado como un narcomenudista, algo mucho más difícil de solucionar. Su adicción provocaba problemas. Su culto tenía que ser clandestino.
La última vez que fue despojado de su libertad y hecho prisionero por su culto/adicción fue cuando tenía 20 años. Necrox trabajaba en el restaurante Santo Coyote. Venía de con su abuela que vivía en el centro de Tlaquepaque y partía a su casa para preparar su turno de trabajo. Al paso fue detenido y hallado culpable de portación masiva de marihuana. Nuevamente fue recluido, pero él, con más experiencia, sólo esperaba su salida. Sabía que tenía una mayor cantidad de yerba que la permitida, pero no se intimidó. Después de llevarlo a algún separo delegacional; pasaron algunas horas y lo trasladaron a la siguiente cuerda: a la oficina de la Procuraduría General de la Republica, situada en avenida la Paz y 16 de septiembre.
Ya allí contempló que todo el pasillo central olía a marihuana, pero no porque la estuviesen fumando, sino por los ladrillos decomisados que se encontraban en la entrada de ese lugar. Allí le tomaron datos y huellas, etiquetado como un masculino más que rinde culto a la muerte. Ya adentro, le toco dormir en una celda junto a 5 reos más. Dentro de esas celdas había una gama de identidades y personalidades que mantendrían a un psicólogo o a un sociólogo ocupados.
Necrox recuerda a un personaje, lamentablemente su nombre no, pero recuerda que él llegó por portar un par de pastillas psicotrópicas que según él las necesitaba, ya que tenía una enfermedad crónica. Para su suerte se tuvo que ir en la siguiente cuerda que iba a la Penal, puesto que en la declaración del ministerio público se describía que al momento de su detención tenía varias cajas para su venta. Fue algo que ni él se lo esperaba, puesto que solo traía un par de pastillas. Recibió la noticia y pidió dinero, porque la vida en la penal es dura, y un peso es la gloria en ese lugar: “algo muy valioso”, le comentaron a Necrox.
Otro personaje que recuerda Necrox es un gordinflón, parte del ministerio público. Para intimidarlo encerró a Necrox en una habitación por unos minutos. Al momento le dieron la opción de hacer una llamada. El gordinflón le exigió que, cuando llamara, le dijera a la persona que estaba detenido y que debía pagar. Eso le pareció muy extraño, puesto que él, con más experiencia, sabía que saldría pronto.
La voz de su madre en el auricular. Necrox le comentó que no iba a pagar, pero el gordo no lo dejó terminar la frase y colgó abruptamente el teléfono. La afrenta le costó un encierro inmediato. Y es que al gordinflón no le gustó eso que dijo. Fue arrebatado y llevado a un cuarto solo, que usaban como bodega de limpieza o de algo. Era muy pequeño. Lo primero que pensó es que lo iban a llenar de trancazos. Pero a los 3 minutos el mismo gordo le abrió la puerta y lo llevó a su celda.
Después, una linda abogada le trajo papeleos y le aclaró que era libre, ya que después de comentarle el suceso del gordinflón fue personalmente a investigar el caso de Necrox, y ella mismo pesó la cantidad de marihuana que traía, que era la permitida. Desde ese momento es más cauteloso al hacer sus rituales de culto.
Los Santuarios del miedo
Ya se he dicho de la cautela que Necrox tiene al realizar su culto y su predicación. Su devoción es individualista y oculta de la mayoría. Pero aunque él haya elegido esa forma de predicar, en este culto existen sacerdotes y clérigos con sus suntuosos Santuarios del miedo. Son esos lugares templos devocionales donde se distribuye toda clase de recitales para devocionar a la muerte. En esos santuarios uno puede conseguir mil y un maneras de divertirse con la muerte, desde drogas, hasta armas y todo tipo de cosas. Pero sobre todo, en esos santuarios se respira el miedo. En la comunión religiosa de este culto se ofrece y se digiere el miedo.
Necrox los conoce bien, puesto que para seguir en pie con su devoción y con su predicación, tiene que asistirse de la vieja confiable, la marihuana; y en estos santuarios son de los lugares que uno puede conseguir a esa compañera. Como consumidor asiduo, Necrox tiene la obligación de asistir regularmente a esos lugares, pero como persona, es una tortura mental acudir ahí.
Necrox recuerda que cuando asistía a la prepa, se juntaba en un barrio donde de vez en cuando uno que otro amigo empezaba su carrera como narcomenudista, Necrox admite que fue uno de esos incrédulos. Pero cuando pasaba eso, nadie en la esquina estaba tranquilo, siempre estaban con la paranoia de ser perseguidos, o por los policías, o por los delincuentes y sicarios que exigirían la plaza. Esta fue una de las razones por las que Necrox dejó de juntarse en el barrio, en la esquina, ya que estaba muy caliente el lugar: habían lanzado una bomba con anterioridad por la colonia. La bomba la habían echado a una narcotiendita, pero los delincuentes se confundieron y la lanzaron a un local de reciclado de metales que estaba enfrente.
Así con esos riesgos Necrox ubica un par de lugares en la ciudad donde confundidas con casas normales, reparten el paquete, lata, o envase a cambio de una remuneración económica, esto para seguir el culto. Pero el mejor amigo de Necrox, el Greñas es un devoto más apasionado de la muerte. A él le apasionan cosas más peligrosas, Necrox lo conoce desde la prepa y desde la prepa adoran y pregonan la muerte. Un día el Greñas lo invitó a tomar culto, pero no en cualquier lugar; el Greñas lo invitaba a un Santuario del miedo que él llamaba los baños: vecindades deplorables que se encuentran en el corazón de Tlaquepaque.
Entraron por un pasillo vigilado por una persona que los saludó, ya que debían tener invitación para poder pasar. En el momento que accedieron, el primer sentimiento fue de nausea y vómito, y así Necrox verificó el apodo del lugar por su propia nariz, los baños.
El Greñas, con la lámpara encendida de su celular, dirigió a Necrox hacia donde se encuentraba el altar principal de este suntuoso Santuario del miedo, pero antes se detuvo en uno de los cuartos de la entrada para saludar al clérigo mayor y dirigente de este santuario. Dejaron su oficina y el Greñas caminó a lugar buscado: un lugar clandestino para adorar.
Saludaron a todos los presentes. Ellos eran los que cuidan este santuario. Dentro de un cuarto de madera y aluminio, junto a viejos muebles, una cama vieja, una televisión y un altar a San Judas Tadeo, se encontraban cerca de 6 individuos, todos adorando a la muerte. Uno de ellos era el encargado, empleado del clérigo mayor y quien se ocupaba de las finanzas o diezmos que los adoradores dan a cambio de su material para seguir adorando.
Mientras unos preparaban un foco para poder fumar, otros inhalaban al rojo vivo un poco de cristal, unos tantos, entre ellos Necrox, fumaban yerba. Otros más, ponían dos rayas de un polvo blanco sobre un vidrio, prendiendo con un encendedor la parte de abajo, haciendo una reacción química en esos polvos. Después se enrollaban un billete del buen poeta para usarlo de puente entre el polvo y la nariz, siendo este inhalado y después uno podía hablar con dios, o con los dioses, o con sus demonios; Necrox no habló, porque ahí se respiraba el miedo.
Todos rendían culto inhalando y fumando, pero el miedo nunca desaparecía. Con cada llegada de un devoto consumidor, el miedo ceñía los sentidos de Necrox. Siempre atento de lo que pasara. Siempre platicando de lo cerca que la autoridad estaba para hacer prisioneros por el culto. Siempre esperando que llegue algún armado y se desate lo impensable. El miedo ronda nuestras cabezas, junto a los castillos al aire que uno se idealiza a consecuencia de ver tanta clandestinidad en un pequeño lugar.
Frente a míados y niños enmohecidos y semidesnudos jugando en la vecindad; un grupo de adoradores de la muerte se la pasaba fumando y acrecentando sus adicciones. Piedra, cristal, papeles, perico, toncho, tracas, pingas, de todo había para todos. Llegaban desde vagos que pedían un pase por diez pesos, hasta chavas muy lindas y jóvenes de clases más acomodadas que se precipitaban a entrar a este santuario.
Al igual que arribaban consumidores, llegaba gente mercante y empezaban a ofrecer celulares, relojes, ropa, armas, de todo, unos para deshacerse de eso; y otros más para poder continuar adorando a la muerte.
Después de haber gastado 200 pesos en la dama de blanco y 100 de un buen frio, el Greñas pidió a Necrox que se retiraran, ya que eran las 11 de la noche y las cosas después de las 12 se solían poner más densas. Más corres-peligro.
Varios de los adoradores se habían puesto de un mal genio, parte por la conversación y parte por adorar continuamente a la muerte. Las peleas, las heridas con arma blanca y hasta con arma de fuego son muy comunes ahí. Días antes hubo un retén de los policías porque habían asaltado a un muchacho y lo habían herido. Los policías entraron al santuario, pero los listos devotos no se arrodillaron a pedir a la muerte, ellos corrieron sobre las casas para escapar de la autoridad y de la prisión. El miedo que se respira en esos lugares seguramente les ayudó.