Por: Jorge Gómez Naredo (@jgnaredo)
Fotos: César Octavio Huerta (@zorrotapatio)
I
23 de junio 2016.- Gente se junta con otra gente. Vienen a decir que no, que eso que el gobierno está haciendo no está bien, no debe nunca hacerse. Que no es justo ni ético ni se vale.
El domingo policías intentaron desalojar a maestros que bloqueaban una carretera. Los medios tradicionales (televisión, radio y una buena parte de los periódicos) pronto se pusieron enojados: ¿Cómo es posible que los maestros causen tanto mal al país? ¿Cómo es posible que se les deje hacer eso, que no se les castigue?
El mismo domingo, por redes sociales, se supo que el desalojo (un “simple operativo”, según autoridades policiacas del gobierno de Enrique Peña Nieto) había dejado muerte. Había dejado sangre. Dolor.
Gente se junta con otra gente. Llegan a la Plaza de la Liberación, en el centro de Guadalajara. Se hablan algunos. Otras callan. Las cinco de la tarde.
Aquí nadie viene porque alguien lo acarrea. Y eso se presume. Se canta: “adelante / atrás / a los lados: / aquí no hay acarreados”). Aquí la gente llega porque quiere llegar. Porque está enojada. Porque no se vale que haya un gobierno que, además de inepto, sea asesino, que además de cínico, sea matón.
La ruta: calle Degollado, Avenida Juárez, vuelta a la izquierda en Federalismo, vuelta a la izquierda en La Paz, y en 16 de septiembre, vuelta a la derecha y llegada a las instalaciones de la Procuraduría General de la República.
Los chicos de la Normal Rural de Atequiza que vienen a la marcha están muy llenos de energías. Corren a cada rato. Gritan con fuerza consignas de los años setenta, o quizá de los ochenta. Consignas que están muy gastadas porque se han dicho en marchas y marchas hechas para cambiar un montón de cosas que no han cambiado.
Pero en voz de los chicos de Atequiza, esas consignas suenan, aunque gastadas, muy llenas de vida. Muy llenas de energía. Muy llenas de vitalidad y de rebeldía. Sí, especialmente de rebeldía.
Hay situaciones extrañas en este mundo de nuevas tecnologías. La gente en la marcha grita: “pueblo / escucha / también ésta es tu lucha”. Y las personas que mira la marcha, sin duda escuchan que esa lucha es su lucha. Pero no se unen. O muchas no se unen. Mejor extraen de sus bolsillos teléfonos celulares y comienzan a captar imágenes o videos de los manifestantes.
Así pues, de repente, la marcha (especialmente cuando va por la avenida Juárez, que es donde hay más viandantes) se convierte en algo así como un desfile de modas o una premier de cine donde, la gente que no se integra a ella, saca muchas fotos y videos. Clic, clic, clic, como si fueran artistas o cantantes los indignados que van gritando y portando pancartas. Y algunos de esos que no se unen y nada más miran sonríen y otros se quedan con cara de enojo. Y después, los que sonríen y los que se quedan con cara de enojo, se dan media vuelta y se van.
Para quienes se manifestaron ayer, para quienes marcharon, Enrique Peña Nieto es un asesino. Y Aurelio Nuño también. Y el estado mexicano ha cometido homicidios. Eso queda claro. Eso está muy nítido.
Para quienes se manifestaron ayer, no hacen falta más policías, sino que hacen falta más maestros, y con mejores condiciones de vida. Y maestros que puedan, con su sueldo, tener una vida digna. Porque es violencia que en México, a los maestros, no se les dé lo que merecen. No se les pague lo que debería pagárseles.
Para quienes se manifestaron ayer, los maestros de la CNTE no son asesinos, ni son golpeadores ni son holgazanes ni fraudulentos ni corruptos. No, al contrario, para los que se manifestaron ayer, los maestros de la CNTE están enseñando clases de dignidad, de lucha. Están educando: “el maestro, luchando, también está enseñando”.
Para quienes se manifestaron ayer, el domingo pasado fue un día triste. Un día de coraje. Un día de impotencia. ¿Cómo es posible que en México se mate a los maestros? ¿Cómo es posible que un conflicto que se puede solucionar o aminorar con el diálogo, termine con policías, armados hasta lo más posible, disparando a maestros y a la población?
II
La marcha de ayer no fue de pancartas solamente de letras. Sino que fue también de pancartas de imágenes. Habías los mensajes claros y en palabras: “+ maestros – policías”, “alto a la represión”, “el silencio mata”, “el diálogo de las balas no lo entendemos”, “estado asesino”. Pero también había muchas pancartas con imágenes. Imágenes que circularon por internet y que evidencian de forma contundente cómo la policía federal se convirtió en asesina.
A la marcha de ayer se llegó con pruebas contundentes. El motivo del enojo no es un “pudo haber sido”, un “me dijeron que lo habían golpeado, que lo habían matado”. No, el enojo proviene de imágenes fijas y en movimiento que evidencian de forma contundente la forma en cómo el estado mata. En cómo el estado asesina. En cómo el estado reprime a los maestros que educan.
Ante una imagen de un policía, con su escudo al lado, cargando un rifle y disparando a un conjunto de personas vestidas de civiles, las palabras sobran, y la indignación nace.
Una chica en un bar (de los que ubicados en segundo piso) está tomando una cerveza. De repente, comienza a cantar una canción pop de esas muy cursis y muy con letras fáciles. La canta-grita fuerte. Y sonríe y mira a los que están abajo como si fueran estúpidos que se ponen a marchar mientras la vida es linda. Mientras la vida es tan bella.
Los de abajo, los marchantes, se dan cuenta, y responden el canto (agudo y desentonado) de la chica con una consigna: “Tú que estás pisteando / también te están afectando”.
La chica no deja de reír, y continúa cantando la canción que dice algo así como “te extraño” o “eres todo para mí” o frases similares que resultan ser siempre todas iguales. La chica no se inmuta. Y ríe y toma un trago de su cerveza y mira a los de abajo como no entendiendo que, si la vida es tan bella, por qué se gasta en marchas y en manifestaciones.
Mientras esa chica grita y ríe y se enfrasca en discusiones con los manifestantes, un chico busca en un bote de la basura algo que pueda después vender. Traer una mochila toda gastada, un pantalón todo gastado, una camisa toda gastada, unos zapatos todos gastados, y no escucha que la chica de arriba canta y que los marchantes le responden. Él busca. Y encuentras una botella de plástico. La saca del cesto y se la lleva. Se va. La chica sigue cantando la canción cursi de letra fácil y sigue tomando de su cerveza, y los manifestantes avanzan de nuevo.
Cuando alguien va al estadio, a cualquier estadio, suele ser que escucha cantos machos de súpermachos muy machos, y los cuales tienen como consignan letras que discriminan a gays y mujeres. Por ejemplo, hay un canto que dice: “Qué lo vengan a ver / que lo vengan a ver / ése no es un portero / es una puta de cabaret”. El tono del canto, pese a todo, es muy pegajoso.
Ayer, un grupo de chicas estaba cantando con ese mismo tono una consigna muy pero muy distinta: “Que lo vengan a ver / que lo vengan a ver / ese no es presidente / es asesino, macho y burgués”.
La marcha fue también como un homenaje a los maestros. A los maestros que a pesar de la pobreza, educan, que a pesar de la adversidad, educan, que a pesar de todo el mal de este país, educan. A esos maestros que viven en situaciones denigrantes, a los maestros que luchan por organizarse para beneficiar a la educación. A los maestros que, en lugar de una reforma educativa, les quieren poner una reforma laboral que bien podría llamarse una reforma de esclavitud. Sí, la marcha de ayer fue un homenaje para esos maestros. Quizá la cartulina pintada con marcador negro que llevaba una chica con bata blanca sintetice eso: “Soy médica gracias a mis maestros”.
Los manifestantes llegaron a las instalaciones de la Procuraduría, y varios chicos con los rostros cubiertos de paliacates pintaron las puertas del edificio. Pusieron un “43”, un “CNTE”, un “Oaxaca”, y en el escudo nacional gigante que hay en el frontis, la palabra asesinos.
Hubo tensión cuando los chicos pintaban eso. Unos a favor. Otros en contra. No pasó nada. No se desbordó nada. Solamente varias personas salieron por las ventanas de edificio de la Procuraduría a mirar qué estaba pasando. Fueron recibidas con un: “a esos / mirones / les faltan pantalones”.
Nada pasó entre los manifestantes, pero entre los que pintaron, sí. Hubo una discusión muy acalorada sobre si era válido rayar el escudo nacional. Unos decían que sí, que había que pintar puertas y paredes y lo que fuera, pero no el escudo, porque el escudo representaba al país, a todos los mexicanos. Otros, en cambio, decían que no, que había que pintarlo porque eso indicaba rebeldía. Y la rebeldía, tarde o temprano, se iba a transformar en anarquía. Y ellos eran anarquistas.
No hubo acuerdo entre los chicos de los rostros cubiertos con paliacates.
Cuando se fueron los manifestantes, maestros limpiaron algunos de los rayones. La marcha, dijeron, era pacífica, de respeto.
Hubo discursos: de maestras, de líderes de organizaciones, de gente de la CNTE. Algunos escuchaban y algunos comenzaba a disgregarse. De repente, en un lugar de la concentración, empezó a sonar un ritmo de hip-hop, y un chico comenzó a cantar una canción. Solamente improvisación. La cantaba con fuerza, y a su rostro se le marcaban las venas del esfuerzo que le ponía a las palabras.
La canción comenzaba con las frase: “No me rendiré ante el gobernante…”
Se escucha muy bien.