“Si el mundo es capaz de dar a luz un verdadero compañerismo y una unidad, el amor, no el
matrimonio, será el único creador.”
Emma Goldman
Si bien gracias a la lucha feminista han mejorado las condiciones sociales de las mujeres a lo largo de la historia, uno de los grandes olvidos en dichos loables esfuerzos ha sido mantener intacta entre la colectividad, al menos en México, la idea del matrimonio como algo ideal, altamente deseable, fundamental en la construcción del plan de vida de cualquier mujer y como la evolución natural del amor.
Todavía en la actualidad la sociedad inserta en las niñas y en las jóvenes la idea romántica del matrimonio con toda su parafernalia, que involucra elementos mediáticos de etiqueta y moda para organizar pomposamente la celebración, religiosidad con su buena carga de prejuicios y de costumbres rancias, y una dosis vasta de irrealidad que lleva a las mujeres a concentrarse en lo glamoroso mientras que nadie les informa nunca de las injusticias patriarcales vigentes en dicha unión.
Así, muchas mujeres se casan sin saber que apenas se difumina la novedad y la pareja se instala en la cotidianidad, la usanza conservadora les asigna gran parte de las tareas domésticas pues aunque en la discusión actual se promueve que los hombres y las mujeres sean adultos igualmente funcionales con la capacidad de atender un hogar, en los hechos la limpieza, el orden, el continuo abastecimiento de los insumos, la preparación de los alimentos, la resolución de problemas en apariencia nimios y hasta la estética de una casa dependen de las mujeres y de sus habilidades multitareas.
Hay, sin duda, un costo alto y desproporcionado para las mujeres en el matrimonio que transita por diversos tipos de violencia. Por ejemplo, cuando ya hay hijos, se agrega al rol de servidumbre el desafiante trabajo de crianza que demanda la total atención, tiempo y energía de las madres y debería contar con el soporte pleno de una paternidad consciente, comprometida e involucrada; sin embargo, muchas mujeres llevan este proceso en soledad y en crisis emocional por la sobrecarga física y mental de trabajo y socialmente ni siquiera se hace una crítica a los hombres pues su desapego se considera parte de su naturaleza y se les justifica su voluntaria incompetencia en el cuidado de los hijos así como su incapacidad para observar los detalles.
Además, bajo cualquier contexto las mujeres están siempre sujetas a absurdos estereotipos y violencia mediática que las presionan a comportarse de cierta forma, a conservar con cualquier recurso su belleza pues deben estar presentables y bonitas, a prolongar ridículamente la juventud tratando de ocultar arrugas y canas con costosos tratamientos, y a mantener un peso y una figura “adecuados” para el gusto masculino sin importar que los tejidos se expandan con el embarazo y el cuerpo cambie inevitablemente al parir, así como los pechos al amamantar.
A lo anterior, se suma que en la actualidad las mujeres deben ser igual o más productivas económicamente que los hombres pues el esquema neoliberal requiere de al menos dos ingresos para la subsistencia de una familia, así que las mujeres cumplen con su jornada laboral en alguna empresa, vendiendo por catálogo, de dependientas en algún almacén, vendiendo en mercados o en tianguis, en las fábricas, de maestras o en cualquier actividad que le dé ingresos, soportando condiciones poco favorables, con escasas oportunidades de crecer profesionalmente o simplemente enfrentadas a los techos de cristal.
A pesar de que las mujeres constituyen un motor económico muy relevante, no por eso pueden construir un patrimonio propio del cual gocen ellas y sus hijos pues generalmente y aunque vivan en pareja sus ganancias irán al gasto de la casa, donde además a diario les espera la doble jornada de trabajo en los quehaceres domésticos.
De este modo, las mujeres experimentan una explotación más compleja y profunda pues no sólo tienen, como decía Emma Goldman (S/F) “…el mismo derecho que los hombres a ser explotadas, robadas y a ir a la huelga; incluso a morirse de hambre.” (p. 40) si la patronal opera con precarización laboral, sino que también el patriarcado ejerce un férreo control económico a diversos niveles dentro del núcleo familiar, ya sea quitando una buena parte del salario de las mujeres para las compras del hogar o, peor aún para las mujeres que por infortunio no trabajan, generando relaciones de poder y parasitismo al administrar a su total contentillo el dinero.
Otra de las desventajas en la unión conyugal es que la mujer se ve relegada en su identidad casi totalmente, ya que todavía hoy las familias se denominan con el apellido del hombre y los hijos lo siguen llevando en primer lugar, como si las mujeres fueran un mero repositorio capaz de crear vida, pero luego no merecieran ni siquiera la titularidad de una familia. En la Ciudad de México, apenas en 2015 se autorizó legalmente que si así se quiere se registren a los hijos con el apellido de la madre en primer lugar y el del padre en el segundo; sin embargo, por desconocimiento, por costumbre, porque los hombres no lo aprueban o porque es un reto desafiar los convencionalismos, se sigue otorgando el privilegio a los varones de que los descendientes lleven su apellido primero, aunque sea esta otra forma de invisibilización y minimización femenina.
Indiscutiblemente, otro ámbito marital de violencia es el sexual, ya que todavía muchos esposos consideran el cuerpo de sus compañeras como un objeto de su propiedad que pueden utilizar en cualquier momento para su placer, no para el de ella o al menos no prioritariamente, y la negación de las mujeres por cualquier causa a tener sexo no es bien vista pues en el imaginario se considera una obligación de por vida o hasta que los hombres así lo quieran.
¿Qué hacer entonces para combatir las agresiones descritas que la sociedad legitima y normaliza por pura costumbre? Protestamos, peleamos, resistimos en nuestros entornos personales, nos rebelamos contra la tradición machista y misógina, aunque luego se nos violente más señalándonos de “locas”, de “histéricas”, de “amargadas”, de “frustradas” o hasta se nos haga dudar de nuestra cordura.
Es innegable el poderío de las mujeres cuando se hermanan y de manera masiva salen a las calles a luchar contra las injusticias inacabables que padecemos; pero a escala pequeña, en lo familiar y lo comunitario, las mujeres debemos agitar, educar, hacer difusión y concientización de los sutiles micromachismos que se viven a diario y que constituyen una de las formas más grotescas de violencia contra las mujeres. Sigamos siendo incansables, soñadoras y fuertes hasta que el triunfo sea nuestro.

Amir Trujiman Triki
8 marzo, 2025 at 4:53 pm
Ese escrito es un capítulo de la rosa de Goadalupe.
Javier Gámez
9 marzo, 2025 at 7:53 am
Nada inteligente pudo salir de tu cerebro . Se llama opresión cotidiana, micromachismos o patriarcado familiar… Si entiendes esos conceptos ya será ventaja. La rosa de Guadalupe es pura frivolidad y reproducción de esa opresión hacia las mujeres, tal vez por eso te gusta verla.
LMR
8 marzo, 2025 at 9:56 pm
Mira Sam si no te gusta el matrimonio, los hijos, los quehaceres domésticos y convivir con hombres en general, te tengo una solución:
¡¡¡VETE A VIVIR SOLA!!!
Así haces lo que tú quieras, cuando tú quieras y con quién tu quieras en tu hogar.