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Fumando mariguana. Foto: Paloma López

Crónicas

Legalizar la marihuana: historia de un “adicto”

Por: Jorge Gómez Naredo (@jgnaredo)

Foto: Paloma López

I

26 de enero 2016.- Estábamos en un bar del centro de Guadalajara. Me dijo que saliéramos a fumar un cigarrillo. Lo seguí. Las calles estaban frías. Corrijo: no frías frías, sino frías para una ciudad que es aquejada todos los años por un calor brutal: hacían unos 12 grados sobre cero.

Saqué mi cajetilla de cigarros fresas-light. Le ofrecí uno y lo tomó de inmediato. Se lo puso en sus labios y ya cuando iba a encenderlo, se lo quitó de la boca abruptamente.

-Espera.

De una bolsa de su chamarra extrajo un pequeño envoltorio de plástico. Con delicadeza lo fue desenvolviendo. Era una pipa de madera.

-Ahora sí, préstame el encendedor.

Puso el fuego sobre el orificio más grande de la pipa. El olor a marihuana comenzó a impregnar la esquina donde estábamos. Ese olor tan característico. Tan lindo. Tan atractivo.

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Me pasó la pipa. Yo debía manejar el auto de regreso a casa y le dije que no, que prefería no fumar.

-Ta bueno.

Le dio unas cinco fumadas a la pipa y después volvió a poner en sus labios el cigarrillo que le había dado. El olor a marihuana se fue diluyendo en el frío de la noche.

Platicamos de del país, de la situación que vive la gente de a pie, de economía y de ciencias sociales. De proyectos que pronto se están concluyendo y de libros a escribir.

El tiró su cigarro cuando apenas se había consumado la mitad. Yo lo terminé completo.

–Es que casi no fumo– me dijo con una sonrisa que parecía una disculpa por desperdiciar un cigarrillo–. Ah qué frío está haciendo. Mejor hay que entrar.

Nos preparamos para ingresar. Iba a pasar yo, pero decidí que fuera él quien entrara en primero.

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-Pase usted doctor– le dije con cierta reverencia. No siempre uno platica con un eminente investigador en ciencias sociales–.

Chico con planta de mariguana. Foto: amigosdelcannabis/Flickr

Chico con planta de mariguana. Foto: amigosdelcannabis/Flickr

II

Cuando chico, mucha gente me decía que las drogas eran malas y que si acaso llegaba a fumar un cigarro de marihuana iba a quedar todo tonto, sin posibilidades de pensar más nada. Encender un canuto de mota era, me aleccionaban, el primer paso para morir o para terminar en la cárcel.

Descubrí que la marihuana no era como me contaban que era. Que no mataba a la primera fumada. Y que incluso después de muchas fumadas seguía sin matar. No cabe duda que muchas sustancias ilícitas afectan, y que hay gente que se vuelve adicta, y que pueden llegar a ser muy pero muy nocivas para la salud y el pensamiento y todo. Pero la marihuana no es el monstruo que muchos dicen que es.

Enfrente de una mesa con bastantes cervezas y algo de botana barata, el doctor en ciencias sociales que está de visita en Guadalajara se empina un refresco. No suele tomar alcohol. Habla con bastante lucidez. A pesar de haber fumado marihuana hace unos diez minutos, no ha comenzado a decir estupideces. En realidad es bastante coherente lo que menciona. Todos están atentos a sus palabras.

Jóvenes consumiendo mariguana en Chapultepec, uno de los corredores culturales de Guadalajara. Foto: Paloma López

Jóvenes consumiendo mariguana en Chapultepec, uno de los corredores culturales de Guadalajara. Foto: Paloma López

III

En México se está debatiendo si se legaliza o no el uso recreativo de la marihuana. Unos dicen que sí y otros que no. Cada rato se publican encuestas donde la “sociedad mexicana” se expresa. Unas encuestas dicen que a favor, y otras que en contra. Hay asociaciones que expresan su beneplácito porque se esté discutiendo el tema, y hay asociaciones que se persignan y presagian que, si se legaliza la marihuana, todo el país se vendría abajo.

El debate sobre la legalización de la marihuana no solamente es un debate sobre “adicciones”, sobre “salud pública”. Es también un debate económico y de seguridad.

¿Cuánta gente muere porque su hígado está hecho añicos por tanto alcohol? ¿Cuánta gente muere porque su cuerpo recibió decenas de balas en una enfrentamiento entre “miembros del crimen organizado”? ¿A cuánta gente le han cortado la cabeza porque defendía con saña y brutalidad el control de rutas de tráficos de drogas? ¿Cuántas ciudades dejaron de ser espacios vivibles porque entramos a eso que han llamado “guerra contra el narcotráfico”?

El Chapo ha sido capturado tres veces durante los últimos años. Miles de personas han muerto porque, no dicen las autoridades, estaban involucradas en el crimen organizado. Cabecillas han “caído”. Las cárceles se han llenado de “narcos”. Se han decomisado cientos de miles de mariguana, de cocaína, de morfina, de amapola y un largo etcétera. Y aún así, con esa muerte por todos lados y esas capturas y esos “golpes”, todo sigue peor.

¿Estamos ante una guerra perdida desde antes de declararse? ¿Quién fuma un cigarro de marihuana es un delincuente? Quien se involucra en el “crimen organizado” porque ni él ni su familia tienen nada que comer ¿es un deleznable ser que debe eliminarse de la faz de la tierra? ¿Acaso la estrategia para “acabar con la violencia” no ha dado muestras contundentes de ser un fracaso cruento?

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El doctor en ciencias sociales, camino al aeropuerto, me cuenta que suele fumar, de vez en cuando, un cigarrillo de marihuana. Su vuelo sale en unas tres horas. Irá a presentar una ponencia a Estados Unidos. No tiene cara de delincuente. Ni de asesino. Ni de adicto listo para ingresar en una sala de manicomio.

Jorge Gómez Naredo
Escrito por

Profesor en universidad pública. Fundador, junto con Jaime Avilés y César Huerta, de la Revista Polemón.

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