1,2,3…289…357…501…
Había más de medio millar de autos estacionados sobre la calle Marcelino Barragán, en las inmediaciones del Centro Universitario de Ciencias Exactas e Ingenierías, y aun no llegábamos al final de la hilera. “Qué desmadre”, dijo mi padre; supimos que sería iluso pensar que la aplicación de la segunda dosis de la vacuna contra el Covid-19 el miércoles pasado, para él y mi madre, fuera un picnic en auto como la primera vez.
El 27 de marzo de 2021, un hombre con un marcador nos designó el lugar 289 en una larga fila de automóviles que iba por toda la Calzada Independencia –desde las afueras del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara- hacia el Zoológico en Huentitán. Eran las 8 de la mañana. Para las 10 estábamos de regreso en casa con dos adultos mayores de 60 años ya vacunados con la primera dosis contra el virus que desde 2020 hasta ahora ha provocado la muerte de poco más de 218 mil personas en México (de estos decesos, 11 mil 853 han ocurrido en Jalisco).
García Barragán, Tlaquepaque, Niños Héroes… un auto tras otro y tras otro y ni un solo agente vial que nos informara por donde se movía la serpiente automotora. “Por allá, por allá sigue la fila”, nos indicó una señora desde el asiento de su Voyager vieja. “Fila en carretera a Chapala”, alcanzamos a leer en una cartulina pegada a un poste. Nadie pelaba aquel cartoncillo apenas visible a las 6:30 de la mañana del miércoles 5 de mayo.
Un agente vial en motocicleta hizo su aparición sólo para regañar a tooooodos los ahí estacionados. Aquí no es la fila, es en González Gallo. ¿A qué altura oficial? Arrancó y se fue para darle paso a ooootra patrulla de la policía vial. En modo perifoneo, otro agente: “La fila no es aquí, es en González Gallo”. Oiga, ¿a qué altura? González Gallo; así, sin más. Y González Gallo va desde allí donde se hace un relajo con carretera a Chapala, Niños Héroes y R. Michel hasta el Parque Agua Azul.
Sigue aquél, dijo la jefa. No, mejor por acá. González Gallo como si nada. Fluida. Hasta llegar al Parque Agua Azul. Pero ahí no había autos, sino cientos de adultos mayores a los que el sol ya los obligaba a taparse los ojos con los papeles que llevaban en la mano.
Sube por Revolución, ordenó el jefe. Los conductores igual de perdidos que nosotros aceleraban y se metían de un carril a otro. Que no nos ganen el lugar, ¿cuál lugar? Ni siquiera sabíamos dónde iba la fila y peor aún, nadie que nos diera norte.
Lo que presentimos. La misma columna de autos. De García Barragán, en Guadalajara, a Niños Héroes, en Tlaquepaque. Aquí ya quédate, otra vez mandó la jefa. Para las 8:30 el transporte público y quienes van a trabajar, le habían abonado más caos a la avenida. Lento, lento, hasta que el letrero “Juárez” pudo verse.
¡No, no, no, no sé quién dijo que aquí es, pero aquí no es, es hasta carretera a Chapala! Ahí, sobre la calle que lleva el apellido del Benemérito de las Américas, un oficial osó regañarnos. Entre el enojo de los jefe y el manto protector de la burocracia (un policía estatal escoltaba al agente vial), tuvimos que largarnos a regañadientes hacia la carretera a Chapala.
“Vete hacia el Tapatío y retorna, hasta allá está la cola”, me sugirió un amigo en un grupo de cuates y cuatas en watsapp. Carretera a Chapala, Hotel Tapatío, retorno. Una nata de contaminación obligó a subir los vidrios.
Vuelta en u, “pégate luego luego a la derecha”, dijo mi camarada. Saca la mano madre, con permiso, pídele chance a éste. Llegamos al carril sugerido. Intermitentes. Motor apagado. “¿Me puedes pasar mi lonche amá?”.
Notisistema llegó. Por la radio escuchamos al reportero José Luis Jiménez Castro minutos después. Los testimonios de dos o tres conductores delante de nuestro auto eran idénticos a los nuestros: llegaron temprano ahí al CUCEI, se formaron dónde, por iniciativa ciudadana, se había hecho la fila de autos, los mandaron a dar vueltas y vueltas hasta carretera a Chapala.
Cerca de las 9:30 de la mañana, comenzamos a avanzar. De volada, dijimos. Igual que en marzo, creímos. En la primera ocasión, en cuanto los autos caminaron, nada nos detuvo para llegar al CUAAD. Seguro esta vez sería igual, supusimos, porque hay que decirlo, en cuanto uno entra al plantel de la UdeG, parece que el reloj se acelera; los voluntarios universitarios hacen todo bien y en friega: dos toman los datos de cada persona a vacunarse, te preguntan si tienes equis o ye padecimiento y te explican breve y claro lo que sigue. Y lo que sigue es: dele ahí derecho, ahí le ponen la vacuna. Descúbrase el brazo y ¡zas! Entra la aguja en la piel y el líquido en la sangre. 30 minutos en observación y listo. Usted ya tiene la Pfizer en su cuerpo, el cual desarrollará anticuerpos contra el Covid-19. Felicidades.
https://twitter.com/Trafico_ZMG/status/1389969638231056390
El 5 de mayo no fue así por desgracia. La marcha de autos fue más lenta que el paso de una tortuga. De los agentes viales, ni sus luces. Brillaron por su ausencia. Ojo, a lo lejos se ve una patrulla. ¡Por fin, a poner orden!
#AlMomento: chofer muere atropellado…por su propio camión
“Tsss”… “pobre hombre”… “chingado, carajo”… Mis padres y yo soltábamos al aire, frases sin hilar, cuando pasamos al lado del cadáver y de los paramédicos.
Delante de un camión del transporte público, sobre la carretera a Chapala, a la altura del fraccionamiento Revolución, yacía el cuerpo de un hombre del que solo le vi los tenis negros; una toalla sucia lo protegía del morbo de los automovilistas que circulaban a centímetros de él.
“¡Pues pinche tráfico! ¡La gente se estresa! ¡Ocurren accidentes! ¡Es un desmadre esto, pinche pelón!”, exclamó mi padre (sobre el calvo se refirió al que vive en Casa Jalisco, ahí en la calle Manuel Acuña casi con López Mateos). Lo vi molesto, muy. Llevábamos arriba del auto desde las 6 de la mañana y ya pasaban de las 12 del día. Para esa hora, la espalda y el culo ya están sudados y es bastante incómodo; pinche trabajo estresante el de chofer de camión, pensé.
“#AlMomento El conductor de un camión de transporte público muere atropellado por su propio vehículo, sobre Carretera a Chapala, al cruce con Plan de Ayala, a la altura del Fraccionamiento Revolución #ReporteZMG”.
La captura del tuitazo la compartió otro amigo en el grupo de wats que tenemos. Ahí supe, según lo leído en ese medio y en otros, que al parecer el camión se descompuso, el chofer se bajó para ver qué onda y la máquina al final lo arrolló.
Sobre la carretera a Chapala, cada día, circula un promedio de 170 mil vehículos, de acuerdo con una nota del 29 de enero pasado del diario El Informador. El congestionamiento vial no solo es un asunto de muchos autos que complican la movilidad, sino también un asunto de salud pública: genera estrés, violencia, problemas respiratorios, como bien lo documenta Austin Frank en la nota “Atascado y estresado: cómo afecta el tráfico a la salud”, del 7 de febrero de 2019 en el diario estadounidense New York Times.
Nada arregla el gobierno
Estar dentro del plantel de la UdeG para vacunarse es un oasis luego de 8 horas metido en un carro, encabronado por el tráfico y por la ausencia de servidores públicos que reciben un salario pagado de nuestros impuestos pero que, cuando se les necesita, nomás ni sus luces.
El voluntariado universitario es una maravilla. Trabaja coordinado, de manera eficaz y eficiente. Quizá porque se avocan a lo que es: a poner una vacuna, a garantizar el derecho a la salud que marca la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en su artículo cuarto. Aplausos.
Lejos, en las oficinas donde se toman las decisiones, es otra cosa. En sus redes sociales, el gobernador Enrique Alfaro, de Movimiento Ciudadano, aprovecha la situación para darle un llegue a la Federación por el desorden generado (dicha desorganización solo se dio en materia de movilidad no así en la aplicación de la Pfizer). El rector de la UdeG, Ricardo Villanueva, entra al quite y le abona al decir que el Gobierno federal no ha querido instaurar el modelo exitoso con el que se vacunó a docentes en días pasados. Y la Secretaría del Bienestar responde, como bien lo consignó Partidero el 6 de mayo pasado: corresponde a autoridades estatales, municipales y universitarias, la habilitación de sedes.
No entiendo por qué para la segunda dosis de Pfizer en Guadalajara abrieron 4 módulos en vez de los 9 que hubo la primera vez. Mi papá y mi tío llevan ahí desde las 9 y ya ni saben si alcanzaron :c
— Sof(t) (@soficgv) May 5, 2021
La misma nota destaca que la dependencia fue informada que el CUAAD no había sido habilitado puesto que la misma Universidad le informó que el personal estaba de vacaciones. De paso, le tomó la palabra al rector y así, desde el viernes 7 de mayo el centro universitario ubicado en la Barranca de Huentitá funciona ya para la aplicación de la segunda dosis de la Pfizer. ¿Qué les costaba?
De regreso a casa, sintonizamos la radio; de nuevo José Luis Jiménez Castro en Notisistema.
-¿Carretera a Chapala?-, pregunta el reportero.
– No, porque me dijo el tránsito, iba yo formado por Niños Héroes y me dijo regrésate por Chapala, pero aquí estás perdiendo el tiempo desde las 6:00 de la mañana me regresaron y a hacer la cola aquí-, responde el entrevistado.
El reporte de Jiménez Castro en la radio nos ha dejado en claro una cosa a mis padres y a mí: el gobierno de Enrique Alfaro fue negligente al no destinar más agentes viales para organizar la larga fila de automovilistas que querían acceder a la vacuna contra el Covid-19, aquel día.
“Establecer, ordenar, administrar y regular las comunicaciones terrestres y los transportes en el ámbito de competencia del Estado”, es una atribución del gobierno estatal, así lo marca el párrafo II del artículo 19 de la Ley de Movilidad y Transporte del Estado de Jalisco.
-¿Y qué opina de esta logística?-, pregunta Jimenez Castro a un conductor.
– No, pues que está muy mal, no arreglan, no trata el Gobierno de arreglar nada, ni hacer las cosas bien.