Entre el periodismo y la militancia
En aquellos años -donde la izquierda partidista todavía portaba con orgullo el apellido socialista y el muro de Berlín se estaba descarapelado pero seguía de pie-, los camaradas, para entretenerse en debates interminables, se solazaban diciendo “dividámonos para invocar la unidad”. Y si había tiempo, también discutían “entre ser antisoviéticos o antiprosoviéticos” -que no era lo mismo-.
Y ahí, en ese contexto, estaba Jaime Avilés. Y lo estaba ya fuera como un militante más o bien ataviado de reportero con pluma y libreta de taquimecanografía en mano.
Desde ese filoso e imperceptible límite entre ambos oficios (el militante y el periodista), abrevaba de la reyerta doctrinaria de los congresos del Partido Socialista Unificado de México (PSUM) de inicio de los años ochenta, y detallaba en sus letras el inverosímil ecosistema político de la izquierda electoral, donde convivían pescados, dinos, renos, ratones y mapaches. Los pepinos se cosechaban en otra órbita de esa jungla.
En las elecciones de 1982 el PRI obtuvo la presidencia para Miguel de la Madrid Hurtado con el 70.99% de los votos, y lo hizo “aliado” con sus partidos satélite, los llamados “pepinosocialistas” (el Partido Popular Socialista -PPS- y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana -PARM- que también la rolaba en esa órbita).
Por su parte, el PAN tuvo el 15.68%; y la izquierda electoral histórica representada en el PSUM, con Arnoldo Martínez Verdugo, el 3.48%. El Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) con Rosario Ibarra de Piedra un encomiable 1.77%; y otro satélite, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) el 1.45%.
En 1983 Avilés, cronista como pocos, nos relató cómo al interior del PSUM no se discutía sobre la crisis económica y los efectos de las devaluaciones en el pueblo, sino que prevalecían las interpretaciones del credo moscovita, y solo algunas voces tímidas advertían que era un imperativo para el partido despojarse del dogmatismo y luchar por las causas del pueblo.
Cronista de un cambio de era
Las primeras crónicas de Jaime Avilés aparecidas en formato de libro fueron vía La rebelión de los maniquíes, en 1990. Sí, se comenzaron a difundir precisamente en el tiempo en que el sistema-mundo bipolar dejaba de existir para inaugurar la era de la aldea global, idealizada por el frenesí modernista de remar en canoas hacia el mar del segundo milenio.
Siguen siendo imperecederas las historias que nos contó Jaime sobre la represión de supuestos guerrilleros urbanos en el Naucalpan de los 70´s; el emblemático mundo citadino de simulación al amparo de Hank González; las blasfemias de Nicolás Zapata -el hijo del General Emiliano Zapata- que se negó a convalidar los hipócritas homenajes oficiales; y ampliando el lente regional de la cámara: el triunfo sandinista en Nicaragua; los crímenes de la dictadura ya ochentera en Chile; la invasión de Granada; y otros relatos de América Latina que Avilés narró con puntillosa maestría.
La rebelión de los maniquíes es un libro hermoso que recapituló la triste noche setentera, los intermedios del cambio de década, el resplandor-oscuridad de los ochenta con el fin del socialismo “realmente existente” y el peculiar despertar cívico y democrático en México.
La crónica de la vida política, Jaime la combinó con urbanohistorias -tipo Rockdrigo González- de los túneles del Metro, Garibaldi, Chapultepec y otros sitios mágicos de la vieja ciudad de hierro en el antes, durante y después de los sismos del 85.
Al Zócalo Jaime lo reseñó como pista de carreras de vochitos de colonias populares, con sus focos de frascos de nívea para verse morados por dentro.
Jaime también dibujó un país donde el Mundial de Fútbol de 1986 se convirtió en una panacea dionisiaca al grito de “duro con los belgas”. A tanto llegó la “fiesta nacional” que se toleraron excesos que casi tiraron el Ángel de la Independencia. Pero eso no importaba, pues era la fiesta de Cañedo y Azcárraga, los dueños de Televisa.
Activista de la resistencia
Inicia el nuevo milenio, el 2000, y Jaime Avilés se toca el bigote, parece nervioso. El auditorio está llenísimo. Muchas cosas han cambiado para seguir peor: en el mundo cayó el Muro de Berlín; en México, se desmoronó electoralmente el PRI, pero el neoliberalismo se afianzó con un sistema gatopardista: el PRIAN.
Es mediodía del 4 de marzo de 2005 en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Los rostros jóvenes y alegres de los estudiantes hacen sonreír a Jaime, que entre ansioso y divertido observa el bullicio. Comparte la mesa con el filósofo Enrique Dussel, quien está en su cancha y con su gente. También está presente el historiador Carlos Aguirre Rojas, furibundo neozapatista.
La convocatoria que llena el auditorio y rejuvenece la vida política de la UNAM es para hacer frente a un Golpe de Estado Preventivo orquestado desde las propias instituciones manejadas por el PAN. La intención de éste es simple: desaforar o destituir a Andrés Manuel López Obrador, jefe de Gobierno de la Ciudad de México y figura emergente de la izquierda. Sí, tumbar a la mala al puntero en todas las encuestas.
Jaime Avilés se entusiasma. Está ahí no solo en calidad de periodista, sino para decir con fuerza que está en contra el desafuero de AMLO. Se presenta como fundador de la expresión ciudadana denominada “Lado Izquierdo Opositor” o LIO, punto de encuentro de colectivos obradoristas hartos del régimen y también de sus personeros en el PRD.
Avilés toma la palabra, y frente a los universitarios, describe y alienta: “Ante el desafuero hay una reacción ciudadana que los grupos de ultraderecha no esperaban […] este esfuerzo colectivo no debe estar limitado sólo a la lucha contra el desafuero, sino a la construcción de un nuevo proyecto de nación, con metas más largas y ambiciosas…”
La gente le aplaude quizá por su insólita solemnidad, pues en los círculos de izquierda Jaime es ya un legendario irreverente y bromista orador, que en esta ocasión habla muy en serio.
Su columna, Desfiladero, se ha vuelto la ventana del movimiento que exige el respeto del derecho de los mexicanos a decidir su destino. Leerla cada sábado es el punto de partida para la organización independiente de los ciudadanos.
Jaime Avilés se enciende como todos los que asistimos a esa tibia mañana de filos, se motiva y escribe el siguiente sábado:
Es tan grande la insatisfacción material de los mexicanos -el dinero no alcanza, trabajo no hay para todos, las cosas suben cada 30 días, el hambre afecta a seis de cada 10 compatriotas- y tan profundo el vacío espiritual, que la gente ha descubierto en la lucha contra el desafuero pretexto y motivos para pasarla bien de otro modo, conociendo a otras personas, haciendo nuevas amistades, compartiendo preocupaciones y alimentando, por cursi que esto suene, una misma esperanza. Juntarse los sábados a pintar mantas, hablar de política ciudadana y planear acciones de protesta civil y pacífica, no sólo es barato y entretenido, sino que ayuda a mejorar el presente y embellecer el futuro.
El movimiento sigue extendiéndose. Ayer, durante la mesa redonda en Filosofía y Letras, se anunció la creación del Comité Universitario Contra el Desafuero, al que van a sumarse estudiantes, trabajadores y maestros de todas las escuelas de la UNAM, en una asamblea popular que se efectuará el viernes próximo a las 12 del día en las famosas “islas” del campus. Y ya sé que es una contradicción en los términos, pero lo que estamos viendo es una bola de nieve caliente que día tras día crece y crece”.
Los tiempos han cambiado, de aquella Nicaragua sandinista y remota de los ochenta, la izquierda recorre en 2005 toda Latinoamérica como un aguerrido fantasma contra el neoliberalismo.
En Uruguay, el 1 de marzo de aquel 2005, toma posesión Tabaré Vázquez, rompiendo 175 años de conservadurismo. En Brasil goberna Lula; en Venezuela Hugo Chávez; en Argentina Néstor Kirchner y en Bolivia Evo Morales se encamina a ganar todo. ¿Y México? En México los potentados no quieren que ninguna expresión de izquierda apareciera en la boleta electoral
Jaime Avilés acude los sábados en el SUTIN y organizando la resistencia. De cierta manera se escapa de sus libros y de sus propias crónicas indomables para cruzar la frontera de la historia.
Con su suéter estilo chincocuac o con una camisa blanca, pregona la toma simbólica de las casetas de cuota, organiza los actos sorpresa de la resistencia civil pacífica al desafuero y afirma alegre y sonriendo al futuro: “Hemos inventado una manta humana para hacer semáforos informativos y en la reunión de hoy aprenderemos a manejarla…”
Felipe
25 agosto, 2020 at 9:07 pm
Que hermoso, el acto heroico de Jaime, siempre estuvo al lado de AMLO, a pesar de su enfermedad.
Yolanda
4 octubre, 2024 at 5:49 pm
Hermosa crónica de un periodista que no conocí pero al que ya admiro y sigo.