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Opinión

El voto masivo será decisivo para profundizar la transformación de AMLO

Vivimos en un país con una Democracia incipiente. Históricamente, venimos de lo que Mario Vargas Llosa describió como “La Dictadura Perfecta”.

En 1976 el modelo de partido único quedo completamente agotado al presentar a José López Portillo como candidato único a la presidencia de la República.

Era tal el control hegemónico del PRI, que el candidato único tuvo la desvergüenza de comentar que con que su mamá votara por él, resultaría ganador de la contienda. El sistema político mexicano tuvo en esas elecciones una sacudida descomunal, pues se pudo ver a todas luces que el nivel de Democracia en México era mínimo y que los reclamos de la sociedad, agraviada en aquel momento por la reciente matanza de Tlatelolco y el “Halconazo”, ponían en duda la supuesta estabilidad con que contaban los gobiernos emanados de la Revolución.

Fue, hasta la “caída del sistema” en 1988 que la nación entera se estremeció hasta sus cimientos. La imposición de Carlos Salinas de Gortari en la presidencia de México hizo impostergable la alternancia. El otrora partido único vivió un cisma por las pugnas partidistas, que culminaron con la muerte de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruíz Massieu.

Fue en aquellos años (1990) que se creó el Instituto Federal Electoral, antecesor del actual INE, que serviría para certificar las elecciones -antes en manos del Colegio Electoral de la Secretaría de Gobernación que, en ese papel; era juez y parte- y serviría como un gestor del equilibrio entre poderes, también para legitimar un sistema político agotado, pero que al mismo tiempo tendía hacia el dinamismo. Si bien faltaba aún mucho para la alternancia en el poder público -particularmente en el ejecutivo- se daba un paso importante en esa ruta.

Durante los siguientes años, nuestra Democracia fue madurando a marchas forzadas. La pirámide poblacional cambió drásticamente y nos convertimos en un país de jóvenes con una ideología donde predomina la opción política de “centro-izquierda”.

La imposición de Felipe Calderón en la presidencia de México, terminó por concientizar a un enorme sector de la ciudadanía. Las decenas de miles de muertos y desaparecidos de su sexenio, el supuesto crecimiento conseguido a base de deuda externa, la condonación de impuestos y la consiguiente inequidad en la distribución de los ingresos, así como una administración marcada por una corrupción que habría de continuar Enrique Peña Nieto, dio por resultado un nuevo rompimiento con las viejas estructuras y un profundo deseo de cambio.

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Felipe Calderón entregándole la banda presidencial a Peña Nieto.

Las elecciones de 2018 estuvieron enmarcadas en una nueva “guerra sucia” contra el candidato Andrés Manuel López Obrador, que continuaba -como en elecciones anteriores- con un 30% en las preferencias electorales.

Durante ese proceso electoral, hubo dos momentos que marcaron para siempre la contienda:

1. El segundo debate en Tijuana, Baja California donde el candidato de Morena resguardó su cartera de Ricardo Anaya.

2. Cuando Enrique Ochoa Reza -entonces dirigente nacional del PRI-, seguramente después de un maratón de películas de Rambo, acusó al hoy presidente de México de estar recibiendo apoyo “ruso” para ganar la elección.

En una jugada maestra, López Obrador hizo un video desde el puerto de Veracruz donde -entre risas- dijo estar esperando “el submarino ruso” que le llevaría oro y que a partir de ese momento se llamaría “Andrés Manuelovich”.

Fue, gracias a la “rusofobia” de Enrique Ochoa Reza y a la forma en que el actual presidente tomó el comentario, que el “65% de las personas con universidad o más prefirió a Andrés Manuel sobre los otros candidatos seguido del 59% de electores con preparatoria, es decir, fue el candidato con mayores preferencias entre los votantes con más escolaridad“, y fue donde realmente despegó su campaña y subió de su histórico 30% a más del 50% en las preferencias electorales, pues el universitario promedio sabe que el Muro de Berlín cayó en 1989 y todo el bloque soviético en 1991.

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Curiosamente, -y a pesar de ese descalabro- muchos de los “intelectuales” opositores al régimen actual, siguen apostando al fantasma del “comunismo” como arma contra el presidente.

Este año, más de 90 millones de mexicanos podremos participar en la elección más grande de la historia. Elegiremos más de 21 mil cargos que incluyen 15 gubernaturas, la totalidad de la Cámara de Diputados, 30 Congresos locales, además de ayuntamientos, regidurías, sindicaturas y juntas municipales.

Una mujer vota en las elecciones del Estado de México. Foto: Rebecca Blackwell/AP

Históricamente, las elecciones intermedias tienen una participación de poco más del 50% del electorado. En esta ocasión, aunque el presidente de la República cuenta con una aprobación de más del 60% es probable que el Movimiento que lo llevó a Palacio Nacional no alcance el mejor de sus resultados.

La oposición, aglutinada en torno a Claudio X. González y al Consejo Coordinador Empresarial, apuestan por hacerse del control de la Cámara de Diputados. Pretenden poder adecuar el Presupuesto de Egresos de la Federación conforme a los intereses que defienden.

Este año es fundamental para poder profundizar el cambio que ya se logró en 2018. La autoridad electoral -abiertamente anti AMLO- será determinante en los resultados de la contienda.

Lorenzo Córdova, consejero presidente del Instituto Nacional Electoral y otros consejeros, en abierta violación a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos continúan obteniendo remuneraciones 60% más altas que las del presidente López Obrador. 

En esa tesitura, los consejeros no dudarán en cargar los dados hacia quien les pueda garantizar continuar con esos emolumentos.

En la Democracia -en el juego democrático- se gana y se pierde. En México, la oposición ha demostrado su irresponsabilidad y su talante antidemocrático. En estas elecciones, apuntan a seguir con una campaña de odio, desinformación y “fake news”. Por fortuna, la ciudadanía ha estado a la altura de las circunstancias y la desinformación ya no es determinante para los resultados electorales.

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En este 2021, las elecciones nos costarán más de 20 mil millones de pesos, esto es, garantizar que todos y cada uno de los mexicanos inscritos en la lista nominal cuenten con todos los elementos para ejercer su derecho a votar y ser votados.

La época de partido único, donde bastaba un solo voto para imponerse quedó atrás.

Hoy las contiendas electorales se han vuelto muy competitivas y el abanico de opciones es muy amplio. Hay de todo y para todos.

Somos una democracia nueva, sin embargo, hemos crecido mucho como ciudadanía responsable. El destino que elijamos deberá ser -invariablemente- pacífico, ordenado y de libre elección.

 

Evitemos caer en violencia -propia o inducida- y los discursos de odio.

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Impidamos que la desinformación, las noticias falsas y la animadversión se adueñen de estas elecciones.

Salgamos a votar para refrendar nuestro apoyo al gobierno o en su caso a manifestar el legítimo desacuerdo con la actual administración.

En Democracia las diferencias deben de dirimirse de forma pacífica y en las urnas.

Cualquier otra vía es impensable.

Votemos de manera responsable.

Alejandro Cardiel Sánchez

Estudió Ciencias Políticas y Administración Pública en la UNAM. Cuenta con estudios en Marketing Político Electoral y Minería de Datos. Colaborador en el Podcast semanal de Radio Chairo.

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