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Cultura

El violín de Engels, a 200 años de su nacimiento

A pesar de tener diferentes orígenes y provenir de diversas disciplinas, conceptos como alienación, lucha de clases, plusvalía, acumulación de capital, materialismo histórico, relaciones sociales de producción y dictadura del proletariado son nociones que, por lo habitual, se adjudican al genio de Marx.

Sin duda, Karl Marx ⎼a un mismo tiempo filósofo, profeta del reino de la libertad y artista de la demolición⎼ preside el paraninfo de pensadores comunistas. Friedrich Engels, en cambio, siempre aparece en segundo plano, como el amigo, el colaborador: el rico y paciente mecenas que, sin rezongos, se dedicó a mantener a Marx y su parentela.

A menudo, el pensador nacido en Barmen asoma como un actor secundario en la gestación de la llamada “utopía marxista”. Para muchos, la tarea de Engels ⎼a quien incluso se le ha llamado, desdeñosamente, “intérprete”, “difusor” y hasta “escribano”⎼ consistió simple y llanamente en resumir y ordenar el legado filosófico de Karl. Así, la imagen de un Engels abrumado, tratando de organizar las notas, cartas, apuntes y manuscritos de su amigo Marx ⎼que, por cierto, escribía en un estilo sombrío y con unas auténticas patas de araña⎼ es un lugar común dentro del anecdotario comunista.

En su biografía sobre Marx, Isaiah Berlin, de hecho, sugiere que el impávido Engels, pensando en que alguna vez recibiría un poco de la notoriedad de su amigo, se dejaba someter pacientemente por el genial Karl: “Su destreza para escribir rápida y claramente, su paciencia y lealtad ilimitadas, lo convirtieron en ideal aliado y colaborador del inhibido y difícil Marx, cuya redacción era a menudo desmañada, sobrecargada y oscura. Engels no deseaba mejor destino que vivir a la luz de la enseñanza de Marx, pues percibía en él un hontanar de genio original que comunicaba vida y objeto a sus propias dotes peculiares; con él identificó su vida y su obra y obtuvo la recompensa de compartir la inmortalidad del maestro”.

No debe sorprender que el politólogo Isaiah, admirador de Marx (y judío, como él), escribiera tan desdeñosamente sobre Engels, a quien incluso llegó a referirse como un “empresario que intentó probarse un falso disfraz de comunista… que nunca le quedó”.

El mismo Friedrich se encargó de relativizar su papel histórico frente a la “prometeica figura de Marx”. Recordemos que en una carta dirigida al filósofo (e incipiente psicólogo) Conrad Schmidt, Engels acuñó una de las frases que a la postre le serían más lacerantes ⎼e incluso utilizarían los “marxistas puros” para menospreciarlo⎼ sobre la relación con su amigo: “en vida de Marx siempre toqué como segundo violín”.

Otros tantos biógrafos, amigos de la caricatura y el reduccionismo, han querido representar a Engels y Marx como amigos que siempre trabajaron codo a codo, inseparablemente, y sin enfrentar ninguna divergencia. De acuerdo con esto, sus propias vidas se desarrollaron en una simbiosis permanente. Pero no fue así. Aunque ambos pensadores protagonizaron una de las amistades más francas y generosas ⎼cuando el ánimo de Marx desfallecía, Engels lo animaba; y cuando la voluntad de éste periclitaba, el otro lo alentaba⎼ lo cierto es que su relación no estuvo exenta de tensión y discrepancias.

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Antes de llegar a conclusiones políticas semejantes, ambos filósofos protagonizaron serias controversias. No hay que olvidar que, en noviembre de 1842, el primer encuentro de Engels y Marx fue bastante áspero. El editor, Karl Marx, que en ese entonces era un joven medroso y apocado, se topó en la redacción de la Gaceta Renana (Rheinische Zeitung) con un amigo que acompañaba al viejo Max Stirner: Friedrich Engels, un muchacho locuaz y pendenciero que, según dijo, pretendía colaborar con artículos beligerantes en la recién nacida Gaceta.

De inmediato, el escrupuloso Marx, mesándose aquellas espesas barbas que le cubrían el cuello y le daban el aspecto de un Goliat, se pronunció en contra de lo que llamó “artículos radicales” y objetó al rijoso Friedrich explicándole que los estatutos de esa publicación expresaban una postura favorable al gobierno prusiano. Lo cierto es que Karl, que en aquella época escribía glosas sobre conceptos filosóficos abstractos, en realidad temía que los dueños del periódico, unos comerciantes liberales de Colonia, al ver publicados textos como los que el alebrestado Engels proponía, decidieran retirarles el apoyo económico o, de plano, cerrarles el changarro.

Los jóvenes Engels y Marx no sólo eran muy distintos en lo que tocaba a su formación política y teórica, sino que ambos entendieron el comunismo de manera bastante diferente. Engels ⎼que repudiaba sus orígenes burgueses y soñaba convertirse en poeta, buscando solaz en la obra de Heine, Tieck y Novalis⎼ conectó muy bien con los postulados del socialista utópico Robert Owen y nada sabía en ese momento sobre Georg Wilhelm Friedrich Hegel, inspiración central de Marx.

Friedrich, además, era de los que creían en compartir la propiedad. Karl, no. El ideal de Marx, en todo caso, se remontaba hacia los primitivos cazadores y recolectores que habían vivido en una época de abundancia, donde, claro, había más recursos que personas.  De ahí que Marx ⎼siguiendo, casi a pie juntillas, los postulados de su admirado Adam Smith⎼ pensara que el concepto de propiedad fuera, en sí mismo, un término aberrante, puesto que es algo que sólo surge entre los seres humanos cuando hay carencia o exigüidad.

Más allá de sus patentes diferencias teóricas e intelectuales, el facundo y dinámico Engels fue el encargado de introducir al tímido Marx ⎼que era dos años mayor que Friedrich⎼ al mundo del movimiento obrero inglés y a los círculos revolucionarios comunistas en Europa.

Y es que Friedrich Engels (28 de noviembre de 1820 – 5 de agosto de 1895) no fue el hombre impasible que muchos imaginan. Al contrario: fue un tipo inquieto, irónico e impulsivo. Amante de la cacería y la equitación, al mismo tiempo, se dio espacio para leer poesía, estudiar filosofía, escribir aceptables obras de antropología y estudiar idiomas (además de conocer estupendamente bien el alemán, su lengua materna, hablaba inglés perfectamente y redactaba cartas en francés, italiano, español y portugués).

Engels, a los veinte años, ya se había revelado como un muchacho mujeriego, lenguaraz, inteligentísimo y de pluma bastante prolífica. Antes de conocer a Marx y de haber publicado su célebre estudio sobre las condiciones de vida de los trabajadores en la Inglaterra victoriana: La situación de la clase obrera en Inglaterra, ya había escrito algunos prístinos ensayos sobre el comunismo que, entre otros temas, encaraban críticamente la filosofía dialéctica, la economía política y la economía clásica.

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En esa época, inspirado por sus lecturas de los alemanes Schiller y Goethe, y de los ingleses Byron y Shelley, también escribió una buena cantidad de poemas satíricos, odas líricas y canciones. Dueño de un estilo punzante y de una gran intuición crítica, Engels participó en incontables disputas periodísticas, debates culturales y polémicas filosóficas. Asaz lector del teólogo y crítico literario alemán Johann Gottfried Herder, por otra parte, Friedrich redactó un buen número de retratos literarios sobre poetas, filósofos y comunistas. Sus estampas, que mostraban una mordacidad que no carecía de creatividad, tenían como principal objetivo satirizar a ciertas teorías y personajes con los que no congeniaba. Así, para Engels, los mercantilistas y los fisiócratas no eran más que “unos aburridos contratistas aplastados por su obra”; Friedrich Schelling “un bocaza que no tiene reparo en saltar al fango si recibe buena paga”; y Giuseppe Mazzini (uno de sus antiguos mejores amigos) “un afable y terroso sujeto que sólo admite discutir enlodándose en una ciénaga”.

Ahora bien, El Manifiesto comunista ⎼que en teoría fue escrito a dos manos, por Engels y Marx⎼ en realidad fue redactado, editado, prologado y difundido, casi en su totalidad, por Friedrich. Gracias a la vena poética que siempre inspiró la pluma de Engels, el Manifiesto logró convertirse en algo más que una mera declaración pública de principios e intenciones. En este documento, donde encontramos, de manera condensada, los principales razonamientos del marxismo: “Toda la historia de la humanidad… ha sido una historia de luchas de clases, de luchas entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas… de la explotación y opresión, de todas las diferencias y luchas de clases”, fue redactado, corregido y editado acuciosamente por Engels. Marx, en una de sus versiones finales, sólo participó en la revisión del manuscrito.

Y justo porque Engels fue el encargado de sintetizar y poner en claro las ideas crípticas de su amigo, el Manifiesto es mucho más que una proclama contra la burguesía, como quería Marx. Las imágenes que Engels utiliza para describir a los obreros poseen una gran dimensión lírica: esos “soldados rasos de la industria” que, además de haber sido “obligados a venderse a trozos [por los burgueses]”, yacen sumergidos en “el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas”.

Más que un programa político o un documento histórico, Engels (que justo hoy cumple dos siglos de haber nacido) siempre pretendió que el Manifiesto ⎼donde ya se sabe que “un fantasma recorre Europa”⎼ fuera considerado como una “epopeya del proletariado”. Y realmente consiguió su cometido. En la actualidad, el Manifiesto, que ya tiene una escasa importancia como programa político, en cambio, mantiene intactos aquellos atributos literarios que le han granjeado la intemporalidad (y acaso la posteridad) de la que goza.

De ahí que hoy muchos ideólogos neoliberales se sientan tan angustiados al ver que distintas sociedades están volviendo sus miradas hacia figuras como Engels y Marx. Y, no obstante, es comprensible que así suceda: en momentos de trances penosos y de crisis, aparte de querer entender lo que está ocurriendo en el entorno, las personas comienzan a indagar en diferentes direcciones, con el fin de saber si existen otras alternativas y en qué consisten. Y justo porque que Marx y Engels redactaron una asombrosa y epopéyica enmienda al sistema capitalista, hoy de nuevo en crisis, el ánimo colectivo, una vez más, está revisando el Manifiesto comunista, obra del filósofo y poeta Friedrich Engels y, claro, de su encumbrado amigo Karl Marx.

Ricardo Sevilla
Escrito por

(Ciudad de México, 1974) es periodista, escritor y crítico literario.

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