Los constantes y sistemáticos esfuerzos de la vieja clase política por encontrar nuevos nichos de negocios al amparo del Estado fueron tan profundos que la “corrupción” se posicionó como el tema central de la narrativa de la cuarta transformación. El saqueo fue tan sistemático y estructural que absolutamente nadie en este país puede negar que este fenómeno es, efectivamente, un tema primordial de nuestra historia contemporánea. Lo que aquí quiero plantear es que es necesario evolucionar la discusión hacia el concepto de “corrupción económica”, esto porque no sólo es necesario diagnosticar la enfermedad, sino analizar los distintos aspectos y situación particular del cuerpo social, con el objetivo de formular el tratamiento para resolver los problemas.
No está de más tener presente que el Estado refleja las políticas o mecanismos que decide una sociedad para recuperar la salud de este cuerpo colectivo. Es importante no confundir gobierno con Estado, aquél es la síntesis ejecutora de la resolución pública y colectiva del rumbo que debe tomar el país, la ética pública toma cuerpo gracias a esta forma deliberativa. Otra advertencia medular: lo económico no se refiere a las ganancias o a la cantidad de empleos sino a la calidad de la vida en colectividad. No se trata de crecer en lo abstracto para después ver cómo repartir, sino de cómo lograr que la reproducción económica no se vuelva contra el humano y la naturaleza.
Una vez haciendo esta precisión de términos, planteo que la corrupción debe entenderse como “corrupción económica” como el proceso mediante el cual una minoría toma control absoluto del Estado para tomar decisiones de aprovechamiento particular. El desconocimiento del principio democrático, la voz de población, es una falta ética, pero además tiene una segunda atenuante: es llevado a cabo ex profeso. Hay una intencionalidad clara de burlar la potestad democrática e imponer sus decisiones de facción privilegiada. El que sea intencional y con conocimiento de causa lo convierte en una corrupción estructural, el periodo neoliberal, por tanto, edificó una corrupción económica cuyas políticas eran deliberadamente, en pro de los privilegios de un grupúsculo.
Esto cobra relevancia debido a que las leyes y las prácticas de la Administración Pública Federal cobraron una impronta que permitía ejecutar grandes actos de corrupción, no hablamos aquí de los actos particulares sino del clima generalizado: el ecosistema institucional de corrupción. Debido a esto, hace falta que comprendamos las situaciones híbridas donde hay que distinguir entre los actos mismos con el sentido o espíritu institucional que se hizo a imagen y semejanza de los tres principios del neoliberalismo: desconfianza, individualidad y privilegio.
El reto para la Cuarta Transformación es, además de reconstruir las distintas vejaciones a la ética pública, me refiero a los atracos a despoblado sobre la riqueza pública, necesita construir una narrativa sobre el tipo de Estado que se busca tener bajo principios de confianza, solidaridad y equidad.
La Administración Pública Federal, por ello, necesita ser pensada públicamente para comprender no solo la violación a la ley, sino comprender lo corrupto que existe en las distintas leyes, aunque sean perfectamente “legales”. La corrupción económica devela que para poder reformular el Estado, la APF o gobierno federal necesita también transformarse en su organización nuclear. Hasta ahora se ha tomado el gobierno, pero no el Estado. Avances hay muchos, pero hace falta enunciar con meridiana claridad -y sentido de conjunto- las nuevas políticas fiscales y monetarias que se comienzan a aplicar para hacerle justicia a la ética pública emanada del proceso electoral de 2018, se trata de darle cada vez más cuerpo e identidad a lo que denominamos Cuarta Transformación.
Felipe
21 julio, 2020 at 10:47 am
Ojalá todos aquello que recibieron bienes de la nación de manera irregular, los devuelvan y eviten sean exhibidos como traficantes.