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Crónica desde el Tren Maya, la obra estelar del Presidente AMLO

Por: Lucía Castillo y Ricardo Delgadillo

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En el sur de México amanece antes. Aún no dan ni las 6 de la mañana y el calor ya abraza la piel. Pero aunque el sol aparezca primero en la capital de Yucatán, ese lugar había sido el último rincón del país al que un presidente hubiera volteado a ver. Un día, un hombre de cabello cano entendió el abandono del sureste y emprendió un camino para dignificar nuestros ancestros mayas.

En la periferia de Mérida el tiempo pasa distinto entre sus habitantes. Los que nacieron ahí, acostumbrados a vivir, soñar y trabajar con calma, y los nuevos vecinos que participan en la recuperación del esplendor turístico y económico que alguna vez tuvo este lugar.

Es como una patria chica entre oaxaqueños, chiapanecos, jaliscienses y veracruzanos. Entre Caucel, Kanasin, Tixkokob y Motul, se ha formado un México chiquito.

Así como amanece primero, los habitantes de este México chiquito inician muy temprano su jornada como trabajadores del tramo 3 del Tren Maya que conectará a Mérida con Quintana Roo, cuyas obras pronto concluirán. Salen de prisa de su casa vestidos con botas de uso rudo, casco, el chaleco insignia del proyecto y hasta sueter.

Salimos desde temprano a Tixpehual, un municipio ubicado a 20 minutos del centro de la capital yucateca por donde pasará el Tren Maya. Sentimos el calor peninsular y cuando llegamos a la zona de construcción, escuchamos una serie de conversaciones que se dan muy a menudo:

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—Hoy tocan los colados.
—Este fin de semana me toca la guardia de la noche en el campamento.
—La próxima semana toca tendido de vía.
—Esta semana no voy a descansar, son las conversaciones entre algunas de las miles de personas que llegaron a trabajar en la obra.

Para ellos y para quienes habitan en los estados en cuestión, la estabilidad económica al igual que el Tren Maya llegaron para quedarse.

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Las vías del tren, cubiertas de zacate por el paso de los años, guían el arroyo de la calle y sirven de banqueta a los pobladores del pueblo de Tixkokob el cual creció por los ramales. Cuando el ferrocarril se fue, los habitantes de la zona pusieron sus casas sobre el derecho antiguo de la vía. Los rieles están al pie de las casas en ese municipio de Yucatán, donde hace más de dos décadas no pasa un tren con pasajeros. Alguna vez tuvieron dos estaciones que hoy cumplen una función totalmente diferente: una fue convertida en capilla religiosa y la otra transformada en la concha acústica del Teatro Esperanza.

Los habitantes de este pueblo construyeron a ambos lados del paso de las vías del tren creyendo que ahí nunca más transitaría una locomotora. Hasta que llegó el Presidente Andrés Manuel López Obrador y anunció el Tren Maya. Al principio, los pobladores tuvieron miedo de que el gobierno, como sucedía en el pasado, los despojara de sus propiedades con violencia, los expulsara por invadir el derecho de vía y los dejara en la nada. Sin embargo, eso no sucedió. Conscientes de la situación de la gente, el paso del Tren Maya fue desviado a las afueras de Tixkokob. Una muestra de que se puede mejorar la infraestructura de un país sin destruir vidas ni violar los derechos humanos de sus habitantes.

Teatro Esperanza, antes estación del tren en Tixkokob

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Los lugareños de estas tierras observan ya como parte de su paisaje diario el paso de los vehículos en los que se trasladan las personas que laboran en el tren. Una de las ingenieras que vela por la seguridad y legalidad del proyecto, recuerda que, a la llegada de las autoridades federales para socializar la obra entre los vecinos, la resistencia fue mínima, pero eso sí, el pueblo sabiamente hizo una lista de peticiones para beneficiarse con el Tren Maya.

La directora y los padres de familia de una escuela solicitaron reparaciones y equipamento. Algunos alcaldes pidieron presupuesto para obra pública, otros ciudadanos aprovecharon para que se les habilitara un camino que les ofreciera mejor acceso a su población. Y nadie salió con las manos vacías, pues el fin principal de la obra, narra la ingeniera, es el impacto social en el sur mexicano.

Hay que estar ahí para constatarlo: antiguos puestos de comida se convirtieron en restaurantes. Todo gracias a la bonanza que ha traído la construcción del tren a estos pueblos del sureste mexicano que, hasta hace muy poco, estaban en el olvido.

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Hoy, son tantos y tantas las y los trabajadores que construyen el tren, que las fondas han sido ampliadas y quienes tenían una o más propiedades en desuso, las han remodelado y rentado a los empleados del proyecto. Los emprendimientos se han disparado por todos lados. Algunas personas han hecho hostales, otras rentan su casa en Airbnb, algunos más han puesto sus negocios de comida.

Foto: Cuarto Oscuro

Transportistas de carga pesada en los pueblos aledaños al paso del Tren Maya abandonaron sus viajes hacia otras latitudes y prestaron sus servicios a las constructoras en su propia tierra.

Cada noche, pasadas las 8 en el reloj, se observan camiones remolcadores, trailers y maquinaria en pleno mantenimiento. Los transportistas aprovechan los ratos libres para revisar los niveles de sus máquinas, su fuente de empleo, mientras luchan contra el calor tomando cervezas antes de que cierren el depósito que en toda la zona vende, por acuerdo de los habitantes, hasta las 8:30 de la noche sin excepción alguna, una situación que habla de la unidad y la cultura propia de los yucatecos.

Hay quienes, gracias a que las obras del tren mejoraron su economía, remodelaron sus casas y se hicieron de otras viviendas. Otros desempolvaron los predios que quedaron olvidados al pie de las vías construidas en los tiempos de Porfirio Díaz.

En un terreno cercano al paso del tren, una familia emprendió un negocio: adecuó un lugar de recreación con alberca, tirolesa, área de comedores, baños, hamacas y espacios verdes cercanos a un futuro paradero del Tren Maya. Otros propietarios de grandes hectáreas de monte han rentado sus espacios como bodegas para que las compañías las usen de almacén y coloquen ahí los materiales que se requieren para remodelar y habilitar el paso (ya existente desde tiempos post revolucionarios).

Porque el trazo del Tren Maya no es un plan elaborado para destruir la selva. Tampoco es un paso improvisado que deje sin hogar a jaguares y venados que de vez en cuando hacen su aparición y sorprenden a los y las trabajadoras. Los tramos que lo conforman no son un invento reciente. La gran mayoría han estado ahí desde el año 1900, en el que la dictadura porfirista consolidó un sistema ferroviario con servicio de pasajeros de 19 mil 280 kilómetros de vías en todo el país. Un sistema que el PRI enterró en 1995 cuando el ex presidente, Ernesto Zedillo, privatizó los ferrocarriles nacionales y dejó a las y los mexicanos sin la opción de este preciado transporte para conectarse entre el norte y el sur.

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Algunas personas que el Presidente Andrés Manuel López Obrador definiría como parte del bloque conservador, han logrado internarse por algunas entradas de las obras del Tren Maya para tomar fotografías y videos sin contexto, con el fin de boicotear a una de las obras emblemáticas de la Cuarta Transformación.

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Quienes laboran día y noche en el Tren Maya saben que muchas de las noticias que publican los medios corporativos, como el supuesto hecho de que no hay pasos de fauna o que el tren partirá la selva y se hundirá por los cenotes, es falso. Basta con darse una vuelta por las obras del Tramo 3 que conectará a Mérida con Cancún para constatar que todas esas noticias son parte de una oscura campaña de desinformación, instigada por los oligarcas y terratenientes que se oponen a la obra porque representa un peligro para sus intereses.

La ingeniera con la que hablamos nos da un recorrido por el lugar y nos muestra que sí hay pasos de fauna, además se construyen puentes vehiculares y se sustituyen los rieles y durmientes que existían, pues eran de madera y necesitaban una renovación. Donde se construyen puentes, el tren pasará por debajo. Y vaya cosa curiosa, en el tramo cercano a Tixpehual será la única parte en la que el tren tendrá un doble sentido. Algunas vías darán paso a modernas locomotoras de diesel y otras serán eléctricas. Y para quienes dicen que se atenta contra el patrimonio cultural, la ingeniera aclara que siempre, en cualquier lugar donde se encuentran vestigios arqueológicos como tepalcates u otros objetos, se llama de inmediato al personal del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para salvaguardar el hallazgo.

La ingeniera también nos cuenta que hace dos años, cuando las obras iniciaron, no eran de fácil acceso, así que los trabajadores de las empresas constructoras tenían que dejar los vehículos en brechas y caminar varios kilómetros del tramo para supervisar la labor, que inicialmente consistió en trazar los caminos rurales para facilitar el trabajo posterior.

A diario, los y las supervisoras que velan por la seguridad, el respeto al medio ambiente y la salvaguarda del patrimonio histórico, conducen por los tramos en los que se realizan distintas labores bajo cientos de medidas de seguridad, orden y eficacia. Las diferentes áreas que construyen el Tren Maya realizan reportes diarios con los pormenores del día, reciben capacitación constante, tienen equipo de protección y víveres. Todas y todos se cuidan entre sí, son como una gran familia.

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Quienes se quejan del Tren Maya, jamás dicen que el sureste mexicano fue dejado en el olvido por los presidentes neoliberales. Nunca hablan de que el único México que existía era ése en el que las grandes corporaciones se enriquecían sin repartir ni una sola migaja al pueblo del México profundo, descrito magistralmente por el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla.

Foto: Cuarto Oscuro

Tampoco recuerdan que a principios del siglo pasado, en plena dictadura porfirista, Yucatán vivió un auge económico gracias la producción del henequén, el llamado oro verde extraído de la variedad del agave fourcroydes, el cual una vez procesado, era exportado a nivel mundial. Mucho menos cuentan que este auge económico fue producto de un sistema que esclavizó a miles de indios yaquis, chinos, coreanos e indígenas mayas en beneficio de los terratenientes y los potentados.

El periodista estadounidense John Kenneth Turner lo describió bien en su libro México Bárbaro:

“Los 50 reyes del henequén viven en ricos palacios en Mérida y muchos de ellos tienen casas en el extranjero. Viajan mucho, hablan varios idiomas y con sus familias constituyen una clase social muy cultivada. Toda Mérida y todo Yucatán, y aún toda la península, dependen de estos 50 reyes del henequén. Naturalmente, dominan la política de su estado y lo hacen en su propio beneficio. Los esclavos son: 8 mil indios yaquis, importados de Sonora; 3 mil chinos (coreanos) y entre 100 Y 125 mil indígenas mayas, que antes poseían las tierras que ahora dominan los amos henequeneros”.

Algunos de esos palacios siguen de pie en la ciudad blanca, se les ve esplendorosos por todo el Paseo Montejo, una gran avenida que muestra la influencia arquitectónica francesa de la época. Son un recordatorio de los buenos tiempos pero también producto de la opresión de una dictadura.

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En 1910, Porfirio Díaz cayó y tuvo que exiliarse. Con la revolución y posteriormente con el invento del plástico, las haciendas henequeras se extinguieron casi por completo.

En 2018, el Presidente Andrés Manuel López Obrador llegó a la Presidencia y con ello se puso fin al régimen neoporfirista. Se acabaron las privatizaciones y los saqueos. Y con la construcción del Tren Maya, los buenos tiempos han regresado al sureste mexicano.

El Tren Maya es por los que durante años fueron invisibles: para que el país se vuelva menos injusto. Para que haya bienestar para todos.

1 Comentario

  1. Gabriel González

    16 agosto, 2023 at 11:40 am

    Bravo Lucía Castillo, excelente reportaje

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