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Crónicas

Vida, esplendor y muerte del coronel García Valseca

 

A LAS EXEQUIAS del coronel José García Valseca, el 6 de noviembre pasado, entre la familia, los amigos y las figuras del régimen, acudieron unas 200 personas, que acompañaron el cuerpo de ese hombre célebre por sus miedos–al dios de cielo y al cielo de los aviones– y célebre también por sus idolatrías: el poder, la suntuosidad, la obsecuencia y las mujeres. A los actos capitales de su esplendor y a las infinitas posibilidades de escándalo de su fastuosa intimidad había asistido, años atrás, el país entero.

Pocos personajes han alojado en su leyenda privada tantas historias inverosímiles y probables. Desconocedor de todo lo que no estaba al alcance de su pequeña silueta pintoresca, el coronel desaparece dejando tras de sí escasas verdades irrefutables: que nació en puebla en 1901, que murió en esta capital a los 79 años y que fundó el emporio periodístico más grande de América Latina, las carreras de bicicletas y el día de la Libertad de Prensa.

Todo lo demás es posible. Que se distinguió en la guerra civil de 1910, en diversos hechos de armas, antes de cumplir los 20 años. Que emprendió toda su suerte de negocios en los pueblos antes de fincar su reino. Que fue pieza clave en la trunca campaña de Maximino Avila Camacho a la Presidencia de la República y que de él obtuvo el apoyo y los recursos para desarrollar su incalculada fortuna.

La investigación periodística sugiere, de acuerdo con las versiones de testigos presenciales, confrontada y confirmadas, que el coronel García Valseca fue uno de los pocos hombres que han logrado regresar de la muerte. Alguien que vio la proeza muy de cerca afirma que en cierta ocasión el coronel sintió un dolor opresivo en el pecho e inició el trámite de la angustia y las averiguaciones. Para su desconsuelo, la radiografía reveló una sombra perniciosa a la altura del esternón. Entonces el pesimismo, alentado por el horror, dictaminó cáncer.

La épica personal hizo el resto. García Valseca citó a una espléndida fiesta en su residencia de Tlacopac. Antes que llegaran los convidados terminó de dictar su testamento y, en el momento cumbre del banquete, anunció que iba a morir y se despidió de todos. Al día siguiente embarcó en su vagón ferroviario privado y partió hacia Estados Unidos, a punto del coma y de la agonía.

En la ciudad de Boston gestionó una cita de urgencia con el especialista y se presentó en el consultorio con dignidad de pavorreal. El oncólogo lo tendió en la camilla para auscultarlo, le introdujo en la boca un gancho esterilizado, para explorar el esófago y al sacarlo a la luz halló ensartado un extraño cuerpo, cubierto por una sustancia azulada. Sonriente, se la mostró a García Valseca y se la ofreció como obsequio: era una concha de almeja, que el coronel había engullido sin darse cuenta. Esa noche Boston fue sometida a un multitudinario ataque de artillería de corcho: nadie sabe cuántas botellas de champaña se vaciaron para festejar la resurrección del coronel.

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La champaña fue un elemento inseparable de García Valseca. Siempre había botellas de Dom Perignon en la maletera refrigerada de su limusina, y en su despacho de Tlacopac, y en la sala tronal de la calle Serapio Rendón, y en su camión de lujo acondicionado para los viajes por carretera (el primer tráiler camp que hubo, se dice, en el país) y en su vagón, llamado El Sol.

 Acostumbraba citar a la gente a desayunar a las once en su casa y el menú, invariablemente, era champaña y uvas blancas, peladas, sin semillas. Cuando los encuentros eran en el jardín combinaba la conversación con la práctica de tiro al blanco desde la propia mesa, ante el asombro, la molestia y la resignación final de sus interlocutores. Cuando decidía divertirse cerraba las puertas a piedra y lodo para que sus invitados no lograran salir antes de ahogarse en champaña. Pero, aunque vivía instalado en la cumbre, su fobia a la altura era irreductible. Sólo al final accedió a viajar en avión. Por eso iba y venía en El Sol enganchado a los ferrocarriles nacionales, y cuando intentaba persuadir a alguien para que lo acompañara solía decir: “Véngase conmigo, que tengo un caviarcito recién matado.”

El ex presidente Miguel Aleman, en el día de la libertad de prensa.

El ex presidente Miguel Aleman, en el día de la libertad de prensa.

II

Alimentada el alma piadosa con el fuego que consumió a Giordano Bruno, educado en la nostalgia por las glorias del tercer Reich y la febrilidad de McCarty, Miguel Ordorica, uno de los ideólogos de la Cadena García Valseca, dirigía en los cincuenta El Occidental de Guadalajara. Cierto día, en medio de una campaña contra las Leyes de Reforma, Ordorica publicó, a ocho columnas en la primera plana de ese diario, un titular que cimbraría las rodillas del coronel. Decía: “El único error de Juárez fue haber nacido.”

García Valseca estaba con Renato Leduc en el despacho imperial de Serapio Rendón, desde donde administraba la Cadena, cuando sonó el teléfono. Era el presidente de la República. “En este país hay dos símbolos sagrados, coronel: don Benito Juárez y la virgen de Guadalupe”, dijo Adolfo Ruiz Cortines. “Hágaselo saber a Ordorica. Y si insiste en lesionar el prestigio de nuestro símbolo, el gobierno sentiría tentación de meterse con el otro símbolo. ¿No le parece que eso sería delicado para todos?”.

No había duda. García Valseca llamó a Guadalajara y exigió a Ordorica una inmediata rectificación. El Occidental era vespertino y apenas había tiempo para salvar el error. Un nuevo telefonema desde el Zócalo, con la voz de un amigo del coronel, acababa de informar que Ruiz Cortines estaba tan molesto con la Cadena que no acudiría, ese año, a la comida del Día de la Libertad de Prensa.

Años antes, García Valseca había invitado a los directores de todos los diarios de circulación nacional a un ágape en honor del presidente Miguel Alemán. En la ocasión, el Cachorro de la Revolución dijo: “Más vale tolerar y soportar los yerros que en la difusión de las ideas se cometan, que el disminuir, así sea en parte mínima, la libertad de la opinión pública.”

Carlos Monsiváis consigna que, después de ese discurso, el coronel propuso la institución del Día de la Libertad de Prensa; Alemán aceptó y, desde el año siguiente (7 de junio de 1952), a la fecha se celebra oficialmente. García Valseca se volvió elemento inamovible en ese festín y hasta que la mala salud se lo impidió estuvo en la mesa, invariablemente, junto al presidente en turno.

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Valseca y Miguel Aleman.

Valseca y Miguel Aleman.

El error de Ordorica podía provocar que ese año el lugar de Ruiz Cortines en el banquete quedara vacío. Por fortuna, al teléfono, Ordorica parecía haber comprendido bien sus instrucciones y se portaría a la altura de las circunstancias. Cuando ya estaba casi aliviado, García Valseca volvió a escuchar el teléfono. Otra vez Guadalajara. Pero no era la voz de Ordorica, sino la de uno de los empleados. Y las noticias eran alarmantes.

Ordorica acababa de decretar el cierre del diario, y el despido de todos los trabajadores y se había ido a su casa. El coronel no perdió un segundo más. Embarcó en el primer avión al escritor Joel Patiño, al dibujante Arias Bernal y al poeta Renato Leduc y los envió a Guadalajara con órdenes de sacar El Occidental ese mismo día, como fuera.

La edición de desagravio a Juárez entró en circulación esa noche y el coronel comió con Ruiz Cortines según estaba previsto. Durante algún tiempo sus relaciones con Ordorica se mantuvieron frías. El periodista, fundador de Últimas Noticias de Excélsior, había hecho de El Occidental la “hojita parroquial” de Guadalajara y eso a García Valseca le complacía. Además, Ordorica se había convertido en rector de la línea editorial de todos los diarios que formaban la cadena, cosa que, aunada a las innovaciones técnicas, esencialmente al uso del rotograbado, pero también a las buenas relaciones de García Valseca con el poder, consolidaba día con día la fortaleza económica y espiritual del emporio… (Continuará)

                                                                                                                              Noviembre de 1980

Tomado del libro La rebelión de los maniquíes

de Jaime Avilés

Jaime Avilés †
Escrito por

Director fundador de Polemón. Dramaturgo, periodista, narrador y cronista. Fue marinero, actor de carpa, activista político y criador de conejos. Desde 1995 publicó una columna política semanal en el diario La Jornada titulada Desfiladero. Dos de sus crónicas forman parte de la antología A ustedes les consta de Carlos Monsiváis. Su obra ha sido traducida al francés y al italiano.

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