Aprovechando que estamos en medio de días festivos, en donde la mayoría buscamos cerrar bien el año y también hacer las paces con quienes tuvimos diferencias, vale la pena abordar el tema de la “reconciliación nacional”.
Si bien todas las fuerzas políticas han manifestado este noble deseo de unión entre las y los mexicanos, cada proyecto político lo hace desde la posición que tenga y los objetivos que se plantee.
Hay quienes desde el interior del movimiento de la Cuarta Transformación vinculan el tema de la reconciliación nacional y el del piso parejo para la elección del o la candidata a la presidencia, exponiendo que existe el riesgo de que una “polarización” política en el país ponga en peligro el buen destino del proyecto de transformación. Este discurso, si bien viene de una fuerza disminuida en el espectro del movimiento, ha logrado un efecto a nivel mediático, lo cual seguramente responde a que es calca y copia del discurso de la derecha, aunque desde otro lugar de enunciación.
El conservadurismo por su parte retoma el asunto de la “reconciliación“ para responsabilizar al presidente de sus derrotas y del rechazo amplio que vive. Argumentan que el presidente fomenta desde las mañaneras el odio y la polarización del país, estigmatizando a pensadores, activistas y comunicadores, poniendo con ello incluso su vida el peligro.
En un nado sincronizado, la derecha y los principales medios de comunicación han desplegado una campaña mediática, que recuperando aquella del 2006, intenta convencer al pueblo de que el presidente es un “Peligro para México”. Nada nuevo.
Por un lado se dicen víctimas, mientras que por el otro distribuyen su odio y clasismo en las Cámaras Legislativas, en manifestaciones, en redes sociales o la prensa escrita. Tenemos a una Lily Tellez que igual llama changoleón a un diputado, nombra como “perros” y “hienas” a legisladores y legisladoras de morena o señala que el presidente “pudre todo lo que toca”. O tenemos también marchas opositoras como la del #INENoSeToca en donde se le grita al presidente “… indio de Macuspana, tienes unas patas rajadas que ni el mejor zapato que te pongas te quita lo naco…”. O historiadores estrella de la derecha, como Martín Moreno, que afirma que si por él fuera “quemaba vivo a cada uno de los morenistas en el Zócalo capitalino, te lo juro”. O por ejemplo, y ya por último, tenemos también a diputadas y diputados del PAN, como América Rangel, que afirman que un golpe de estado como el de Perú, encarcelar al presidente y expulsar a “embajadores zurdos” es el sueño que anhelan para México.
En este contexto tenemos que preguntarnos ¿reconciliarnos con quién? Pregunta que nos lleva a la interrogante de si es posible una reconciliación entre un proyecto de transformación social que cuenta con la mayoría del apoyo popular, y una oposición que sigue sin propuesta política, enfatizando los NO y rechazando prácticamente todo lo que propone o hace el gobierno.
El fondo de la cuestión no tiene que ver con esa imagen infantilizada del abrazo colectivo que buscan colocar en el imaginario social los opositores o algunos de los aspirantes a la candidatura presidencial en morena. El tema tiene que ver con una cuestión de agenda política y no de voluntad política, tiene que ver con una cuestión de posición ideológica.
Por un lado el gobierno, mientras que cuente con la aprobación de la ciudadanía, no se va a detener en el avance del proyecto de transformación y bienestar para las mayorías que impulsa. Por otro lado, la oposición de derecha ha mostrado que sin importar las formas y el fondo van a buscar afectar al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, debido a que el avance de sus acciones y de su corriente de pensamiento cuestiona sus intereses económicos, pero también su ideología neoliberal y aspiracionista. Ese es el fondo.
¿Reconciliarse con el sector empresarial corrupto que quiere los privilegios que tenían hace cinco años? ¿Reconciliarse con la oposición que votó en contra de la soberanía energética y la reducción del gasto electoral por ser una propuestas del gobierno y porque les toca sus intereses? ¿Reconciliarse con los medios de comunicación que piden contratos multimillonarios a costa del presupuesto de la gente? ¿Cuáles serían los costos de que el movimiento se reconcilie con esta gente? No sé si yo sea muy pesimista, pero no creo que sea un deseo que se pueda cumplir en esta navidad.
La derecha es pasional y vengativa, así lo ha sido históricamente. Es el talante de las clases que se sienten dueñas del país y ven como plebeyos a los gobiernos y lideres que ponen el derecho de las mayorías frente a sus privilegios.
Lo que la oposición llama “polarización” la izquierda históricamente lo ha entendido como “politización”. El señalar cómo se han establecido y cómo funcionan las tramas de corrupción, explotación y desigualdad no busca dividir al país, como tampoco el exhibir la desinformación y los intereses a los cuales responden muchos de los comunicadores e intelectuales. Dar el debate publico no busca polarizar, busca definir posturas y proyectos, lo cual es fundamental en las democracias.
Lo que sucede es que había espacios institucionales y de poder que eran intocables, que operaban de facto en las sombras a favor del régimen neoliberal sin necesidad de salir a defenderse. Ostentaban tanto poder, que como bien dice Foucault, no tenían necesidad de mostrarlo. Es hasta ahora, que encaran una crítica pública amplia, que se ven obligados a responder y salir públicamente, a tomar posición sin mascaras.
En este contexto quizá al máximo que podríamos aspirar es al que propuso el presidente en su mensaje navideño: “tener diferencias y darnos trato de adversarios a vencer, no de enemigos a destruir”. Aunque seguramente esto no es suficiente para la derecha en México.