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Hillary Clinton y Donald Trump.

Desfiladero

¿Qué podemos temer, desear, esperar de Trump o de Hillary? |DESFILADERO

Hillary Rodham Clinton, candidata “demócrata” a la presidencia de Estados Unidos es, cuando menos, corresponsable de cuatro catástrofes mundiales: el auge del terrorismo en la Europa de los ricos, la muerte de los refugiados en la Europa de los pobres, el exterminio sistemático de los palestinos y… el baño de sangre en México.

El apoyo de Obama y Hillary a los gobiernos criminales de Calderón y Peña Nieto, su respaldo al gobierno sionista de Israel, su aporte a la creación del Estado Islámico en Siria y a la devastación de Libia la confirman como una auténtica calamidad en materia de geopolítica. Empecemos por Libia.

Bajo el gobierno de Muamar Kadafi (1969-2011) —un régimen autocrático aliado a la URSS, cofundador de la OPEP y “amigo” de monstruos como Idi Amín—, la República Árabe Socialista y Popular de Libia nacionalizó el 70 por ciento de sus reservas petroleras, logró, en su mejor momento, un ingreso per capita de 11 mil dólares anuales, invirtió notablemente en la educación y, por su falta de mano de obra, atrajo y contuvo a emigrantes del África subsahariana que intentaban llegar a Europa.

Mummer Gaddafi y Barack Obama durante la cumbre del G-8 de 2009 en Italia.

Mummer Gaddafi y Barack Obama durante la cumbre del G-8 de 2009 en Italia.

Durante la esperanzadora y a fin de cuentas infausta “primavera árabe”, amplios sectores populares se levantaron contra Kadafi y, desde su oficina en el Departamento de Estado, Hillary financió la revuelta pensando que eliminaría a uno de los gobiernos enemigos de Israel, pero el resultado de sus pésimos cálculos derivó en un gravísimo conflicto para Europa: al derrumbarse como lugar de trabajo y asiento para los pobres subsaharianos, Libia se convirtió en punto de expulsión de fugitivos.

En menos de cinco años (Kadafi fue asesinado en octubre de 2011), la evolución del caos en Libia patrocinó el horroroso espectáculo de los cadáveres que actualmente alfombran las playas del sur de Europa, una catástrofe humanitaria auspiciada, en buena medida, por la miopía geoestratégica de Killary y el sometimiento de Obama, su mayordomo en la Casa Blanca.

Un 17 de diciembre, pero de 2010, un vendedor ambulante fue humillado por la policía de Túnez. El joven se prendió fuego y las llamas se extendieron por todo el país; un mes más tarde dimitió el presidente Ben Alí. En 2011, la rebelión se propagó a Egipto, Libia, Yemen, Argelia, Jordania, Omán, Barhéin y Siria. En este último país, las protestas pacíficas fueron reprimidas por el aparato de terror del presidente Bashar-al-Asad.

 Mohamed Bouazizi, el ambulante que se prendió fuego en Túnez.

Mohamed Bouazizi, el ambulante que se prendió fuego en Túnez.

Hillary Clinton reaccionó de inmediato, pero como ella misma lo ha reconocido en sus memorias, lo hizo tarde y mal. El gobierno de Obama financió y armó un “Ejército Libre de Siria”, que desató la guerra civil. Pronto, las pequeñas fuerzas rebeldes pro Estados Unidos fueron engrosadas, copadas y dominadas por grupos ligados a Al-Qaeda, de los cuales, en abril de 2013, surgió el Estado Islámico, mientras la guerra interna de Siria se extendía a los territorios habitados por los kurdos en Irak y Turquía y concitaba la intervención directa de Washington, Moscú e Israel.

Hijo de Al-Qaeda y nieto de la familia de los Bush y la realeza de Jordania, el Estado Islámico cuenta con el apoyo encubierto de Obama, Israel y Turquía, que en sus fingidas batallas “contra” los fundamentalistas en realidad atacan a los árabes, hecho que ha demostrado de sobra la estrategia militar de Rusia, con los demoledores bombardeos aéreos lanzados por Putin sobre los terroristas islámicos en los puntos neurálgicos que ocupaban en Siria, de donde han sido expulsados.

Miembros del Estado Islamico.

Miembros del Estado Islamico.

Vista con la más amplia de las perspectivas, la guerra mundial a escala que estalló en el mundo árabe durante la gestión de Hillary Clinton como jefa de la política exterior de Estados Unidos, se traduce hoy en breves pero continuas malas noticias: París, 130 muertos y 230 heridos, noviembre de 2015; Bruselas, 35 muertos y 340 heridos, marzo de 2016; Niza, 84 muertos, Muiúnij, Alemania, 9 muertos, julio de 2016.

Estas malas noticias tienen amplísima difusión, en tanto que otras —Irak, 132 muertos, Siria, 85 muertos, Nigeria, 70, Libia, 65; Somalia, 60, enero y febrero de 2016; Afganistán, 80 muertos, anteayer— adquieren tanta importancia como las que se producen en México —Tlatlaya, Apatzingán, Iguala, Nochixtlán, Acapulco— y por las que ningún jefe de Estado expresa condolencias.

Para evitar una crueldad innecesaria, propongo no hablar de Palestina, de “las madres de niños que deben morir para que no sigan naciendo más culebras” (declaración de la ministra de Justicia de Israel) y pasar al cuarto y último punto de esta reflexión sobre los horrores de la política exterior de Hillary Clinton: el caso México.

Donald Trump, Hillary Clinton, Bill Clinton y Melanie Trump.

Donald Trump, Hillary Clinton, Bill Clinton y Melanie Trump.

¿Muro o transición democrática?

Durante una conversación radiofónica, hace mil años, en el programa Discrepancias conducido por Miguel Angel Velázquez, el infatigable activista John Ackerman —hijo de Bruce Ackerman, politólogo citado la semana pasada por Íñigo Errejón— usó el durísimo calificativo de “servil” para aplicármelo después de que dije lo siguiente: Estados Unidos necesita en su frontera sur un país sólido, próspero, pacífico y estable para volver a gozar de la seguridad que tuvo en la segunda guerra mundial: un muro infranqueable que impidió la entrada de los nazis.

“Esa es una postura servil”, me espetó John Ackerman, pero no me ofendí porque el castellano es su segunda lengua. Las magníficas relaciones diplomáticas que cultivó el general Lázaro Cárdenas con el presidente Roosevelt, permitieron que México se fortaleciera, es decir, no frustraron violentamente la nacionalización del petróleo, ni se alteraron cuando Cárdenas le vendió petróleo a Hitler.

Roosevelt no quiso ni imaginarse en sus peores pesadillas que cuando Hitler invadiera Europa, en la frontera sur de Estados Unidos habría un México idéntico al de hoy: un país sin gobierno, un país sin proyecto, un país sin destino. Un país destripado, en ruinas, demolido golpe a golpe durante los últimos 30 años por la política exterior de Reagan, de Bush padre, de Clinton macho, de Bush hijo y de Obama: un programa de devastación sostenido por demócratas y republicanos sin piedad alguna. Un proyecto que abarca desde los huesos de los desiertos de Ciudad Juárez hasta la casa del pingüino situado más al sur de la Patagonia.

El muro de Donald Trump. Foto: Vice

El muro de Donald Trump. Foto: Vice

¿Qué planea la élite de Estados Unidos para México? ¿Qué temen, qué desean, qué esperan los mexicanos del próximo gobierno de Estados Unidos? Donald Trump ha hecho del Muro una metáfora de nuestra codependencia. El Muro, físicamente inviable, ya existe en las leyes y en los usos y costumbres de la frontera. Las tumbas de los niños mexicanos que murieron por aventar piedras al otro lado del río Bravo lo corroboran. Trump, como Hitler, se ha erigido en defensor de una franja social compuesta por millones de personas alucinadas: la clase media blanca empobrecida, xenófoba y supremacista, que se repliega (caminando hacia atrás como Michael Jackson, sin moverse de su sitio) y dispara contra negros y latinos, presa del pánico, y lleva al Congreso a un líder del Ku Klux Klan e incita al linchamiento de los musulmanes.

Trump, en otras palabras, alborota a los que temen que la frontera mexicana regrese a los límites que heredó del imperio español, dos mil kilómetros al norte de Tijuana. Hillary, en cambio, ¿qué propone? ¿Por qué escogió un compañero de fórmula que habla a la perfección la lengua de Cantinflas?

Jaime Avilés †
Escrito por

Director fundador de Polemón. Dramaturgo, periodista, narrador y cronista. Fue marinero, actor de carpa, activista político y criador de conejos. Desde 1995 publicó una columna política semanal en el diario La Jornada titulada Desfiladero. Dos de sus crónicas forman parte de la antología A ustedes les consta de Carlos Monsiváis. Su obra ha sido traducida al francés y al italiano.

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