Opinión

El ingeniero Enrique Krauze: la historia soy yo

El señor Enrique Krauze acaba de publicar un artículo en el que, sirviéndose de retazos de publicaciones inmediatas anteriores y antiquísimas, busca incidir en la coyuntura política nacional, sembrando el miedo y la confusión entre los electores en torno a quien encabeza el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

No trataremos de desmantelar el emporio de la historia que Krauze ha levantado al amparo del Estado neoliberal (ya otros académicos lo han hecho, como Claudio Lomnitz, Alfonso Mendiola o Nicolás Cárdenas García). Nos limitaremos a revelar cómo en este artículo el ingeniero omite lo más fundamental del trabajo de la historia: la crítica, lo cual conlleva también autocrítica, por lo que el resultado es un texto  anti-democrático, es decir, autoritario, un rasgo que se sobresale aún más viniendo de alguien que se considera historiador.

Comparar. Quizá lo que más llama la atención desde la cuestión del método y la articulación del argumento histórico en Krauze es la sorprendente forma en que, con tal de abonar a su objetivo político de restarle votos a AMLO entre una clase de lectores despistados, mete todos sus “objetos de estudio” en un solo costal.

Para él todos los “caudillismos populistas” de América Latina de los siglos XIX y XX terminaron siendo lo mismo, todos están cortados con la misma tijera y AMLO no es la excepción, olvidando con ello las condiciones específicas (tiempo, el lugar y la sociedad) que permitieron su emergencia.

Para ello, el señor Krauze usa una suerte de “método comparativo”, muy recurrente entre los argumentos de los historiadores. Lo que sucede es que lo usa de manera pésima, algo que revela los deficientes instrumentos de su formación intelectual.

Desde Marc Bloch hasta John Eliot y Jared Diamond, el método comparativo en la historia ha sido visto como una herramienta muy sugerente, no exenta de problemas metodológicos, pero que puede ayudar a desbrozar nuevos campos del saber histórico. Por lo mismo, no es nada sencillo llevarlo a cabo, como nos lo quiere hacer ver el señor Krauze.

Más allá de establecer afinidades entre dos o más fenómenos históricos, éste método al final busca profundizar en sus diferencias. Esto porque, contrariamente a la idea de ciencia galileana (que tiende a generalizar para establecer patrones en una serie de objetos de análisis) la historia es una disciplina enfocada en la individualización de los fenómenos y los sujetos históricos: investiga lo que los hace particulares y revela esas propiedades. Por eso la historia debe ser considerada un discurso que nos permite pensarnos plenamente humanos: nos enseña la gran diversidad de actitudes e ideas que se desarrollan en el cuerpo social a lo largo del tiempo.

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Conforme a esto, Krauze revela su autoritarismo o anti-humanismo al rastrear semejanzas entre López de Santa Anna, Perón y AMLO y omitir otras experiencias en la misma tendencia (como los gobiernos de Salvador Allende o Lula da Silva), todo ello sólo para abonar a la insinuación de que la historia se repite, cuando nunca en ninguna condición sucede eso.

Precisamente cae en la trampa del método comparativo. Al establecer previamente su tesis     —absorbida por el contexto político actual del país—, sus comparaciones históricas sólo le sirven para ilustrar sus ideas, jamás son aparatos críticos para explicar y analizar las situaciones y los personajes (quizá aquí le pueda interesar al lector la comparación histórica que escribí sobre el Maderismo y Morena).

Tal es la falta de originalidad en el punto de vista de Krauze que simplemente se monta sobre, y repite, los planteamientos de Richard Morse en su libro El espejo próspero. Un estudio de la dialéctica del Nuevo Mundo (traducido al español en 1982) y la de su eterno jefe, Octavio Paz, desnudándose por completo ante el lector como alguien a quien le faltan lecturas en términos cuantitativos, pero también carece de lecturas críticas, que disciernan lo caduco de lo que aún sirve en los libros pero en términos de conocimiento, no sólo de política coyuntural ¿En serio debemos seguir pensando en los mismo términos de Morse y Paz? ¿Dónde está la renovación del pensamiento histórico?

Autocrítica. En un libro de reciente publicación[1], Hayden White dice que ante el sismo provocado por “el giro lingüístico” en los estudios históricos (que hizo pensar seriamente en los rasgos literarios de los textos de índole histórica), lo que queda a los historiadores es escribir democráticamente.

¿Qué significa esto? Para White, que el historiador esté consciente de la naturaleza construida del texto, mostrar creativamente la ideología a la que se vincula, dudar del carácter científico de la historia, animar al lector a elaborar en conjunto el sentido del texto y destruir la autoridad de sí mismo como autor omnisciente para quien no hay misterio alguno y todo se puede decir sobre el pasado.

Bajo estos criterios estructurales de escritura se han elaborado varios de los mejores libros de historia: pienso en El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg o 1926 de Hans Ulrich Gumbrecht.

El texto del señor Krauze carece totalmente de estos rasgos que permitirían ser un objeto democrático. El ingeniero-historiador no da alternativas de conocimiento al lector sobre el tema que trata, todo los datos que aporta los direcciona a un solo lugar: su mera opinión y, de pasada, promocionar su nuevo libro: El pueblo soy yo. Nunca duda de sí mismo y de lo que dice, no somete al lector a un trabajo de diálogo, no lo fustiga a pensar.

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Al contrario, a la usanza de historiador del siglo XIX usa el aura de erudito del pasado para destruir a sus enemigos políticos. Pero detrás de su “erudición” hay más bien un discurso congelado, que lleva treinta años manteniéndolo como parte de un status quo político y cultural.

Muy en contra de las convicciones democráticas que presume y predica en todo momento, este artículo expone las deficiencias de Krauze como historiador, su oportunismo disfrazado de imparcialidad, pero sobre todo un carácter autoritario que se impone ante los lectores desarmados y que se puede resumir en la frase: La Historia soy Yo.

[1] Alfonso Mendiola, Diálogo con historiadores, México, Ediciones Navarra/El ojo viajero, 2017                                                        

*El autor es doctorante del posgrado en historiografía en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco

4 Comentarios

  1. Nils Coutiño

    31 mayo, 2018 at 10:13 pm

    necesita sus crioquetas el krauze….! para que deje de aullar…!

  2. Andrés Yáñez

    1 junio, 2018 at 3:50 am

    Ingeniero o arquitecto? hum… qué más da. Quién sería sin el respaldo -de medios y financiero del gobierno?- Se entiende entonces el por qué sus baterías seudo históricas se enfilan,hace ya buen rato, contra la pesadilla de sus patrones, el tabasqueño-jarocho? (AMLO dixit).

    Krauze, el que desescribe la historia para reescribirla al gusto de sus delirios y egocentrismo; o de quien pague mejor?

    Hay aún quien crea sus distorsiones? Si los hay, serán los ignorantes, o los desmemoriados… o sus muy allegados! Porque estoy seguro de que él mismo se tira de risa al releer sus tergiversadas interpretaciones de la historia.

  3. Andrés Yáñez

    1 junio, 2018 at 3:59 am

    Muy buen artículo. Le pone los puntos a las íes, para bajar de su pedestal de barro a quien se siente el precursor de Herodoto. O mejor, el clón!

  4. Andrés Yáñez

    2 junio, 2018 at 6:24 am

    Fe de erratas.
    Dice: Herodoto
    Debe decir: Heródoto

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