Llegamos a abril, mes en que inician las campañas para las elecciones del 6 de junio. La numeralia es impresionante: 15 gubernaturas, 500 diputados federales, 1 senador, 30 congresos locales, mil 926 ayuntamientos. Serán votados un total de 21 mil 638 cargos. El padrón electoral es de más de 94 millones de ciudadanos. El gasto electoral estimado sobrepasa los 7,800 millones de pesos. Números, números y más números.
Decía el matemático alemán Leopold Kronecker que los números son de Dios pero que todo lo demás es obra del hombre, así que dejemos de lado los números y vámonos a lo que significan estas elecciones.
De acuerdo a todas las encuestas publicadas al día de hoy, para la oposición parece ser la crónica de una derrota anunciada; a pesar de la mezcolanza de coalición entre PAN, PRI y PRD, la suma entre los dos cárteles y su comparsa no les alcanzará para superar los resultados que tendrían los partidos que apoyan al de López Obrador. Sin embargo, ya con la experiencia que vivimos en 2006, con la guerra sucia con la que robó su triunfo Felipe Calderón, esa campaña será un juego de niños comparada con la que veremos en los siguientes dos meses.
Lo que está en juego se puede ver de dos formas:
Una, desde el lado del gobierno de López Obrador, que observa al proceso transformador requiere tiempo para consolidarse y mayoría en el congreso para que no se pretenda revertir lo que se ha avanzado. Sería constatar que el camino elegido en el 2018 es el que requiere el país y que entre otras cosas incluye haber subido el salario mínimo en más del 52%, combatir el robo de combustibles, eliminación de condonaciones de impuestos, eliminación de gastos suntuarios (aviones, viajes, acompañantes, comidas, obsequios), eliminación de partidas presupuestales para expresidentes, construcción de hospitales, fin de sobornos a periodistas, precios de garantía a frijol y maíz, plan para adquisición de vacunas, pensiones, fin de subsidios a empresas extranjeras y sobre todo un ataque claro y contundente a la corrupción.
Lo que está en juego es retomar el saqueo del presupuesto, regresar a las formas decadentes que normalizaron la injusticia social, volver a endeudar al país, mantener el clasismo y el racismo como una forma natural de las relaciones sociales, excluir a los que menos tienen de oportunidades de estudio y trabajo, compartir o de plano entregar la soberanía nacional a empresas y gobiernos extranjeros.
Pero lo más importante, creo yo, es que estos contrincantes saben que los procesos judiciales en México, Estados Unidos y otros países en contra de exfuncionarios públicos llegarán pronto a su desenlace y serán exhibidos ellos y muchos de los que hoy aspiran a quedar cubiertos de fuero. Esa es la razón de estar sacando de un añejo clóset a figuras como Vicente Fox, Diego Fernández de Cevallos, Roberto Madrazo, Ernesto Zedillo, Felipe Calderón y Margarita Zavala, en representación de esos perseguidos y encarcelados. Saben que les llegará su tiempo si este gobierno se mantiene fuerte. Y saben también que en caso de no ganar, como es muy seguro que suceda, los fondos que reciben del narcotráfico, de empresarios, cabilderos y gobiernos extranjeros, llegarán a su fin.
Esto es lo que hay en el juego electoral: el pasado que se niega a morir dando patadas de ahogado y el futuro que representa la 4T para construir un mejor país para todos.