Enrique Alfaro se ha buscado presentar como un gobernador efectivo, echado para delante y honesto. Además, ha intentado representa a la oposición a Andrés Manuel López Obrador. Por eso critica tanto al mandatario. Por eso, de forma mezquina, atacó hasta el hartazgo a Hugo López-Gatell.
Pero una cosa es la que él busca y otra cosa es lo que es. Y Enrique Alfaro ha pasado de encabezar “la refundación” de Jalisco a tener un estado en llamas, tanto por el fuego que acecha a la entidad (los incendios) como por la muerte que hay ahí.
El caso de los tres jóvenes (José Alberto, Ana Karen y Luis Ángel) que fueron sacados de su casa y asesinados pocas horas después es sólo un caso de la violencia que se vive en la entidad.
Hace dos semanas hubo una balacera. Hace unos meses, asesinaron al ex gobernador de la entidad. Todos los días hay homicidios. En los primeros 9 días del mayo, ya van más de 60. Ayer, a cinco jóvenes, los masacraron en un bar. Hay un pueblo entero que decidió dejar sus casas y sus partencias y sus animales porque si se quedaban morirían por la violencia.
Hay que decirlo y decirlo claro: Enrique Alfaro ha resultado un pésimo gobernador. No sólo ha dejado que la violencia crezca en la entidad, sino que la ha endeudado (nunca la entidad ha debido tanto como ahora, con Movimiento Ciudadano) a Jalisco.
Ya nadie le cree que sea el “súper gobernador”. Es más, ya ni se habla de su tan mentada “refundación”. Ya lo único que queda es un gobernador que busca evadir cualquier responsabilidad en la tragedia que es Jalisco.
Eso sí, los negocios personales para Alfaro y su gente van bien. Y es que en la ciudad de Guadalajara han crecido las torres de departamentos en zonas donde no debieron haberse construido, y esto, claro está, indica que alguien las permitió y que hay corrupción.
En Jalisco ha habido muy malos gobernadores. Y Alfaro está en ese grupo: el de los peores.
