Cultura

Pizza de Pepperoni

Está afuera del edificio. Le digo que suba. Traigo puesta una piyamita que le gustará.

Cuando llevo el cambio a su mesa pregunto si necesita recibo fiscal.

−Sólo si trae tu número de teléfono.

Me pongo nerviosa. Es un hombre delgado, usa ropa elegante. Se ve mayor. Debe tener unos cincuenta años. Nada mal.
La siguiente noche regresa. Espero que elija una mesa y voy a atenderlo.

−¿Pizza de pepperoni a la leña?

Sus ojos profundos me indican que recibió mi mensaje: «¡Sé lo que te gusta!». Sonríe satisfecho.

Cuando termina pide la cuenta. La pizza no la tocó. Sólo tomó vino. Le llevo la nota. La revisa. Me mira con decepción. Deja un billete en la mesa. ‘El cambio es para ti’. Cuando sale arruga la nota y la tira a la basura. Demonios.

El siguiente fin de semana regresa.

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− ¿Pizza de pepperoni?

− No. Sólo tinto, linda.

Su loción huele genial. Pide una segunda copa y la cuenta. Dejo el recibo con mi nombre, mi número de teléfono y una carita sonriente. Me alejo moviendo las caderas. Ya aprendí que el lenguaje más importante de una mujer es el de sus caderas.

Llego pasadas las dos de la mañana. Estoy exhausta. El turno de la noche es el peor. Suena el teléfono. Es él.

− Quiero verte.

− ¿A esta hora?

− Ven.

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− Es peligroso a esta hora.

− Voy a buscarte.

Le doy mi dirección. Una hora después me llama desde el taxi. Está afuera del edificio. Le digo que suba. Traigo puesta una piyamita que le gustará. Al entrar me abraza muy fuerte y me muerde el cuello. Sonrío.  En ese momento me doy cuenta que no sé su nombre. Cómo te llamas, le pregunto.

No contesta. Me mira en silencio. Tira de mi cabello. Me gira. Me inclina sobre el respaldo del sofá. Arranca el pantaloncillo de mi piyama. Me azota el trasero con la palma derecha. Ahora con la izquierda. Una y otra vez. Tengo las nalgas al rojo vivo pero no tengo miedo. No me muevo ni me resisto. Cierro los ojos. Pienso en T. La extraño. La extraño mucho. Si voy a morir quiero que sea con su imagen en mi mente.

Dos días después regresa. Quisiera decirle que todavía me duele el trasero pero en lugar de eso le pregunto:

−¿Pizza de pepperoni?

Sus ojos profundos me saludan. Todavía no sé su nombre.

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*Escritora veracruzana nacida en 1988. Publica viñetas de la vida cotidiana en su página valeariaqueriabesarme

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