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Movimiento de AMLO en 2006. Foto: José Luis Ruiz/Flickr

Crónicas

Escritos al caminar, a 10 años del plantón en Reforma

Califico la experiencia como realmente maravillosa o maravillosamente real. Considerando que lo maravilloso no existe y lo real es aparente. Entonces lo real maravilloso, herencia de Rulfo y de García Márquez, comienza a suceder. Caudal de rostros, voces, pasos, reencuentros, consignas, mentadas de madre, saludos, mensajes telepáticos y vía celular, mantas, pancartas, carteles…

Carteles de todo tipo; los de diseñador, firmaditos, fresones, perfectamente impresos en selección de color sobre cartulina couche; los anónimos sostenidos por quienes los realizaron a golpe de plumón sobre un pliego de cartulina de la papelería de la esquina; a su manera y sirviéndose de los medios a su alcance, los autores dicen: “Aquí estoy. Éste, aunque inmerso en la masa, éste soy yo. Y yo personalmente opino lo que dice mi cartel. Yo y nadie más que yo”.

Del Tláloc que en Paso de la Reforma señala al Museo de Antropología, al Zócalo, corazón de la República, lugar donde los aztecas presenciaron el perdurable sueño: el águila posada sobre un nopal, devorando una serpiente (“posada”, “devorando”, así decían la maestra y el libro de texto, el habla con alma cotidiana del niño se reservaba para el juego irreverente, que iba directamente al postre: “¿Dónde se paró el águila?” “En un nopal”. “¿Cuántas tunas se comió?” “Ninguna, porque se espinó”).

El inicio de la marcha estaba previsto a las once de la mañana, pero hubo quienes empezaron a desfilar por lo menos una hora antes. Y quienes, como los que fuimos de Guadapopantonapaque, iniciamos la travesía la noche del sábado. Las horas que habrán viajado los que partieron de Tabasco o de Sonora… Nuestro camión salió del parque Revolución. La cita era a las nueve de la noche. “Puntual, por favor”. Yo a las nueve estuve, pero nuestro camión no salió sino pasadas las diez y media. Los modernos y elegantes autobuses que vi cuando llegué, hacía mucho habían partido.

El tiempo de espera transcurrió entre compritas de última hora, saludos, presentaciones, reencuentros, camiones que partían y otros que llegaban, se estacionaban, cargaban pasaje y partían… Súbitamente, el parque Revolución se convirtió en la sede del Museo del Autobús; de ahí, verdaderas antigüedades y uno que otro vehículo de punta, rodaron hacia el Centro de la República para exigir el recuento ¡voto por voto!, ¡casilla por casilla!

Planton Gráfico. Foto: La palabra ingrata/Flickr

Planton Gráfico. Foto: La palabra ingrata/Flickr

Una mujer, cargando a su bebé, preguntaba por el camión en el que podía viajar gratis. “Salió a las ocho”. Y de los más de diez camiones que, aquella noche, partieron del parque Revolución, sólo los pasajeros de aquél, no tuvieron que cooperarse para cubrir el alquiler. Los demás, pagamos nuestra parte proporcional del alquiler y todos nuestros gastos.

“Los que se van en el camión de la señora Sonia, por favor acérquense”, gritaba a través de su megáfono un recio viejo sesentón. “Por favor, la propaganda que les den, se la traen para reproducirla”, instruía. “Aquí hay gente de gobernación y les queremos decir que somos libres y que vamos a México a exigir el respeto a nuestro voto. No nos amedrentan”, retaba.

El blues del autobús. Enfilados hacia México, vía La Barca, la compañera coordinadora nos informa que los de Jalisco debemos estar a las nueve de la mañana en el Auditorio Nacional. A continuación, un compañero propone, puesto que el tiempo apremia, nos cooperemos para las casetas y nos vayamos por vía corta. Buena idea, rectificamos el camino y…

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Viajamos en un camión alquilado por el CIJALO (Ciudadanos Jaliscienses en Apoyo a López Obrador). No todos los pasajeros pertenecemos a tal asociación ni nos conocemos todos entre nosotros. Sin embargo, priva un discreto ambiente de camaradería y calma chicha. El rango de edades fluctúa entre quienes acaban de emitir su primer voto y los que, hoy canosos, votamos por primera vez, si es que lo hicimos, en 1970 (tres años antes o tres años después). Viaja con nosotros un hombre que se dispara del promedio: Ranchero, viejo, de sombrero de palma y camisa a cuadros, robusto. Simpático y parlanchín, me platica: “Cuarenta y dos años viajando en carretera y ni un accidente”. Llegó al parque Revolución solo y encontró lugar en este camión.

Al lado nuestro van la escultora pelona Azucena Méndez (quien me sirvió de contacto para el viaje) y la promotora cultural Indira de La Rueda (no se apellida así, pero es dirigente del grupo cultural que lleva tal nombre). En el asiento anterior va Sonia (a ella la conocí como ama de casa, mamá de cuatro hijos y esposa de Daniel; sin dejar de hacer nada de ello, su compromiso por la causa de AMLO es absoluto). Delante de mí, viajan Manuel y Magdalena Piedra (con ellos –él se dedica a la medicina alternativa y ella a la escultura- comparto las canas y cierta actitud de joven desenfado, como quien dice: “Está bien, ya estoy rucón, pero no se lo digas a nadie”). De la última fila, camita de cinco asientos, se apodera Osvaldo (acaba de contender en las elecciones y, generoso, puso mil pesos para el camión) que si de ida le fueron útiles para viajar acostado, no fueron suficientes para el regreso, pues el viejo del sombrero de palma hizo valer su tozudez y tuvo que ceder parte de su espacio, lo que me benefició, pues de regreso viajé solo en dos asientos y pude medio dormir.

Simpatizantes AMLO en el plantón frente a la explanada de zó—calo capitalino. Foto: Cuartoscuro

Simpatizantes AMLO en el plantón frente a la explanada de zó—calo capitalino. Foto: Cuartoscuro

Va, además, un curtido luchador social con los colores del Atlas y su hija de amarillo y negro. Hasta adelante va la compañera coordinadora, playera y suéter amarillos, chavas y chavos universitarios. Un doctor y una enfermera. Señoras… No sé qué rango de edad y sexo predomina en este movimiento que inicia, pero me sorprende la cantidad de señoras que comparten e incluso encabezan el esfuerzo (escribir “la lucha”, me pareció excesivo y me dio miedo; tal vez el término no sea excesivo, sino prematuro).

Intercambio mensajes vía celular con mi hermAnna. Eufórica, escribe: “Estoy de fiesta… Ajúa”. Y luego solemne y emotiva: “Me enorgullece pensar que marcharemos JUNTOS… Me conmueve…” “Al andar se hace el camino”. A buena hora llegamos a la fuente de Petróleos, estábamos a menos de un kilómetro del Auditorio Nacional, pero una patrulla nos impidió el paso y, como afectados por un algoritmo de la Florida, empezamos a ir a ningún lado, y cuando llegábamos ahí, aparecía una patrulla o unos tipos raros que, eso sí, muy amablemente, nos decían que ahí no podíamos estacionarnos, que mejor fuéramos al monumento a la Revolución o a otra parte…

Al fin, por la zona del monumento a los Niños Héroes, descendimos del autobús y caminamos a Paseo de la Reforma. Imperaba un ambiente de fiesta que acabó de desatolondrarme, tras lo pesado de la noche. Llamó mi atención y despertó mi sentido crítico hacia el excesivo culto a la personalidad, Lovers in the Air¸ adaptada al español con una letra que loaba a López Obrador. Caminamos hasta el Museo de Antropología, en sentido contrario de quienes, adelantándose al inicio oficial de la marcha ya avanzaban jubilosos, gritones y combativos hacia el Zócalo. En Antropología coincidimos con otros compañeros llegados de Jalisco, con ellos iba, ya sin bebé, la señora que buscaba el camión gratuito y al parecer se coló en alguno de los otros.

Del camión a la marcha no hay oportunidad ni de refrescarse ni de desayunar. Me enternecen las chicas que con una mano sostiene una manta y con la otra el sándwich que se llevan a la boca; por si fuera poco, entre mordida y mordida, gritan consignas. Yo estoy a punto de orinarme y los baños del bosque están cerrados. Clandestina y parcialmente aligero la vejiga cerca del lago, cuando regreso a Reforma mi contingente ha desaparecido, mientras los busco, recibo un mensaje de Rocío, mi prima, que me informa que ya llegó al Zócalo, tras un accidente automovilístico le cuesta caminar, pero, como Frida, se suma con su bastón a la asamblea. Inmediatamente después y por la misma vía, mi hermAnna me dice que me espera frente al edificio del IMSS. Al fin reencuentro a mi contingente y, antes de adelantarme para encontrar a mi hermAnna, cruzo Reforma y termino de orinar.

Ya reunido con mi hermAnna avanzamos y retrocedemos. Azucena e Indira nos encargan sus pancartas, mientras van al baño del Vips. Anna habla con una señora que reparte camisetas: “¿A cómo son?” “Son gratis… pero pónganselas”. Las playeras son blancas con letras moradas; al frente dicen: “Voto por voto”; en la espalda: “Soy un renegado”. Nos ponemos nuestra nueva playera y seguimos caminando. Le pregunto a Anna quién hace las playeras, quién las paga… “La gente”, me responde. Casi al final de la jornada, una vez reunidos en un café con Rocío, una señora de Tabasco nos pregunta dónde conseguimos las playeras. “Nos las regalaron”. La señora voltea a ver a las mujeres que la acompañan, sus hijas quizás, y les dice: “Eso hay que hacer para la próxima”. La gente está comprometida con la causa, la siente propia y no sólo le invierte en el viaje, también en la confección de artículos propagandísticos.

Marcha en Reforma en 2006. Foto: La palabra ingrata/Flickr

Marcha en Reforma en 2006. Foto: La palabra ingrata/Flickr

Una mirada panorámica de la columna impresiona por la cantidad de masa contenida. En detalle, lo que llama la atención es la calidad, entrega y creatividad de quienes la conforman. “El renegado y la lavadora de dos patas (o sea, mi esposa y yo) apoyamos a López Obrador y exigimos recuento de voto por voto y casilla por casilla”, se lee en una manta, cuyo autor se exhibe orgulloso junto a su obra.

Una señora fresa nos cuenta un chiste racista, sobre lo que dicen “los otros” de López Obrador: “Le dicen el Wiskas, porque ocho de cada diez gatos lo prefieren”, dice y sin pensarlo se ubica del lado de los gatos, que es lo mismo que decir: “nacos”. Una doña de la tercera edad recoge carteles maltrechos y se queja de la basura que deja la marcha. Cipriano toca en compañía de otros músicos y alegra el paso de los marchantes. Pasan tres artistas disfrazados y en zancos. También pasa un payaso solitario… Pero los contingentes quedan, avanzan hasta el edificio de la Lotería y no más.

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Anna y yo abandonamos la columna, nos cambiamos de calle y, por 16 de Septiembre, al fin llegamos al Zócalo. Jesusa Rodríguez conduce el acto y presenta a una encendida Rosario Ibarra de Piedra. Ella aboga por la legitimidad y pide al ejército que nunca más vuelva a desentenderse del código de ética militar. Sigue Monsiváis, quien lee el texto que escribió al alimón con Sergio Pitol, en el afirma que mencionar “la indignación de la gente”, es referirse a la indignación propia. Cuando parece que al fin va a hablar AMLO, Jesusa presenta a Eugenia León quien canta una linda versión de La Paloma. Y entonces sí, Andrés Manuel hace uso de la palabra. Contra lo que dicen sus opositores, a mí siempre me ha parecido un político mesurado e institucional. Su discurso informa y anima. Convierte la consigna del día en letanía. E invita a Calderón a reflexionar, por su bien y el de su familia, en que la mancha de la usurpación no podría limpiarse ni con toda el agua de los océanos. Sólo pierde la cabeza cuando nos cita para la tercera asamblea informativa y pide que seamos el doble de los presentes en la segunda…

Asamblea informativa de AMLO en 2006.

Asamblea informativa de AMLO en 2006. Foto: Memorias de la resistencia

Terminada la fiesta, la multitud sale lentamente de la gran plaza. La vida continúa y con ella los afanes democráticos de la gente. En un balcón del hotel que está frente a Palacio Nacional mi hermana observa a un viejo feliz y me lo señala. “Mira a ese viejito” “Don Julio”, le grito y cuando voltea le tiramos besos y señales de abrazos. Y Julio Scherer nos corresponde. Ya sin ser masa que avanza, nos convertimos en nosotros mismos y caminamos lentamente.

Acompañado por Anna, saludo a Rocío, radicada en Yautepec, Morelos y aprovecho para visitar a mi mamá, que apoya la causa aunque no haya ido a la marcha, y a Fátima, mi otra hermana y a su familia, que si fueron a la marcha. Pasaditas las nueve de la noche, a bordo del camión proyectan uno de los capítulos de El Sr. López, la película documental de Luis Mondoki. Antes de perderme en el sopor del viaje recibo un mensaje de Jorge, el único de mis hermanos al que no vi, me corrobora lo que ya sabía: “Fuimos más de un millón”. Y para la próxima, debemos de ser el doble. Va que va…

*Esta es una crónica de la marcha de la segunda asamblea informativa del 16 de julio de 2006, publicada en La Cultura en Occidente el 30 de julio de 2006

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