En semanas recientes pudimos observar un conjunto de acontecimientos políticos de una alta carga simbólica e ideológica en la que quedaron involucrados México, Brasil y Argentina, y que vale la pena dimensionar adecuadamente, dada la profundidad y alcance histórico y geopolítico de lo que es dable proyectar tanto en el corto como en el mediano y largo plazos.
Por un lado, el ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, visitó nuestro país en una gira internacional que forma parte de la ruta que ha de llevarlo a la contienda presidencial del próximo 2 de octubre en Brasil, en la que tiene altísimas probabilidades de volverse a encumbrar como presidente. Como era natural, la acogida corrió a cargo de la 4T de manera general (diputados, senadores, militantes, Morena, el presidente de la república). Destacaron algunas de las declaraciones de Lula, como aquélla en la que afirmó algo así como que la llegada de López Obrador a la presidencia había sido un regalo para México.
Por otro lado, la esposa del presidente, la doctora Beatriz Gutiérrez Müller, hizo llegar de manera personal una carta de López Obrador a su homólogo argentino, el presidente Alberto Fernández. En ella, manifestaba su solidaridad y la del gobierno de México ante la ofensiva del bloque de derecha neoliberal argentino e internacional, particularmente el expresado en el frente del cartel de acreedores y agencias financieras internacionales (FMI) articuladas en primera y segunda derivada -como ecuación de clase- con la oligarquía y la alta, media y tal vez pequeña y antinacional burguesía argentina, que a su vez se articula en tercera derivada con el bloque ideológico-cultural del progresismo neoliberal postmoderno (todos los movimientos con agenda de derechos post-68 de ideología hippie-socialdemócrata, nihilista, globalista y anarco-burguesa y por tanto también anti-popular y anti-nacional, no nos equivoquemos).
El presidente Fernández, a su vez, respondió en correspondencia con otra misiva en la que hizo el planteamiento, y aquí es a donde yo quería llegar, de la posibilidad de articulación de un eje MBA: México-Brasil-Argentina en torno al cual ‘podría encaminarse la política de la región en pos de una mejor calidad democrática y fundamentalmente en una más justa distribución del ingreso. Nunca debemos olvidar -remata el presidente Fernández- que vivimos en el continente más desigual del mundo’.
Yo no sé muy bien cómo entender eso de la “calidad democrática”, y confieso que el concepto me pone un poco nervioso por quedarme asociado a la jerga de politólogo del ITAM, la Ibero o el CIDE, o peor aún: a la de alto funcionario del INE, con lo cual dejaré de lado ese propósito que muy difícilmente me interesa como objetivo histórico, estratégico o geopolítico.
El punto clave está en la otra afirmación de Fernández, ésta sí decisiva y definitoria: seguimos siendo el continente más desigual del mundo, y aquí sí que es menester tomar cartas en el asunto. La cuestión es cómo, de qué manera y según qué criterios y coordenadas.
Y si las coordenadas son las del progresismo hippie-socialdemócrata, postmoderno y anarco-burgués (el de los señoritos radical-culturales de todo tipo según tengo dicho), de una vez digo que la partida está perdida de antemano: a lo mucho, lo que se logrará no será otra cosa que estar irritando constantemente a los padres burgueses de esos señoritos radicales, que nunca serán capaces de ofrecer una opción de poder político-estatal por estar precisamente contra toda forma de poder (porque “otro mundo es posible”).
La clave debe de estar en todo aquello que pueda encadenar un conjunto de variables de naturaleza nacional-popular como ecuación articuladora de un bloque populista que funja como base de estabilidad, poder y legitimación de un sistema de estados nacionales en alianza continental (el eje MBA, por ejemplo, ésta es la cuestión), con gobiernos con altos márgenes de autonomía y autoridad moral (austeridad juarista) respecto de sus respectivas oligarquías, y con potencia para actuar en el escenario mundial una vez controlada “las cimas del poder económico”, como decía Lenin.
En este caso, las cimas del poder económico estarían representadas por las grandes empresas estatales vinculadas con la energía: una alianza geoestratégica PEMEX-PETROBRAS-YPF sería algo verdaderamente inaudito y perturbador, y si a esto se añadiera la PDVSA venezolana, la jugada solamente podría compararse, por lo menos, con lo que a mi juicio ha sido el mejor movimiento de ajedrez realizado desde la periferia, tercer mundo, países no alineados o mundo en desarrollo, según se quiera ver, de la historia mundial contemporánea: la fundación de la OPEP en 1964 más o menos como jugada geopolítica de alto impacto llevada a cabo por los países productores de petróleo contra las gigantes petroleras mundiales. Esto por cuanto a las implicaciones geopolítico-económicas del eje MBA.
Ahora bien, en cuanto a las implicaciones social-ideológicas y culturales, la cuestión de los bloques o movimientos populistas nos conecta en línea directa con la cuestión nacional-popular como problema filosófico-político de alta implicación, y que tanta importancia tuvo para Antonio Gramsci en primera instancia, pero sobre todo, y en segunda instancia, para pensadores argentinos tan fundamentales para todos los efectos como Jorge Abelardo Ramos (apunten por favor este nombre) o Juan José Hernández Arregui.
Además de conectarnos con problematizaciones filosóficas también de alta implicación como el del problema de lo que Weber clasificó como liderazgos carismáticos pero que, para comprenderlos en su profundidad estructural, hay que abordar también desde la perspectiva del problema de la transformación del carisma pero en su acepción teológica (y de aquí partió Weber), como fundamento de articulación sociológica de las relaciones líder-masas en sociedades secularizadas como las occidentales, en la línea tanto de Luciano Canfora y Loris Zanatta como, sobre todo, la de Philip Rieff, que acuñó el término de “hombre terapéutico” para definir al hombre-tipo de nuestras sociedades una vez que el proceso de disolución religiosa cobra consistencia tras las críticas de Nietzsche, Freud y, en efecto, Max Weber.
Pero es que en ese terreno tan específico, el de la experiencia nacional-populista, son precisamente México, Brasil y Argentina las tres naciones que con mayores aprendizajes cuentan (o contamos), pues fueron los movimientos y al mismo tiempo gobiernos (subrayemos esto también: movimiento-gobierno, es decir, potencia social y potencia gubernamental en articulación de una estructura de equilibrio de fuerzas) encabezados respectivamente, y prácticamente de manera contemporánea (primera mitad del siglo XX), por Lázaro Cárdenas (México), Getulio Vargas (Brasil) y Juan Domingo Perón (Argentina), las expresiones más consistentes y estructurales de lo que supone la tarea titánica de configuración orgánica de un estado y una cultura nacional de masas industrializadas o en proceso de industrialización (con fuertes desplazamientos campo-ciudad), sobre un fondo geopolítico e histórico donde se cruzan las tres magnitudes universales conformadoras del mundo moderno: el cristianismo católico-protestante, el capitalismo histórico y el estado nacional moderno.
A más o menos cien o ciento treinta años de la gestación de aquéllas formaciones nacionales extraordinarias: cardenismo, varguismo, peronismo, aunque con un escenario por completo diferente, toda vez que el eje de la historia capitalista mundial se ha desplazado a China, tal como analiza magistralmente Giovanni Arrighi en Adam Smith en Pekín. Orígenes y fundamentos del siglo XXI (y más nos vale comprender esto de una buena vez, y dejarnos ya de lamentos indigenistas anti-eurocéntricos pues lo que hoy menos importa es Europa: lo que importa es China y el Pacífico, además de Rusia y Estados Unidos).
El mundo ofrece una coyuntura extraordinaria para México, Brasil y Argentina a la altura del primer cuarto del siglo XXI, lo que a su vez supone una responsabilidad de envergadura universal y geopolítica de largo alcance tanto para el lopezobradorismo y Morena, el lulismo y el Partido del Trabajo y el kirchnerismo-peronismo y el Partido Justicialista como ecuaciones respectivas de movimiento-partido-gobierno y como módulos de operación histórica a través de la cual es muy probable que el destino de un aproximado de 370 millones de productores, consumidores y ciudadanos mexicanos, brasileños y argentinos juntos sean conducidos hacia un horizonte mejor de poderío estatal-nacional, prosperidad nacional y bienestar social, cultural y popular.
Mexican Shark
28 marzo, 2022 at 1:59 pm
Lo que yo no entiendo Ismael, es como AMLO que dice ser el presidente anti-corrupción va a aliarse con el corrupto de Lula Da Silva, el cual fue encarcelado por malos manejos, si hay una rata de dos patas en Sudamérica se llama Luis Ignacio Lula Da Silva hasta el gran presidente Mujica no se expresa muy bien de ese señor.
carvai01
28 marzo, 2022 at 8:59 pm
Gracias por tu comentario Mexican Shark. Mi artículo tiene un carácter estructural o tendencial; no me centro tanto en el expediente puntual de uno u otro presidente, sino en su capacidad para activar procesos históricos y generacionales. Esa es la clave de la política: activar procesos. El cardenismo, el peronismo y el varguismo fueron grandes movimientos de masas y nacional-populares, pero no los entiendo como algo vinculado a la conducta puntual de Perón, Cárdenas o Vargas, sino a los alcances de su llamado ideológico y de su capacidad de arrastre estructural.
Te recomiendo mucho, en todo caso, leer a Jorge Abelardo Ramos.
Saludos.