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Cultura

La Historia como pretexto para la diatriba en Gabriel Zaid

La prolífica e intachable carrera de Gabriel Zaid (Monterrey, 1934) como poeta y crítico literario no tiene desperdicio. Merecidísimos son sus premios y distinciones. En lo político, tiene derecho a firmar cuantos manifiestos le plazcan, pues hoy en día ninguna ley o gobernante se lo impedirá. Aquellos que se sienten vulnerados en su libertad de expresión han podido publicar y declarar cuanto les viene en gana en los medios que han elegido para ello, sin menoscabo del tono o el lenguaje empleado.

Igualmente, es de justicia mencionar que el acto de la creación poética requiere de una sensibilidad, ingenio y erudición que pocos alcanzan y Zaid es una de esas figuras que ennoblecen a ese arte en particular y a las letras mexicanas en general.

Por ello me resultó sumamente perturbadora su publicaciónLa respuesta ciudadana” en Reforma el 30 de mayo de 2021 y replicada en Letras Libres, apenas unos días después del caso de “El Cachas“, entrada que, lejos de provocar el efecto deseado por su autor y sus mecenas, el de movilizar a la clase trabajadora a votar por los partidos que representan los intereses del empresariado, sólo generó, en cambio, una avalancha de burlas por su pretensión de usurpar un lenguaje artificioso y anacrónico.

Que se haya publicado también en Letras Libres, no es de extrañar, ya que esta revista, de cuya trayectoria se ha también hablado y escrito bastante a lo largo de sus 23 años de existencia, ha sido uno de los principales espacios de expresión de Zaid, lo que conlleva a afirmar en consecuencia, que el poeta es empleado de su director, Enrique Krauze, una de las voces disidentes del actual régimen y quien, pese a buscar “una democracia sin adjetivos”, no duda en hacer gala de los mismos a través de la diatriba.

Hasta aquí todo obedece a sus cauces normales, sin embargo, lo que extraña (¿o no?) de estas dos personalidades es el uso que hacen de la Historia para apuntalar sus endebles argumentos. Ambos tienen su formación profesional en la ingeniería, pero uno eligió el camino de las letras y el otro el de la musa que tiene el nombre de su empresa, pero es evidente en la composición y en el elogio del artículo en cuestión, que ambos están muy lejos de ofrecer esas verdades que pretenden. Zaid no es historiador y Krauze, quien presume serlo, cegado por el odio al presidente, no pasó por el filtro de la crítica lo que su empleado le envió para publicar.

La Historia es una de las disciplinas que peor reconocimiento público tiene: si uno tiene una muela picada, va al dentista; si uno tiene tapado el baño, llama al plomero, sin embargo, abundan quienes pretenden aleccionar en torno a los sucesos del pasado sin tener las bases formativas para ello y, con desfachatez, descalifican a quien sí.

Así, el artículo en cuestión comienza con una enumeración de casos en los que Zaid pretende trazar una línea histórica sobre la construcción de la democracia. Llama de inmediato la atención el primer ejemplo, que no es tan antiguo, y que habla sobre esclavos que no saben qué hacer con su libertad, esto en franca alusión a los 30 millones de votantes que en 2018 dieron su voto al actual presidente.

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Posteriormente hace un repaso sobre diversos pensadores del mundo griego antiguo que trataron el asunto del citado modelo de gobierno; aquí es donde comienzan los problemas de la utilización selectiva de la historia. De las aportaciones de Solón a Clístnenes y de ahí el primero de los saltos con garrocha hasta la crítica de Aristóteles, que habla del peligro de que el demagogo se convierta en tirano. No hay mención de Platón ni de su opinión negativa sobre la democracia que busca ensalzar el grupo de los intelectuales contrarios al gobierno. A diferencia de Aristóteles, Platón vivió el apogeo de la Democracia implantada en Atenas en el siglo V a.C. y no “hace milenios” como afirma Zaid. Éste fue un sistema que, pese a sus virtudes, hoy podría calificarse como nacionalista (sólo para los atenienses), elitista (sólo para los propietarios) y androcéntrica (sólo para los varones). No mujeres, no esclavos, no extranjeros. La democracia ateniense, implantada por Pericles, era el andamiaje político de una polis imperialista y que sólo funcionó hasta la derrota ante Esparta en la Guerra del Peloponeso en 404 a.C. Lo que vino después fue precisamente la era de los demagogos y tiranos que señaló Aristóteles antes de la conquista macedónica.

Prosigue adjudicando al cristianismo un carácter democrático que no puede explicarse ni aun en los tiempos de las catacumbas, ya que en la sucesión petrina no intervenían procesos de participación política. Menciona más adelante que el aspecto que le atribuye se perdió al haber sido esta religión proclamada oficial en el Imperio Romano por Constantino, lo cual es totalmente falso, ya que esto sucedió gracias a Teodosio. Zaid confunde o suplanta el Edicto de Tesalónica en 380 por el de Nicea en 325, que lo reconoció y toleró para su coexistencia.

El concepto de “integrismo” que emplea Zaid para referirse a la hegemonía del cristianismo en la sociedad determinados momentos es anacrónico, pues éste surgió en la España del finales del siglo XIX en el contexto de la Guerras Carlistas que ensangrentaron ese país por décadas con motivo de la disputa entre las dos ramas ibéricas de la dinastía Borbón por la legitimidad del derecho al trono, cada una sostenida por liberales y tradicionalistas, respectivamente, asunto que sería muy extenso exponer. Lo que importa, es que el concepto histórico se emplea en el artículo de manera errónea.

Continúa con que “La libertad cristiana”, sea lo que sea a lo que se refiera con esto, favoreció el individualismo del Renacimiento. Aquí otra rareza argumental: no fue tal, sino fue precisamente el quiebre del paradigma teocéntrico, que comenzó a darse tras el abandono del miedo milenarista derivado de las múltiples interpretaciones del cumplimiento de las profecías apocalípticas y del ansia de vivir de aquella generación que sobrevivió a la peste negra de 1348, como lo demuestran los cuentos del Decamerón, de Bocaccio. El Nuevo Saber y el Humanismo contribuyeron así a generar el individualismo renacentista.

Continúa Zaid empleando erróneamente el concepto de integrismo al referirse a la ruptura con éste “a escala imperial” con uno “a pequeña escala” al aliarse a los príncipes locales (sic) que deseaban apartarse del “Sacro Imperio Romano”. Es difícil saber si la omisión del nombre Germánico es inconsciente o deliberada. Lo primero supondría que está confundiendo la Santa Sede en Roma con el estado supranacional centroeuropeo, ya que varios de los príncipes de lo que deseaban apartarse era de ésta y no del Imperio. Lutero rompió definitivamente con la Iglesia católica en 1521 al quemar la bula Exurge Domine en la que se condenaron casi la mitad de sus 95 tesis contrarias al asunto de la venta de indulgencias. Los príncipes, principalmente Federico III de Sajonia, lo protegieron y ambas partes se apoyaron para reprimir la Guerra de los campesinos alemanes de 1524 a 1526, que terminó con la carnicería de la Batalla de Frankenhausen. El rompimiento con el Imperio se evitó gracias a la Paz de Augsburgo, en 1555, ocho años después de la muerte de Lutero, firmada entre Carlos V y la Liga de Esmalcalda, el grupo de los príncipes protestantes, en la que, a regañadientes, el emperador concedió la libertad religiosa bajo el principio de Cuius regio, eius religió, que consiste en que cada príncipe podría profesar la religión que quisiese, siempre y cuando toda la población hiciese lo mismo. Así, la unidad del Sacro Imperio Romano Germánico se mantuvo en lo físico, aunque no en lo espiritual, aún sin Lutero.

Falla nuevamente en poner como ejemplo a los llamados “Padres peregrinos” como los primeros colonizadores ingleses de Norteamérica, pues mientras que estos llegaron escapando de la persecución anglicana a los calvinistas en 1620, en la realidad, ya desde 1583 la reina Isabel I había otorgado los permisos al pirata Walter Raleigh para fundar una colonia en 1583 con fines comerciales.

Prosigue con el ejemplo de la historia estadounidense. Asegura que en 1776 las trece colonias rompieron con la monarquía británica y establecieron una república democrática. Si bien en ese año se hizo pública la Declaración de Independencia, escrita por el esclavista Thomas Jefferson, ya desde el año anterior habían empezado los combates, como los de Lexington y Bunker Hill. La guerra se ganó con ayuda de Francia y España hasta 1783 y durante los primeros seis años de vida independiente los Estados Unidos de América experimentaron un frágil sistema confederal en el cual Maryland tuvo que ser sometido por las armas hasta que, finalmente, pudo constituirse la república en 1789 bajo la presidencia de George Washington.

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En la Revolución Francesa la monarquía fue abolida hasta 1792, no en 1789, y hasta aquella fecha fue cuando se instauró la República, mientras tanto, los representantes populares, es decir, del Tercer Estado, se autoproclamaron Asamblea Nacional y más adelante Constituyente, y abolieron los privilegios señoriales del Antiguo Régimen conforme se extendía la Revolución, y la monarquía, con los límites impuestos por los revolucionarios, fue tolerada hasta que fue pública la amenaza de los ejércitos prusianos de invadir Francia para restituir el poder absoluto del rey; por ello, Luis XVI fue visto como sospechoso de conspiración con el extranjero, juzgado y ejecutado. En este periodo el grupo político que tomó las decisiones fue el de los jacobinos, radicales que, de haberlos analizado un poco, difícilmente Zaid podría admirar en su sano juicio, pues fueron quienes instituyeron el régimen del Terror, responsables de decenas de miles de ejecuciones en la guillotina.

La represión de “los mexicanos de entonces” que menciona el autor bajo la frase del virrey Carlos Francisco de Croix, acerca de que “nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno” es muy matizable: esta es la parte final del bando que decreta la expulsión de los jesuitas ordenada por el rey Carlos III y la persecución sobre quienes se levantaron en armas para impedirlo en San Luis Potosí y Guanajuato, estuvo a cargo del visitador general José de Gálvez, personaje que llegó a implementar las reformas borbónicas en la Nueva España y con poderes aún superiores a los del virrey.

Los intentos fallidos de la “República democrática” en el México independiente obedecen a distintos factores que Zaid omite, entre ellos, en lo interno la falsa creencia en que la adopción de un determinado modelo de organización política (federalismo o centralismo) sería la panacea para la prosperidad del nuevo país, así como las constantes agresiones extranjeras de las que México fue víctima como ningún otro estado en su tiempo. Podría aquí Zaid haber aprovechado para su libérrima e inexacta interpretación de la historia la figura de Santa Anna, pero para fortuna del escaso tiempo de que dispone quien desmantela el texto, no lo hizo.

“El de Juárez terminó en reelecciones y dictadura. El de Madero asesinato y caos”. De la lógica de su redacción se infiere que los gobiernos en cuestión son también “intentos fallidos” desde su punto de vista. La pobreza argumental de esta frase es inversamente proporcional a las evidencias históricas, políticas y sociales que la derrumban. En primer lugar, el largo periodo presidencial de Benito Juárez (1858-1872) obedece a distintas razones: la sustitución de Ignacio Comonfort por su autogolpe de estado conforme a los artículos 79 y 80 de la Constitución de 1857, por la prolongación de su mandato en 1865 debido a la imposibilidad de celebrar elecciones en plena guerra de intervención francesa y por elecciones celebradas una vez restaurada la República conforme a la misma ley suprema. Una vez que estas situaciones se analicen a cabalidad muy poco habrá que decir.

De Porfirio Díaz no hay ninguna mención, por lo que puede suponerse que Zaid no objeta absolutamente nada de su mandato: ni la represión de los opositores, huelguistas y prensa crítica, ni la marginación de campesinos e indígenas, ni la tolerancia a la situación de franca esclavitud de las haciendas. No. No le merecen la menor crítica.

El “asesinato y caos” con el que termina el aparente “intento fallido” de “República democrática” de Madero es obra el grupo de conspiradores de la vieja guardia del ejército porfirista que pretendió restaurar el statu quo anterior a la primera fase del proceso revolucionario y que terminó absorbido por la ambición personal de un general sanguinario y dipsómano como Victoriano Huerta, cuya breve dictadura no hizo sino recrudecer la lucha armada. Los revolucionarios descontentos como Orozco y Zapata, los enemigos políticos desplazados, como Félix Díaz y Bernardo Reyes, la prensa golpeadora, las intrigas del embajador gringo y (no se puede tapar el sol con un dedo) las decisiones erráticas del presidente, llevaron a su caída, la más triste que haya tenido un mandatario nacional.

“El más prometedor es el actual, porque tiene bases más sólidas. No los partidos ni la clase política, sino la población que se siente ciudadana”. ¿”El más prometedor” qué? ¿”intento fallido” de “República democrática”? Es lo que se entiende si se sigue el hilo de su narración. Para haber llegado a un momento en que la población se siente ciudadana fueron necesarias décadas de lucha social y mucha sangre derramada. El pueblo lloró la muerte de su “Apóstol de la Democracia”, apoyó multitudinariamente el decreto de Expropiación Petrolera y cuando el gobierno privilegió a los intereses particulares y extranjeros y comenzó su lamentable tradición represora de toda forma de disidencia social y política, poco a poco se fueron creando movimientos y formando conciencias; para muestra las luchas sindicales de ferrocarrileros, maestros, las protestas de los médicos, de los estudiantes, de los damnificados. Todo ello es invisible para Zaid al menos en su texto.

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De Madero hay un salto abismal hasta la decepción que, con sobradas razones provocó el así llamado “gobierno del cambio” con Vicente Fox, empresario y político advenedizo de una meteórica carrera sólo explicable a través de su dudoso financiamiento y del legítimo hartazgo de la hegemonía priísta. No hay mención por ningún lado del incalculable daño político, social, moral, institucional, demográfico y psicológico de la era calderoniana, cuyo saldo en seis desastrosos años es de más muertes y desaparecidos que en los treinta y seis años de dictadura militar en Guatemala o los cincuenta y dos de conflicto armado en Colombia, por mencionar sólo dos casos.

La última cuarta parte del texto de Gabriel Zaid corresponde más bien al tipo de discurso de la diatriba, de lo cual, lo único destacable es la simplona equiparación entre Fox y López Obrador, misma que no se sostiene por ningún lado.

Así pues, esta última parte queda fuera de los límites auto impuestos por este ejercicio de crítica y corrección a una muy deficiente y, por lo mismo, dolosa exposición de relaciones históricas para justificar una postura personal.

Es una pena que un intelectual de la magnitud de Gabriel Zaid haya caído en la tentación de aleccionar a su público, el cual, dicho sea de paso, es limitado dadas las restricciones de lectura del diario Reforma y por el alcance social del mismo.

Es, pues, este artículo la otra cara de una misma moneda en la que figura un similar insulto a la inteligencia como fue el de “El Cachas”.

Lo que no sorprende es que su patrón, Enrique Krauze, lo haya publicado en su medio impreso y digital y divulgado en sus redes sociales sin que, como el historiador y autoridad moral que dice y pretende ser, lo haya pasado por el más elemental tamiz de la crítica y de la contrastación y verificación de fuentes, como si el odio al Presidente Andrés Manuel López Obrador le nublase el juicio tanto como para anteponerlo a la ética (al menos) profesional.

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Juan Carlos Esparza
Escrito por

Maestro en Historia de México por el Instituto Cultural Helénico. Licenciado en Ciencias de la Cultura por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Actualmente Cursa el Doctorado en Conocimiento y Cultura de América Latina por el Instituto Pensamiento y Cultura en América Latina A.C. Obtuvo el Diploma de Estudios Avanzados por el Doctorado en Antropología de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, España. Es docente en la Universidad del Claustro de Sor Juana la Universidad Pontificia de México, en Centro Eleia en el Centro Cultural La Isla de Minerva. Es cofundador de Opus Artis, institución dedicada a la valuación de obras de arte a la gestión cultural y a la impartición de cursos y diplomados de educación en línea. En el ámbito museístico fue el desarrollador en curaduría y museografía del Museo de la Cristiada (Aguascalientes), así como director del mismo. Realizó trabajos de Investigación y servicios educativos en los museos Frida Kahlo y Museo Interactivo de Economía. Como gestor cultural ha desarrollado a través de Opus Artis diversos encuentros académicos y presentaciones de libros en la Universidad Pontificia de México, Casa del Poeta Ramón López Velarde e impartido diversas ponencias en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, Universidad Pontificia de México, Casa de las Américas (La Habana, Cuba), Universidad de Salamanca (España).

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