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Jaime Avilés desde Atenco | Foto: Pedro Cote

Crónicas

Jaime Avilés: retrato impreciso

Para Juncia y Julio, este texto en forma de abrazo 

Imagen primera

Como animal nocturno, una sombra se mueve entre los callejones de San Cristóbal de las Casas. Es de noche y se pierde entre las pálidas luces que proyectan los faroles. Hay mucha gente, hay mucho bullicio en esa pequeña ciudad del sureste mexicano, producto de los últimos acontecimientos. Una multitud de indígenas se ha levantado en armas. Una organización clandestina ha puesto de cabeza al gobierno y a toda la sociedad mexicana. Son los primeros meses de un año avasallante. Es 1994.

Meses después supe que esa sombra era Jaime Avilés, quien se había internado en la selva como uno de los primeros periodistas mexicanos que cubrían el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Mucha gente, atraída por los acontecimientos, fue a prestar solidaridad y a apoyar los iniciales diálogos de paz. Sus textos aparecían en aquella época en El Financiero, pero poco después se publicarían en La Jornada.

Jaime se encaminó directo a trabar relación con la Comandancia General del EZLN. Allá en la comunidad de La Realidad lo vi jugar pelota con un niño llamado Clinton. Otros fuimos a brindar apoyo a las comunidades. En mi caso, me hice presente en los Campamentos Civiles por la Paz, me sumé a la fundación del Frente Zapatista de Liberación Nacional y, tiempo después, como respuesta a la masacre de Acteal, junto con otras organizaciones, creamos la Asamblea Jalisciense por la Paz, desde la cual se brindó apoyo concreto en el área educativa a una comunidad llamada Dolores Hidalgo, municipio de San Manuel.

Jaime Avilés dialoga con los policías. Foto: Pedro Cote

Imagen segunda

Jaime llegó a Guadalajara el 21 de marzo de 1999 para cubrir la Consulta Nacional por el Reconocimiento de Los Derechos de los Pueblos Indios y por el fin de la Guerra de exterminio. Me tocó llevarlo a los distintos centros de consulta. Él tenía curiosidad por conocer la respuesta que daría una sociedad tan conservadora y mocha como la tapatía.

Lo llevé a lugares distintos y diversos: de la elegante y burguesa colonia Chapalita a la colonia Balcones del 4, un rumbo de pobres que surgió como producto de asentamientos irregulares, en lo que antes era un ejido. De las casillas instaladas en el centro de Guadalajara, Jaime y yo nos pasamos a la colonia Rancho Nuevo y ya por la tarde fuimos a ver las filas de gente que se volcaba en las casillas de Jardines Alcalde.

Eran las cinco de la tarde de ese domingo y la participación no menguaba: fue impresionante. La sorpresa fue grande al conocerse los resultados de la consulta: Jalisco fue la segunda entidad con mayor participación, sólo después de Chiapas. Estábamos contentos. Hicimos reflexiones y adelantamos hipótesis del impacto que tendría en el país; pero después supe que nos equivocamos, pues la guerra contra las comunidades no se detuvo. De allí fuimos a ver la última corrida de toros al Nuevo Progreso, a comer birria y a tomar cerveza. No supe después cómo le hizo Jaime, pero su crónica salió publicada al día siguiente en La Jornada.

Jaime Avilés durante una en asamblea en la Ciudad de México. Foto: Especial

Imagen tercera

Es agosto y es 2006. El país está de nuevo puesto de cabeza, pero ahora por un descomunal y grotesco fraude electoral. He llegado a la ciudad-monstruo en días turbulentos. Según eso, vengo dizque a estudiar una maestría en la Academia de San Carlos. Por esos días el Zócalo está a reventar de campesinos pobres, de obreros, de colonos. De mujeres y hombres dispuestos a todo. Hay un ambiente enrarecido y muy parecido a los días posteriores al fraude de 1988, el de Salinas de Gortari.

La gente quiere llegar hasta donde tope, hay mucha efervescencia. Hablan. Muchos opinan que hay condiciones para hacer un levantamiento popular al como ocurre con la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca como respuesta a la brutalidad y la torpeza de Ulises Ruiz. Pero también hay miedo. Se tiene muy presente la atrocidad asesina de la policía de Peña Nieto en Atenco. Hay caos y polarización en el país. Veo de lejos a Jaime Avilés en el templete, haciendo anotaciones en un cuaderno. Está junto a Jesusa Rodríguez, que grita y anima a la multitud.

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Jaime ha roto con el EZLN. Hace tiempo que se ha distanciado del Subcomandante Marcos y, desde antes del intento de desafuero, ha tomado partido por Andrés Manuel López Obrador. La resistencia contra el fraude decide instalar un larguísimo campamento desde el Zócalo hasta la Fuente de Petróleos. Jaime va de un lado a otro haciendo crónicas que terminará de redactar, muchas veces, en el ciber de un café de la calle Madero. Su columna –antes “El tonto del Pueblo”– ahora se llama “Desfiladero” y es un termómetro del momento o al menos una visión de lo que sucede y una de las columnas más leídas y discutidas todos los sábados en el platón en Reforma.

Foto: César Huerta.

Foto: César Huerta.

Imagen cuarta

En Morelos, el 28 de marzo del 2011, María del Socorro Estrada y seis personas más, aparecieron asesinadas. Entre ellas, el hijo de Javier Sicilia (un poeta querido en la comunidad, columnista de la revista Proceso y del suplemento cultural de La Jornada). Este hecho es uno más de los miles y miles que vienen sucediendo a diario, desde que Felipe Calderón se impuso de manera ilegítima y quiso fortalecerse a base de terror y muerte, dejando a México sumido en la peor de las pesadillas.

Por el mes de abril, un grupo de artistas convocaron, de manera pública, a reunirse para reflexionar sobre lo que sucedía en el país y realizar distintas acciones para visibilizar la violencia. Proponían teñir las fuentes de la ciudad con color rojo, rojo sangre. A esa reunión asistimos varias personas, y también llegó Jaime. Allí nos volvimos a reencontrar y nos vimos con más frecuencia. Participamos en varias acciones, y una que él recordaría con agrado fue la proeza de teñir la fuente de La Diana Cazadora. La veíamos como una eficaz acción de quienes participamos en la protesta, y no nos importó que el acto durara apenas cuarenta minutos, pues las autoridades apagaron la fuente porque la foto documental estaba hecha.

Por esas mismas fechas, Jaime traía entre manos la puesta en escena de una pieza de teatro llamada Violetita, una obra de cabaret en la que denunciaba la violencia contra las migrantes centroamericanas en su paso por México. Nos invitó una cena en su casa para presentarnos el libreto, y nos puso sobre la mesa una gran cazuela de chayotes cocidos. “¡Pero, Jaime, a un periodista como usted, le gusta el chayote!”, exclamó de manera irónica una compañera. Todos reímos. A un periodista incorruptible como Avilés le gustaba el chayote cocido, acompañado de queso y otros aderezos.

La obra sufrió cambios constantes, con mucha rotación de actores y actrices, pero se presentó en distintos estados y la última puesta en escena tuvo lugar en un bar de la Condesa. Fue la última obra de Jaime y su última actuación en los escenarios. Mientras eso sucedía, casi cada semana o cada quince días  nos veíamos en el Covadonga, con amigos cercanos.

Jaime Avilés entrevista a Andrés Manuel López Obrador.

La relación no iba bien en La Jornada, pero él empezaba a incursionar en el mundo de las redes sociales, como fenómeno alternativo de comunicación. Intuía -como lo vemos ahora- que los periódicos digitales desplazarían a los medios impresos. Imaginaba el mundo del tuiter como una gran aldea llena de jaulas con canarios que interactuaban entre sí, creando un gran ruido, generando información y polémica.

Fue cuando se le ocurrió la primera idea de un medio al que llamó El Canario Temerario, una página web que se vincularía al Facebook y al tuiter y en la que se subiría y bajaría información del gran ruido cibernético, creando polémica en los temas sociales y políticos del momento. Para eso contrató a una diseñadora que le hiciera la página y el Facebook, pero el experimento jamás funcionó, en parte, porque no se entendía con claridad su planteamiento.

Finalmente Jaime salió de La Jornada. El periódico perdió a uno de los mejores cronistas del país, y sus lectores perdieron la que, por mucho tiempo fue, una de las mejores columnas de los sábados: “Desfiladero”. Aunque reflexionaba sobre los medios virtuales y las redes sociales, Jaime extrañaba ver su columna en papel impreso. Sabía que un gran sector de la gente de la tercera edad había sido rebasado por la tecnología. Revivió a “El Canario Temerario” durante algún tiempo en una columna de El Financiero y, poco después, recuperó la columna “Desfiladero” para un periódico virtual de poca circulación.

Héctor Díaz Polanco, John Ackerman y Jaime Avilés en la Feria del Libro del Zócalo. Foto: Facebook

Héctor Díaz Polanco, John Ackerman y Jaime Avilés en la Feria del Libro del Zócalo. Foto: Facebook

Un fin de semana nos fuimos invitados a Temacapulín, Jalisco, para conocer en detalle el conflicto de la presa que inundaría el pueblo, y para apoyar a la comunidad en resistencia. Luego nos fuimos a un pueblo de Nayarit, a Santiago Ixcuintla, donde su presidente municipal nos narró asustado y nervioso, que el narco lo tenía amenazado y le pidió a Jaime que escribiera algo sobre eso para sentirse protegido, pero éste alzó los  hombros, apenado de no poderlo apoyar, le dijo que ya no tenía dónde escribir por el momento. Después Jaime se trasladó a Tulum, un lugar que le gustaba mucho y en el que pasaba largas temporadas leyendo y escribiendo.

A finales de 2014, llegó un sábado al Covadonga con la idea de crear un periódico o revista digital que se llamaría Polemón, y nos botamos de la risa. “Pero, ¿qué es eso, quién va a leer eso?”. Entusiasmado, Jaime explicó que se trataría de un medio para generar polémica y la gente diría: “¡N’ombre, qué polemón ha generado Polemón!”.  Sería, muy a su estilo, un “semanario mensual que sale todos los días a veces.”  La verdad es que no lo creímos viable. La noche siguió, cambiamos de tema y seguimos jugando dominó. Pero él continuó con el proyecto y pronto empezó a tomar forma.

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Los últimos años a Jaime le gustaba mucho ir a Guadalajara, y fue allá donde encontró las condiciones y el equipo básico para echar a andar Polemón, junto con los periodistas Jorge Naredo y César Huerta. En largas y complejas sesiones, el proyecto empezó a caminar en medio de madrugadas, whisky y cervezas, hasta que por fin el 21 de marzo de 2015 salieron las primeras notas de Polemón, un medio electrónico que hoy es indispensable para seguir el acontecer político nacional. Actualmente esta revista digital ha llegado más de 100 mil seguidores, y se encuentra muy activo a pesar de las dificultades económicas por las que atraviesa.

Jaime Avilés. Foto: Pedro Cote

Imagen última

En años recientes, Jaime se había peleado o distanciado con medio mundo, pero la relación que mantenía con los poquísimos amigos que conservaba era clara y transparente.  Sabía que conmigo tenía diferencias políticas y las respetaba. La amistad estaba por encima de eso. El valor que le otorgaba a la amistad era total, sin medias tintas. Estaba siempre dispuesto a echar la mano si alguien de sus amigos lo necesitaba. Su imagen de cerca no checa con el personaje polémico que afilaba sus dardos rabiosos en plena madrugada y los aventaba por tuiter.

Se podría estar o no de acuerdo con él en sus formas de batirse a duelo, pero le reconozco la valentía de hacerlo de frente, dando la cara, argumentando con artículos, crónicas y columnas su visión política sobre la situación del país.  Se le quería, se le odiaba y, sin embargo, es una persona que hace falta en estos graves momentos por los que atraviesa México. En los días del reciente temblor del 19 de septiembre, hicieron falta sus crónicas y su peculiar forma de registrar los acontecimientos. Hasta el más acérrimo de sus malquerientes, reconoció el vacío y la necesidad de sus textos en esos días turbulentos y caóticos.

No tengo completo el retrato de Jaime Avilés: la imagen de un poliedro es el objeto más cercano de que dispongo para entender la condición humana, la suya, la de todos. Pero la biografía más clara y nítida la escribió él mismo en sus libros y columnas, que es preciso leer y releer para valorarlo en su justa dimensión. No hay que olvidarlo. Hay que recordarlo en las duras luchas de este país por encontrar la justicia tantas veces negada y que esperamos pronto llegará. De eso no tengo dudas.

Alfredo López Casanova

Mexicano, nació en Guadalajara. No es escritor pero publicó El Salvador: por el camino de la paz y la esperanza, un libro de testimonios de excombatientes, actores anónimos todos, del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. No es periodista pero sus crónicas han aparecido en el periódico Mural y en los medios Proyecto Diez, Subversiones y Polemón. Es más bien escultor. Hay un busto suyo de Cintio Vitier en La Habana, y realizó los de Sergio Pitol, Juan Gelman, Carlos Monsiváis y Fernando del Paso para el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo; acaba de terminar el de Heinrich Böll para la fundación que lleva su nombre. Fue distinguido con el Premio de Escultura Juan Soriano.

1 Comentario

1 Comentario

  1. Avatar

    Felipe Báez

    8 mayo, 2018 at 7:11 pm

    Bonitos recuerdos de Jaime, he sido lector de la Jornada desde su aparición y fue sensible su salida.

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