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Crónicas

A 50 años, los silencios rebeldes de ayer y hoy se unen en una marcha

Ana y Juan

Ella se llama Ana y hace rato que espera a Juan. Se citaron a las 3:30 afuera del Museo de Antropología, pero son las 4:15 pé eme y él no llega. Llegará tarde y las cartulinas estarán mojadas. No servirá. Ana tomará su bicicleta y se irá rapidísimo a comprar cartulinas.

Los abuelos de Ana y Juan estuvieron en la Marcha del Silencio de hace 50 años. Ahora no están, pero están ahí ellos, sus nietos, y estando ellos ahí, de cierta forma los abuelos (aunque no estén) estarán.

Para Ana y para Juan, estar ahí, en esa marcha, es una obligación moral.

Ellos empiezan a escribir palabras y frases para gritar sin gritar. Quieren saber y sentir. Quieren recordar con su andar lo que les platicaron los abuelos hace ya algunos años: “de cómo el retumbar de los pasos en silencio abrió una grieta en la historia de este país.”

Ana y Juan, 50 años después, se ponen una cinta en la boca, toman sus cartulinas y se incorporan al contingente. Se quitarán la cinta hasta llegar al Zócalo.

Marcha del silencio. Foto: Alfredo López Casanova

Las palabras

Como hace cincuenta años, miles marchan en riguroso silencio, con cientos de pancartas que gritan la rabia contenida plasmada de múltiples maneras, enfatizando que su silencio no es sumisión y que “aquí nadie se rinde”.

Como aquel día de hace cinco décadas, marchan jóvenes para tomar el cielo por asalto y luchar contra lo imposible. Los jóvenes de hace cincuenta años lo hicieron contra una revolución rancia y podrida que comenzó mal cuando el ejército asesinó al presidente Madero y al vicepresidente Pino Suárez en 1913. Esa dizque revolución continuó la masacre contra Villa y Zapata, haciendo fraudes electorales, encarcelando líderes ferrocarrileros como Valentín Campa y Demetrio Vallejo, y matando, siempre matando a líderes campesinos como Rubén Jaramillo en 1962, apresando a sindicalistas magisteriales como Othón Salazar y reprimiendo movimientos como el de médicos.

Aquellos jóvenes desafiaron al gobierno y su sistema caduco. Exigieron la salida del ejército de la Universidad Nacional y lucharon por democracia y libertad de los presos políticos.

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Y hoy, como aquel día, miles de jóvenes siguen marchando y protestando y rebelándose porque muchas de las demandas siguen vigentes, porque las injusticias permanecen, porque no ha bastado con tanta lucha y tantas lágrimas para cambiar este país.

Marcha del silencio. Foto: Alfredo López Casanova

Todos los pasos

Esta marcha es singular, y es que es compartida entre varias generaciones con experiencias de lucha distintas.

Van ex líderes estudiantiles sobrevivientes de la masacre del 2 de octubre de 1968, que soportaron la cárcel y represión. Caminan también ex guerrilleras y ex guerrilleros que no vieron otra opción después del zarpazo que dio la bestia en la plaza de Tlatelolco y el 10 de junio de 1971.  A un costado, están los sobrevivientes organizados de los sismos del 19 de septiembre 1985 y los del mismo día pero de 2017, a quienes la autoridad les niegan una solución digna para recuperar sus viviendas.

Caminan estudiantes de todas las generaciones: los del Consejo estudiantil universitario (CEU) de 1986, los del Consejo General de Huelga (CGH) de 1999-200, que lucharon contra la privatización de la educación, y los jóvenes de todos los plateles de la UNAM que luchan y se movilizan para desterrar por siempre a los grupos de porros, los cuales operaron con total impunidad el 3 de septiembre pasado afuera de la Rectoría en Ciudad Universitaria, gracias a la complicidad de autoridades universitarias.

Marcha del silencio. Foto: Alfredo López Casanova

Estos pasos, que podríamos llamar netamente universitarios, se mezclan en su andar con los del movimiento urbano popular que en otros tiempos obligó a los gobiernos a dotar de vivienda y servicios públicos a cientos de colonos pobres de las periferias.

También están los campesinos de Atenco que lucha contra viento y marea para impedir el Nuevo Aeropuerto Internacional de México que, desde ya, está destrozando el ecosistema y la vida comunitaria de los pueblos de la región.

Ahí van todos, en silencio, hombres y mujeres que recuerdan y luchan, que nos interpelan y cuestionan, que nos exigen como sociedad parar la guerra en esta país; que nos obligan hacer nuestra la lucha  contra la desaparición forzada, que a la fecha, según cifras oficiales, suman más de 37 mil personas, sin contar los miles de feminicidios que ocurren día con día.

Marcha del silencio. Foto: Alfredo López Casanova

El inicio

La marcha sale a las 4:30 del museo de Antropología. El día está gris y amenaza una fuerte lluvia, pero la gente viene prevenida con capas, paraguas y sombreros.

En la avanzada va el CCH de Azcapotzalco, atrás de ellos viene el Comité 68, que formaron parte Consejo Nacional de Huelga, para dar paso al comité de Padres y Madres de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

Los símbolos aparecen y se despliegan: la V de la victoria, los gorilas de ayer en las pancartas eran los policías y militares y hoy son los porros y se mantienen los militares como responsables de grande masacres y desapariciones forzadas.

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Las demandas y las exigencias nos hablan de un país que no ha cambiado mucho, que la voluntad de las autoridades, a juzgar por los hechos recientes, apuestan por mantener la impunidad y la corrupción como medida de autoprotección. ¿Habrá cambios con lo que llaman la Cuarta transformación del país? Muchos lo mantienen como interrogante, y otros tantos de plano lo descartan.

Marcha del silencio. Foto: Alfredo López Casanova

El grueso del contingente está conformado por jóvenes de todas las carreras y escuelas de la UNAM, pero también del IPN, UAM, ENAH, UACM y otras universidades pequeñas o incorporadas, pero resalta esta vez la ausencia de estudiantes de universidades privadas como la Iberoamericana o el ITAM, que en otros tiempos mostraron su solidaridad para con diversas causas.

Al fondo de la marcha, el silencio se cumple a medias en varios contingentes, unos porque no les explicaron bien, y otros porque hay mucha rabia por los hechos recientes en Ciudad Universitaria, pero pronto llegan y les explican y los jóvenes atienen al llamado.

De repente, sólo se oye el ruido del helicóptero de la policía que monitorea la marcha. Pasan algunos vendedores ofreciendo su mercancía y con un siseo les piden que guarden silencio. Minutos después, pasan un papelito para informar a los contingentes que el silencio se terminará al llegar al Antimonumento +43. Allí se dará la palabra a los padres de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa para realizar el conteo y después la marcha seguirá hacia el Zócalo.

Marcha del silencio. Foto: Alfredo López Casanova

Microhistoria

La lluvia cae de a poquito. Pequeña, no cede, pero tampoco asusta.

Son las 6:45 pé eme y el contingente llega frente a Bellas Artes. Ha pasado el grito del silencio y ahora con voz potente que retumba jóvenes del CCH Vallejo lanzan: “¡Azcapo va a ser la tumba del porrismo!” y “el que no brinque es porro”.

Mientras la marcha sigue su curso, una mujer sube con dificultad una base de madera que se encuentra en 5 de mayo y grita: “¡Bravo chavos, bravo!”. Su voz es apagada en medio de los gritos que hacen eco entre los edificios. Nadie la vio pero a ella no le importó. Esa mujer no pudo marchar porque en el tiroteo de la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre, una bala le destrozó el talón.

A las 7:20  pé eme el primer contingente entra a la plancha del zócalo. Un organizador al micrófono pide que suban miembros del comité 68, miembros de la comunidad estudiantil de Azcapotzalco, familiares de los 43, entro otros.

Se exige la salida de los porros de la UNAM y se plantea la solidaridad con los familiares de los 43 y con todos los familiares de los desaparecidas y desaparecidos del país.

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Las voces son muchas y las consignas también. Pero el silencio que recién se calló cuando el contingente llegó al zócalo, ese silencio fue más fuerte que todas las consignas dichas. Que todos los ruidos. Fue tan fuerte que fue idéntico al escuchado hace 50 años.

Alfredo López Casanova

Mexicano, nació en Guadalajara. No es escritor pero publicó El Salvador: por el camino de la paz y la esperanza, un libro de testimonios de excombatientes, actores anónimos todos, del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. No es periodista pero sus crónicas han aparecido en el periódico Mural y en los medios Proyecto Diez, Subversiones y Polemón. Es más bien escultor. Hay un busto suyo de Cintio Vitier en La Habana, y realizó los de Sergio Pitol, Juan Gelman, Carlos Monsiváis y Fernando del Paso para el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo; acaba de terminar el de Heinrich Böll para la fundación que lleva su nombre. Fue distinguido con el Premio de Escultura Juan Soriano.

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