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Crónicas

A 47 años: disculpe la molestias, pero nos están matando

 

I

2 de octubre de 2015. “La historia no es fácil y sería largo explicarlo ahora,” me dijo el hombre que bajaba del puente frente a Tlatelolco para incorporase a la marcha. El señor estaba impecablemente vestido con un traje recién planchado. Me preguntaba “¿quién se viste así para venir a una marcha que todos los años invariablemente termina en violencia?” Se limpió sus mocasines, acomodó la línea del pantalón perfectamente alisada, se ajustó los lentes, se peinó los bigotes y agarró su pancarta. Luego, perfectamente erguido se puso detrás de un contingente de estudiantes normalistas rurales del estado de Guerrero.

Me quería contar que desde 1968 no tenía ya esperanzas de luchar, pero que desde lo de Ayotzinapa, los muchachos le habían devuelto las energías para salir a la calle: para cambiar este país. Así de claro y así de sencillo.

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II

La marcha sale de Tlatelolco pasaditas las cuatro de la tarde. Los contingentes se organizan, pero hay grupos que se destacan por su disciplina y orden. Esos son los contingentes de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM). ¿Socialistas? Sí, quieren y luchan por el socialismo, eso que ahora todos los partidos políticos desprecian y olvidan. Ningún partido hoy en México dice que lucha por el socialismo. Ningún político profesional hoy en día lucha desde la vía electoral por el socialismo. Rehúyen del tema y se deslindan como si de una enfermedad purulenta se tratara. ¿Por qué? No lo sé, pero estas jóvenes que vinieron desde la Normal de Cañada Honda, Aguascalientes, con su sudaderas y sus mochilas al hombro, dicen y gritan con una seguridad clara, nítida, transparente y sin pudor, consignas en favor del socialismo.

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Cuestiono o pregunto sobre el tema a un viejo militante de izquierda, que desde hace años está instalado en la burocracia del Gobierno del Distrito Federal con un jugoso sueldo, y me suelta una respuesta que más parece un gesto de enfado: “Bah, son sólo consignas que uno dice cuando se es joven….¿no?” Y se va, se aleja molesto, mientras los normalistas dan vuelta en la calle Madero. Y los gritos y las consignas de lucha por el socialismo retumban en las paredes de los edificios, mientras un sonriente organillero levanta el puño en señal de solidaridad.

III

Son las 5:20 y hemos llegado al Zócalo. La marcha parecía impecable: ningún destrozo, ningún asomo de violencia.

Las madres y padres de los 43 normalistas desaparecidos han ya subido al templete, junto con viejos y curtidos luchadores del Comité 68. Estábamos haciendo tiempo para terminaran de llegar el grueso del contingente. Desde el templete un poema de Enrique González Rojo retumba en las bocinas.

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Pancartas, muchas pancartas de gente que no se conoce entre sí, pero que tiene muchas coincidencias: todas denuncian y hacen el recuento de los agravios: “Mi abuelo- Tlatelolco. Mi padre- Aguas Blancas. Yo – Ayotzinapa. Estoy hasta la madre” Un señor que dice ser ingeniero y que fue obligado a jubilarse de manera forzada, carga una largo plástico que le cubre todo el cuerpo en el cual escupe toda su rabia, terminando con un !LARGUENSE TODOS¡ “Y así, pancartas van y vienen por todo lo largo y ancho de la plaza denunciando desaparecidos, asesinadas. Ríos contaminados, despojos de tierras, presos políticos… Y el mitin que todo indicaba iniciaría y acabaría bien sufre algo. Pasa algo: aparece el montaje de la provocación

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IV

El mitin se desarrolló con calma y con llamados a mantener la tranquilidad y no caer en provocaciones. Mientras madres y padres seguían denunciando la desaparición de sus hijos y la exigencia al Estado para que se los devuelva con vida, a espaldas del templete empezaron a salir las bombas molotov que se estrellaban en la puerta de Palacio Nacional. El bloque de embozados y vestidos de negro se desplazaron a la esquina del Edificio de la Suprema Corte de Justicia. Tenían la consigna de iniciar el enfrentamiento con los granaderos, cuyo objetivo era atraerlos al templete y que diera al traste con el mitin. Pero como en ocasiones recientes hizo su aparición la Brigada civil Marabunta, la cual instaló un cordón civil que desactivó el enfrentamiento.

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V

El mitin concluyó a las 6:30 de la tarde. La mayoría de los asistentes se fue sin contratiempo, mientras la provocación montada se desplazó a Eje Central y Bellas Artes.

El saldo fue de tres jóvenes menores de edad detenidos y que se rumoró que pronto los soltarían, y un reportero lesionado con fractura de la clavícula izquierda.

Preguntar esto es ocioso, pero necesario: ¿A quién le interesa el burdo montaje de un escenario de violencia? ¿A quién le interesa que los medios no registren las denuncias hechas por organizaciones sociales contra la masacre que vivió el país hace 47 años y que hoy, a pesar de todo, de los años, de los cambios “democráticos”, del “progreso”, sigue viviendo?

Las respuesta a estos cuestionamientos son ociosas porque son las mismas desde hace años, porque los responsables de la masacre de Tlatelolco y de lo que siguió y sigue no se han ido ni nunca se fueron, y continún usando las más prácticas, las mismas estrategias, y siguen oliendo igual: a corrupción, a autoritarismo, a sangre.

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Alfredo López Casanova

Mexicano, nació en Guadalajara. No es escritor pero publicó El Salvador: por el camino de la paz y la esperanza, un libro de testimonios de excombatientes, actores anónimos todos, del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. No es periodista pero sus crónicas han aparecido en el periódico Mural y en los medios Proyecto Diez, Subversiones y Polemón. Es más bien escultor. Hay un busto suyo de Cintio Vitier en La Habana, y realizó los de Sergio Pitol, Juan Gelman, Carlos Monsiváis y Fernando del Paso para el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo; acaba de terminar el de Heinrich Böll para la fundación que lleva su nombre. Fue distinguido con el Premio de Escultura Juan Soriano.

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